El asesinato a sangre fría de Rhys Jones, de 11 años, en 2007 en Liverpool conmocionó no sólo a la comunidad local, sino a todo el Reino Unido, incluso más allá de sus fronteras. Aunque no es el primer niño que muere por un disparo a manos de un adolescente llamado Sean Mercer, con su caso generó un debate sobre el «estado de salud» de la sociedad británica. Rhys Jones se encontraba en el lugar y la hora equivocados. Regresaba a casa con dos amigos después de un partido de fútbol cuando una de las tres balas, disparadas por Sean Mercer, que pasaba junto a ellos, atravesó su cuello.
Antes que él, la víctima más joven era Camila Peniston, de 12 años, que murió en su casa de Manchester en abril del 2007. Las otras cinco murieron en las calles de Londres; la sexta, Michael Dosunmu, de 15 años, en la habitación de su casa del barrio de Peckham en el sur de la capital.
El caso de Rhys ha llevado a que los medios de comunicación británicos debatiesen si reina la anarquía en las calles del Reino Unido. La prensa sensacionalista alimentó el estado de paranoia, y el Daily Mirror aseguró haber medido el miedo de los británicos en una encuesta que reveló que el 42% de los consultados no salía de su casa por las noches por temor a los gamberros. Mientras, la prensa seria intentó contrarrestar la idea de que la situación estaba fuera de control. «La sociedad británica no se encuentra al borde del colapso, a pesar de este crimen horrible», defendió el diario Independent .
Por su parte, el Times se preguntaba hasta qué punto los británicos deben estar preocupados por los crímenes causados por armas de fuego en las calles, después de que «los políticos, la Policía y los medios de comunicación hayan provocado a lo largo la impresión de que hay un criminal con un arma en cada esquina».
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