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sábado, 11 de marzo de 2017

El Secuestro de Anabel Segura

El lunes 12 de abril de 1993 la joven estudiante de 22 años Anabel Segura Foles, salía de su domicilio de la urbanización Intergolf, situado en una lujosa zona residencial de La Moraleja (Madrid), para ir a correr. Nunca se la volvió a ver con vida. Este caso y su investigación, que se alargó durante casi 900 días, marcó una época en la investigación criminal en España.
El único testigo de los hechos, un hombre de 62 años jardinero de la urbanización, tan solo pudo alcanzar a ver una furgoneta blanca huyendo del lugar. No había ningún dato más. Rápidamente se informa a la Policía Nacional y se hace cargo del asunto el grupo de atracos y secuestros de la Brigada Provincial de Policía Judicial de Madrid, dirigido por el entonces inspector Jaime B. El móvil económico parecía estar claro. El padre de Anabel era José Segura Nájera, director de la empresa Lurgi Española S.A., una compañía dedicada al estudio, investigación, desarrollo y aplicación de procesos de ingeniería y a la construcción de plantas industriales, que contaba con un capital empresarial de 120 millones de pesetas. Además, el señor Segura tenía muy buenos contactos, como pronto advertirían los investigadores.
Dos días después de la desaparición de la joven, la familia recibe una llamada de los presuntos secuestradores exigiendo 150 millones de pesetas (unos 900.000€). Durante todo el tiempo que duró la investigación se realizaron 16 llamadas exigiendo rescate. No siempre son los auténticos autores los que llaman. Frecuentemente aparecen algunos oportunistas que tratan de cobrar el rescate, es por esto que resulta vital en los primeros instantes establecer algún tipo de código con los auténticos secuestradores, toda vez que se ha conseguido confirmar que estamos ante los verdaderos delincuentes.
El despliegue de medios y personal en la investigación del caso era muy importante. Aunque la policía investiga todos los secuestros, dedicando medios y recursos a ello, este caso fue especial. Por la víctima, su familia y lo mediático del asunto.  José Segura, padre de Anabel, tenía amistades importantes como el entonces presidente del gobierno español Felipe González. En ocasiones el mismo Felipe González llamaba personalmente a los investigadores para conocer la marcha del asunto o para hablar con el padre. Al principio causaba estupor en los investigadores el hecho de descolgar el teléfono en casa de las víctimas y escuchar “soy Felipe González, póngame con el señor Segura”. Al policía de turno, aunque le sonaba la voz no daba crédito y preguntaba a continuación “¿el presidente?”. Por otro lado, el portavoz de la familia era Rafael Escuredo, ex presidente de la Junta de Andalucía. Mucha gente importante interesada en el caso y evidentemente se puso toda la carne en el asador para tratar de resolverlo.
Al principio se barajó la posibilidad de un asunto de espionaje industrial de alto nivel, y aunque pronto se descartaría  había que seguir todas las posibilidades. El 16 de abril los secuestradores vuelven a llamar exigiendo el pago del abultado rescate. La familia, a pesar de los consejos policiales en sentido contrario, decide efectuar el pago movidos por la angustia. El 24 de abril el portavoz de la familia, Rafael Escuredo, anuncia a los secuestradores que tiene listo el rescate y se establece una cita para el pago. A la misma acudiría también la policía, mucha policía. El despliegue es impresionante y aunque se tomas medidas de precaución los secuestradores no aparecen a recoger el dinero. ¿Se lo olieron?, ¿vieron el enorme despliegue?. En argot policial se dice “nos han mordido” cuando los delincuentes detectan a la policía y estos se dan cuenta.  Lo cierto es que los secuestradores no acuden a la recogida del rescate.
En las negociaciones por secuestros es muy importante exigir una “prueba de vida”. Es decir, una prueba de que el secuestrado esté vivo. De lo contrario, la familia puede perder al familiar y el dinero. En este caso, los negociadores de la familia, aconsejados por la policía, exigieron una y otra vez la prueba de vida. Finalmente el 24 de mayo los secuestradores afirman tener pruebas de que Anabel se encuentra viva y en buen estado.
Pocos días después se recibe en casa de la familia Segura una cinta magnetofónica con un mensaje de Anabel para su familia.
“(una voz femenina muy débil): Hola padres, estamos a 22 de junio de 1993. Quiero deciros que estoy bien dentro de lo que cabe. Esta gente no me cuida mal, pero me gustaría estar en casa con vosotros, porque ya llevo bastante tiempo aquí y tengo muchas ganas de veros a todos vosotros, así que a ver si todo esto se termina pronto. Hasta luego papá. Adiós mamá. hermana, te quiero mucho. Adiós”.
A continuación se escucha la voz de uno de los secuestradores.
“(voz masculina): Ahora escúchenme con atención. Han escuchado la voz de Anabel. Si no se cumplen todas nuestras peticiones en la entrega del dinero, dentro de treinta días después de recibir nuestra cinta, la ejecutaremos…
“…Y repito, y perdóneme mi, digamos, oportunismo, o digamos mejor dicho, que sea tan reiteradamente un poco pesado, esta situación se está complicando mucho, está poniendo en peligro nuestra pequeña organización de delincuencia organizada…”
“…Y el señor portavoz de la policía, don Manuel Jiménez, que se cree que todo lo sabe y para mi humilde opinión sabe menos que los pimientos colorados…”
“…Investigar que investiguen por donde quieran. No van a encontrar nada, nada de nada. Y errores, como comprenderá, hemos cometido creo, no vamos a decir ninguno, pero muy poquitos o ninguno…”
Cuando la familia escuchó la cinta el primer día el padre dijo que esa no era Anabel, la madre dijo que esa no era su hija, Sandi, hermana de Anabel, dijo que esa no era su hermana, y el novio dijo que esa no era la voz de Anabel. La policía cree entonces que esa no es la voz de Anabel. A la semana el padre pide la cinta otra vez, y dice que la cosa es que a su mujer le parece la voz de la chica. A los diez días ya toda la familia estaba convencida de que esa era la voz de Anabel. Es lógico, si el secuestrador les dijo en una llamada que iba a mandarles la voz de Anabel para que comprobasen que estaba viva, está claro. Si esta no es la voz Anabel, significa que su hija está muerta. Así que no tenían mas remedio que aceptar que era la voz de Anabel para poder seguir manteniendo la esperanza. Se autoconvencieron.
La cinta es sometida a todo tipo de análisis lingüísticos, intentando ubicar geográficamente la localización del secuestrador en base a las particulares expresiones empleadas por el sujeto que habla. Incluso la carta en la que se envió la cinta fue sometida a un análisis el ADN, un método muy sofisticado en aquel momento. Se hicieron copias de la cinta y se enviaron equipos de policías a todos los centros penitenciarios del país para ver si algún interno reconocía la voz. Todo en vano, no aparecían pistas fiables.
El estudio de la cinta enviada a la familia de Anabel, parte del cual se hizo en Alemania, reveló otro dato de interés. Muy al fondo se oía la voz de unos niños. Por tanto, quien la grabó tenía una vida bastante normalizada. Además, los pinchazos telefónicos demostraban que una de las llamadas de los asesinos se hizo desde una cabina de Vallecas, barrio que se peinó palmo a palmo.
El tiempo transcurría si avances significativos, para desesperación familiar y preocupación policial. En estas situaciones es comprensible que una familia angustiada y con recursos promueva el uso de cualquier método para intentar resolver el caso, por poco ortodoxo que sea en la práctica policial. Se probó con la sofronización (una técnica relacionada con la hipnosis para aumentar los niveles de conciencia) con el único testigo presencial de los hechos, el jardinero de la urbanización, pero los resultados no fueron satisfactorios.
La mujer, Felisa García Campuzano, de 35 años, que atendía una churrería instalada en el garaje de la vivienda, notó algo raro porque su marido llegó con las botas manchadas de barro y con cabellos rubios en la ropa. En un principio no logró saber nada, pero finalmente Emilio le confesaría el crimen y la convenció para intentar sacar dinero a la familia de Anabel.
Dos días más tarde, a la vez que el secuestro se difundía en la prensa, la familia Segura empezó a recibir llamadas en las que se pedía un rescate de 150 millones de pesetas. Andando el tiempo, y como se exigiera una prueba de que Anabel estaba viva, Felisa se prestó a grabar la cinta. Consiguieron hacer pasar la voz de ésta como la de la joven asesinada.
El padre de Anabel, José Segura, natural de El Centenillo –un pueblo de Sierra Morena–, que emigró a Alemania –donde se casó con Sigrid Foles– y regresó a España como presidente y director general de Lurgi –una empresa petroquímica–, desde el primer momento quiso facilitar el rescate. Él y su mujer dieron muestras de una entereza fuera de lo común durante los 900 días que duró lo que todos quieren creer es el secuestro más largo de la historia de España hasta que se revela un crimen cobarde cometido el mismo día en que desapareció la muchacha.

Cinco meses después del secuestro las Fuerzas de Seguridad barajan abiertamente la posibilidad de que Anabel haya sido asesinada. El angustioso trance de la familia se alarga en el tiempo, sin que parezca que vaya a tener solución. Se recurre a la colaboración ciudadana: el 20 de enero de 1994 se difunde la cinta con la supuesta voz de la joven y se ofrece 15 millones de recompensa a quien disponga de algún dato fiable. Posteriormente el monto se elevará hasta los 60 millones, la mitad de ellos por cuenta de la familia.
Pero esta estrategia no dará resultado hasta que no se implique en ella el programa de TVE ¿Quién sabe dónde...? Entre el aluvión de llamadas recibidas se cuenta la de una persona que dice reconocer a uno de los criminales y da suficientes pistas para que sea localizado. La policía inicia un cerco telefónico y graba las conversaciones de los implicados. Quiere asegurarse de que, cuando se decida a cogerlos, tendrá suficientes pruebas para inculparlos.
Por fin, el 28 de septiembre de 1995 se detiene a Emilio, el Candi y Felisa, que confiesan enseguida y colaboran para localizar el cuerpo en la vieja fábrica de Numancia de la Sagra. El cadáver de Anabel es extraído de entre las ruinas con una pala excavadora. El tiempo transcurrido y el estado del cadáver impiden establecer mediante autopsia si fue violada antes de su asesinato.

En una insólita muestra de solidaridad, los tres municipios que involuntariamente fueron escenario del crimen: Numancia de la Sagra, Pantoja y Alcobendas, tras multitudinarias manifestaciones de dolor prometen dedicar una calle a Anabel.
 

Mucho tiempo después, Rafael Escuredo, con el recuerdo de la tristeza del drama que le tocó vivir tan de cerca, declararía: "Si tuviera que dar algún consejo a las personas que sufren un secuestro, les diría que vayan siempre de la mano de la policía y lo más lejos posible de videntes y adivinos".


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