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viernes, 12 de mayo de 2017

Gary Gilmore, Luchar por Morir de un Rebelde Atroz

El mundo del crimen tenía un atractivo especial para Gilmore. Se convirtió en un ladrón cuando tan sólo tenía diez años y de adulto nunca estuvo fuera de la prisión más de ocho meses seguidos.
Cuando Gary nació, el 4 de diciembre de 1940, en McCamey, Texas, su padre, Frank, tenía 47 años, era bebedor y mujeriego y se había casado seis o siete veces. En su juventud trabajó en un circo y como actor de comedia.
En la época en que conoció a Bessie, la madre de Gary, ya tenía 40 años y se dedicaba a viajar por el Oeste utilizando nombres falsos y vendiendo espacios publicitarios, muchos de ellos en revistas totalmente inexistentes. Cada dos por tres le detenían y pasaba cortas temporadas en prisión.
Bessie Gilmore, casi 20 años más joven que él, era una de las diez hijas de un granjero mormón de Provo, Utah. Conoció a su marido en uno de los viajes que éste hizo a Salt Lake Cíty.
Gary Gilmore pasó gran parte de su infancia viajando de hotel en hotel por las pequeñas ciudades del Oeste. Cuando tenía 9 años, la familia (Bessie tuvo cuatro hijos, todos varones) se estableció en Portland, Oregón, ciudad en la que su padre comenzó a realizar negocios.
El joven adoraba a su madre. Frank, su padre, era una persona distante y reservada. La única lección que enseñó a su hijo fue la de que nunca debería admitir nada ante un policía.
Gary fue un niño solitario. Aunque ante los adultos se mostrara silencioso y educado, era malintencionado e intransigente. Al menos, así lo creyeron las monjas del colegio Nuestra Señora del Dolor, quienes le pegaron y castigaron en más de una ocasión.
Su vida criminal comenzó cuando tenía 10 años. Al repartir el periódico entraba en las casas de la vecindad en busca de dinero y armas. Así, poco a poco, su ambición de ser miembro de una banda para poder intimidar a la gente. Esperaba que los delincuentes adultos le aceptaran entre ellos si les proporcionaba alguna que otra pistola.
A los 14 años le detuvieron en un coche robado y le enviaron al colegio McLaren, un correccional de Woodburn, Oregón, en el que nada más ingresar le sodomizaron dos de sus compañeros.
Durante la época que pasó en Woodbum recibió una completa educación y quince meses después, cuando salió de allí, se había convertido en el perfecto delincuente juvenil. A los cuatro meses fue arrestado de nuevo. El período más largo que pasó fuera de prisión fue de ocho meses.
En 1962 le sentenciaron a quince años en la penitenciaría estatal por atracar una tienda. En poco tiempo se convirtió en un convicto duro con un código personal muy peligroso.
La violencia es el cáncer de las cárceles americanas y Gilmore no se libró de él, a pesar de que su pretensión de haber asesinado a un negro asestándole 57 puñaladas fuera sólo una bravuconada.
Se enfrentaba constantemente con las autoridades de la prisión, por lo que le castigaban con palizas, fuertes dosis de drogas antipsicóticas, como el prolixin, y largos períodos de incomunicación en celdas de castigo. Una vez estuvo 18 meses en una de ellas.
Algunas veces sus períodos de soledad eran voluntarios. Buscaba la paz y el silencio. Sus oídos eran muy sensibles y el ruido constante de la prisión (el crujir de las puertas de las celdas, el murmullo de la televisión y las conversaciones a gritos entre los presos) se le hacía extremadamente insoportable.
Su padre murió en 1961 y su madre se fue endeudando cada vez más. Trabajó de camarera para mantener a su familia, pero sus peticiones de asistencia económica a la iglesia mormona fueron ignoradas y tuvo que venderlo todo para mudarse a vivir a una roulotte.
Mientras tanto, su hijo se convertía en un experto en las reglas de la prisión. Durante los motines de 1968 hizo de portavoz de otros convictos, habló con la prensa y apareció por televisión. Se sentía muy orgulloso de su coeficiente intelectual, cerca de 130, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que su carrera criminal impidió que pudiera recibir una educación normal. Se había convertido en un autodidacta.
En 1972 encontró plaza en una escuela de arte en Eugene, Oregón. Desde pequeño demostró un talento especial por el arte.
Sin embargo, nunca fue. Unos meses después le detuvieron por atraco a mano armada en una tienda. El robo sólo le reportó unos cuantos dólares, y tuvo que cumplir una sentencia de nueve años en prisión por ello.
Gilmore ya había matado una vez, a sangre fría y sin ninguna precaución. La noche siguiente selló su destino cometiendo un segundo asesinato.
Gary Gilmore se colocó la pistola en el cinturón y volvió a la camioneta. Llevó a April a un auto-cine para tener una coartada y poder cambiarse las ropas manchadas de sangre.
La película que proyectaban aquella noche era One Flew Over The Cuckoos Nest («Alguien voló sobre el nido del cuco»). Para él tenía un significado muy especial porque había pasado una temporada en la institución en la que fue rodada. Para ella, que tenía pésimos recuerdos de las instituciones psiquiátricas, la impresión fue demasiado fuerte y, cuando no pudo más, le pidió que se fueran.
Gilmore condujo en silencio hasta la casa de Brenda. Su prima se dio cuenta, por su humor, que tenía problemas y encontró a April un tanto extraña. Se comportaba incoherentemente y no era fácil hablar con ella, así que no les animó a que se quedaran. Pasearon durante un rato sin propósito fijo y se quedaron sin gasolina en los alrededores de Provo.
Dejó a la joven en la camioneta, escondió la pistola en la cuneta y empezó a caminar hasta que encontró, en una tienda, a una pareja que accedió a llevarle hasta una gasolinera a cambio de cinco dólares.
Cuando regresaron, uno de los muchachos llenó el depósito con una lata e intentó dar un poco de conversación a April. Mientras lo hacía, vio cómo Gilmore recogía el arma de entre los arbustos, la cargaba y la metía después bajo el asiento del conductor.
Cuando estuvieron solos, él dijo que estaba harto de dar vueltas. Se registró con su propio nombre en el Holiday Inn y ocuparon una habitación con dos camas.
Fumaron un poco de marihuana, pero April seguía con la desagradable sensación paranoica que la película había despertado en ella. Estaba convencida de que el FBI les estaba vigilando, que alguien veía lo que hacían a través de la pantalla del televisor.
Estuvieron bromeando un rato antes de que Gary intentara seducirla. Ella le rechazó por lealtad hacia su hermana y porque creía que, por muchos problemas que tuvieran, estaban hechos el uno para el otro.
A las siete de la mañana la llevó a su casa. Kathryne había salido, así que simplemente la dejó allí y se marchó a trabajar. Sus compañeros notaron que estaba un poco nervioso pero no les pareció extraño porque estaba así desde que terminó con Nicole. Spencer McGrath le dio la tarde libre para que buscara un apartamento.
Llamó a Confin e intentó venderle los esquís acuáticos robados, pero éste rechazó la oferta y aprovechó la ocasión para recordarle que si no le pagaba al día siguiente los 400 dólares que le debía, tendría que volver a ir andando a la fábrica.
Mientras tanto, el asesinato del joven Jensen se había convertido en una noticia de grandes titulares. Confin estaba exasperado por el suceso. No podía comprender cómo un atracador podía matar a sangre fría a quien le había entregado todo su dinero. Gilmore, que estaba bebiendo una cerveza durante la conversación, comentó al respecto: «Bueno, quizá merecía que le asesinaran.»
Más tarde fue a hacer su visita semanal al oficial encargado de supervisar su libertad condicional. Le habló de lo importante que era para él que volviera Nicole y le dijo que sabía que para conseguirlo tenía que empezar por dejar de beber. Después, volvió a Provo y deambuló por las calles buscándola como loco.
Ella pasó el día con Roger Eaton, un joven de aspecto impecable y, por aquel entonces, respetablemente casado. Había estado mucho tiempo observándola discretamente, aprovechando que unos amigos suyos vivían cerca de ella en Spanish Fork, totalmente fascinado por su estilo de vida libre y sin problemas, antes de reunir el valor suficiente para pedirle una cita y confesar que quería tener una aventura amorosa con ella. Ese mismo día, el 20 de julio, fue el primero que pasaron juntos. También fue la última vez que se vieron.
Cuando Eaton le habló sobre el crimen de la gasolinera, ella supo, con toda seguridad, que había sido Gary quien lo había cometido y así se lo dijo. También le contó que el domingo anterior se había visto obligada a amenazar a su compañero con una pistola. El joven se dio cuenta de que estaba involucrado en una situación delicada y muy peligrosa y, atemorizado por la naturaleza violenta de Gilmore, decidió poner fin a su aventura con Nicole y ella se fue a pasar la noche a casa de su madre.
Esa misma tarde Gary Gilmore acudió al garaje donde trabajaba su amigo Martin Ontiveros e intentó que el dueño, Fulmer (el tío de Martin), le prestara los 400 dólares que necesitaba. Pero, como allí no tenían esa cantidad en efectivo, tuvo que seguir buscando.
La camioneta empezó a darle problemas, no arrancaba bien y el motor se calentaba. Se la dejó a Norman Fulmer, quien se ofreció a cambiar el termostato en tan sólo 20 minutos, y le dijo que, mientras tanto, iría a visitar a su tío Vern, quien vivía cerca de allí.
Benny Bushnell estaba en la oficina del motel City Center, cerca de la casa de Vern Damico, viendo por televisión la final olímpica de halterofilia.
Su esposa, que estaba en las habitaciones de la parte trasera, oyó voces y un ruido que interpretó como el estallido de un globo. Cuando se asomó para comprobar qué sucedía, vio a un hombre alto salir de la oficina. Después, se dirigió a donde estaba su marido mientras el desconocido daba la vuelta y caminaba hacia ella.
Había algo en él que la asustó, así que permaneció quieta y en silencio durante unos segundos. Poco después, observó por la ventana cómo se alejaba y fue entonces, al darse la vuelta, cuando vio a su mando. Estaba tumbado boca abajo en el suelo, cerca del mostrador. Sufría convulsiones en todo el cuerpo y la sangre salía a borbotones de una herida en la cabeza.
Intentó cortar la hemorragia mientras trataba de conseguir ayuda por teléfono. En ese momento apareció un individuo diciendo que había visto salir de allí a un hombre armado. Se hizo cargo del teléfono pero, como no pudo encontrar una ambulancia, llamó a la policía.
El individuo en cuestión era Peter Arroyo. Acababa de volver con su familia de un restaurante cercano. Al llegar, echó un vistazo a la oficina y vio a un tipo salir de detrás del mostrador con una caja de dinero en una mano y una pistola en la otra.
Rápidamente, se llevó de allí a su familia para ponerla a salvo. Cuando regresó, vio salir andando al intruso y se decidió a entrar en la oficina. Allí encontró al gerente del motel desangrándose y a su mujer desesperada luchando por ayudarle.
El asesino se marchó caminando lentamente, reprimiendo las ganas de salir corriendo; se guardó el dinero robado en un bolsillo, unos 125 dólares, y tiró la caja que lo contenía en unos arbustos.
Sabía que tenía que deshacerse de la pistola. La cogió por el cañón con su mano izquierda y la escondió en lo más profundo de un seto que había en la cuneta pero, cuando ya iba a soltarla, una rama se metió en el gatillo y la pistola se disparó agujereándole la membrana que separa el dedo índice del pulgar.
Volvió al taller de reparaciones y entró directamente en el cuarto de baño, dejando tras de sí un rastro de sangre. Mientras tanto, Martin y Fulmer oyeron un comunicado, sobre el asesinato del motel, sintonizando la frecuencia de la policía, que oían para entretenerse de vez en cuando en lugar de las emisoras comerciales normales. Al escuchar lo sucedido cruzaron una mirada.
Gilmore salió del servicio con unas toallas de papel enrolladas en la mano herida. Martin no había acabado la avería de la camioneta pero le dijo que ya estaba arreglada. Se marchó de allí a toda prisa, conduciendo de forma un tanto insegura, y al dar marcha atrás para salir chocó contra un buzón.
Fulmer esperó hasta perder de vista el vehículo y llamó a la policía para contarles lo del rastro de sangre y darles una descripción completa del herido y la camioneta. La descripción encajaba perfectamente con la de Peter Arroyo. A partir de ese momento, todos los coches patrulla de la ciudad se pusieron a buscar una camioneta de color blanco.
Los tíos del sospechoso, Vern e Ida, estuvieron viendo la televisión hasta que oyeron las sirenas, primero las de la policía y algo más tarde las de las ambulancias. Martin Ontiveros fue quien les comunicó que su sobrino era el asesino. Ida llamó inmediatamente a Brenda para contarle lo sucedido y cuando terminó añadió: «Recurrirá a ti, como hace siempre.»
La joven llamó a la policía para preguntar si Toby Bath, un agente del vecindario, podía ir a su casa para protegerla. Poco después de que éste llegara, Gilmore llamó por teléfono para hablar con Johnny, el marido de Brenda. Le contó que le habían disparado cuando intentaba impedir un atraco y le pidió ayuda. No podía ir a un hospital porque allí «no creerían a un ex convicto con una herida de bala».
Llamaba desde la casa de Craig Taylor. A quien le había pedido que le llevara al aeropuerto, pero este negó y le pidió permiso para llamar a su prima. Su amigo le pasó el auricular por la ventana porque no quería molestar a su mujer.
Brenda tomó nota de la dirección y le dijo que Johnny acudiría en su ayuda con vendas y calmantes. Acto seguido llamó a la policía para advertirles de que Taylor tenía mujer e hijos y podían estar en peligro. Decidieron rodear la casa y esperar en lugar de arrestarle allí mismo y correr el riesgo de desencadenar un tiroteo.
Al ver que Johnny no aparecía, Gilmore y Craig se turnaron para llamar a casa de Brenda por si había novedades. Ella hizo todo lo posible por ganar tiempo y retenerle allí. Entre llamada y llamada se sentaban en el porche y charlaban.
Después de media hora, el herido se cansó de esperar y se marchó conduciendo muy despacio por una carretera comarcal. Los coches de policía le siguieron de cerca pero no actuaron hasta estar suficientemente alejados de la ciudad. Tres de los vehículos le adelantaron y bloquearon la carretera mientras encendían luces y sirenas.
El teniente Peacock, que estaba a cargo de la operación, ordenó al conductor que detuviera la camioneta y saliera con las manos en alto. Gilmore dudó por unos instantes, pero finalmente obedeció. Los agentes pudieron ver su indecisión por segunda vez cuando le dijeron que se colocara delante de los faros con las manos bien altas.
Se tumbó boca abajo en el asfalto, aceptando la derrota, mientras la camioneta, sin el freno de mano puesto, rodaba despacio hacia una zanja.
El sospechoso se dirigía hacia casa de Kathryne Baker cuando le detuvieron. Nicole estaba dormida en el salón en el momento en que la policía dio el alto al conductor de la camioneta blanca. Cuando despertó pudo ver a su compañero tumbado en el suelo y un montón de agentes apuntándole con sus armas.
Asintió para demostrar que había comprendido cuando uno de ellos le leyó sus derechos.
Las pruebas en el juicio se levantaron abrumadoramente contra Gary Gilmore. La única persona que podría haber hablado en su favor era Nicole, pero el acusado se negó a que subiera al estrado en su defensa.
Primero le llevaron al hospital, donde le vendaron el antebrazo y la mano herida. No llegó a la comisaría hasta las cuatro de la mañana.
Estuvo de acuerdo en hablar con el teniente Gerard Nielsen, quien había investigado la reciente tentativa del robo del magnetófono, y comenzó contándole la misma historia que a Brenda. Afirmaba que le habían herido al intentar impedir el robo del motel. Después, se quejó del dolor que sentía en la mano y dijo que quería ver a Nicole. Nielsen intentaría ayudarle.
Más tarde, el detenido, completamente agotado, hizo algo que jamás había hecho antes: admitir algo en presencia de un policía. Reconoció ante el teniente que había llevado a cabo los dos asesinatos y, aunque sus instintos de convicto no le habían abandonado aún, terminó firmando una confesión.
Cuando habló con su prima por teléfono, ella le explicó por qué le había entregado a la policía: «Cometiste un asesinato el lunes y otro el martes. No iba a esperar a ver si cometías otro el miércoles.»
El 23 de julio, Nielsen llevó a Nicole a ver a Gilmore. Estaba tan emocionado que no perdió el tiempo en hacer reproches. Ella nunca le había visto tan relajado. La abstinencia forzosa de cerveza y de Fiorinal le dejó la cabeza despejada y los ojos limpios. El encuentro despertó en ella antiguos sentimientos.
Hubo una vista preliminar el 3 de agosto.
Craig Snyder, un abogado de oficio, se hizo cargo del caso y solicitó la ayuda de otro compañero, Mike Esplin. Durante la vista, Snyder propuso un pacto. Su cliente admitiría el homicidio en primer grado a cambio de una sentencia de cadena perpetua.
El fiscal del Distrito, Noall Wootton, rechazó la oferta. Había revisado el historial penitenciario del acusado y, en vista de los numerosos episodios violentos, sus intentos de fuga y la naturaleza especialmente cruel de los asesinatos, decidió solicitar la pena de muerte.
Mientras esperaba el comienzo del juicio en la cárcel del condado, parecía más preocupado por ver a Nicole que por su difícil situación y su futuro inmediato. Cuando las autoridades de la prisión la eliminaron de la lista de visitantes autorizados por no pertenecer a la familia, él se negó a cooperar en todos los sentidos hasta que la volvieran a inscribir.
Gilmore y Nicole se escribían a diario e incluso varias veces al día. Ella, sin embargo, seguía teniendo amoríos ocasionales. Reunió el valor suficiente y le habló de ellos en una carta, pero, poco después, recibió otra en respuesta en la que su compañero, angustiado y muy afectado, le explicaba que cuando la imaginaba junto a otro hombre sentía deseos de matar a alguien.
El juicio por el asesinato de Benny Bushnell comenzó el 5 de octubre en el Palacio de Justicia del condado de Provo; presidía la sala el juez Robert Bullock.
El primer día se tomó juramento a los miembros del jurado. El segundo, la acusación presentó el caso con argumentos irrefutables. El casquillo que se encontró junto al cuerpo de la víctima provenía de la Browning escondida entre los arbustos. Además, el rastro de sangre que partía de allí y llegaba hasta el garaje era, sin duda, del acusado.
El doctor Morrison, quien llevó a cabo la autopsia, testificó que no había quemaduras de pólvora en la cabeza de Bushnell, lo cual significaba que el cañón de la pistola estaba en contacto con la misma cuando se efectuó el disparo. Fue una ejecución a sangre fría, un homicidio en primer grado.
Esplin interrumpía el caso siempre que podía, introduciendo pequeñas puntualizaciones. Los dos abogados sabían que su única oportunidad consistía en plantar la semilla de la duda en la mente de los miembros del jurado y tratar de abonar el terreno para una futura apelación.
La defensa no llamó a declarar a ningún testigo, lo cual, aparentemente, sorprendió bastante a Gilmore. En realidad no esperaba mucho de sus representantes legales (al fin y al cabo cobraban sus honorarios del tribunal que le estaba procesando), pero tenía la esperanza de que, al menos, intentarían reducir el cargo inicial al de homicidio en segundo grado.
Al comenzar el tercer día, el acusado dijo que quería subir al estrado y declarar en su propia defensa, pero cambió de opinión cuando sus abogados le advirtieron de que corría un gran riesgo. Se resignó ante el hecho de que la defensa no tenía realmente nada en qué basarse.
Wootton hizo la recapitulación final muy rápida y se limitó a volver a exponer los detalles del caso. Esplin, en respuesta, hizo hincapié en uno o dos pequeños errores cometidos por el fiscal durante su discurso y sugirió que el sensible gatillo de la Browning se había disparado accidentalmente. El jurado se retiró a deliberar a las 10.13 de la mañana y volvió, 80 minutos más tarde, con un veredicto de culpabilidad.
A la 1,30 del mediodía comenzó la vista para decidir la sentencia. Snyder se hizo cargo de la defensa pero no encontró a nadie dispuesto a declarar favorablemente del carácter del acusado. Gilmore, además, se negó a dejar que Nicole subiera al estrado. Estaba muy molesto con su familia, excepto con su madre, que era muy mayor y estaba muy débil como para hacer el viaje hasta allí.
Snyder reservaba sus objeciones más enérgicas para el testimonio del detective Rex Skinner, de Orem, acerca del asesinato de Jensen.
La defensa llamó al estrado a John Wood, doctor en psiquiatría, quien expuso su opinión de que Gilmore era un psicópata, pero se vio obligado a admitir, a instancias de Wootton, que estaba legalmente cuerdo.
El propio acusado era el segundo y último testigo de descargo. Su abogado tenía la esperanza de que el jurado se sintiera menos inclinado a sentenciar a muerte a alguien si le conocían mejor. Testificó con voz serena e insensible y no parecía en absoluto afectado por el más mínimo remordimiento.
Durante el severo interrogatorio al que se vio sometido, se hizo evidente otra faceta de su personalidad. Se mostró hostil y huraño, respondió con monosílabos y se negó a discutir el «asunto personal» que había provocado su ira asesina. De hecho, su relación con Nicole sólo se mencionó indirectamente durante el juicio.
La recapitulación del fiscal Wootton se centró en las condenas anteriores del acusado y en su tremendo historial de violencia en prisión. No pidió la pena de muerte para disuadir a otros criminales, sino por el mero hecho de que Gilmore, en su opinión, era demasiado peligroso para dejarle vivir.
Cuando le preguntaron si quería dirigirse al jurado (la última oportunidad de demostrar arrepentimiento o pedir clemencia), su única respuesta fue: «Bueno, me alegro de que por fin el jurado me preste atención.»
Después le dijeron que escogiera cómo quería morir. Gracias a una norma especial del Estado de Utah, tuvo la ocasión de elegir entre la horca o un pelotón de fusilamiento. El condenado se decidió por la última opción y el juez fijó la fecha de la ejecución para el 15 de noviembre de 1976.
Cuando Gilmore decidió seguir adelante con la sentencia de muerte, su caso se convirtió en el centro de atención de un polémico debate sobre la pena capital que duró dos meses. En este tiempo, intentó suicidarse dos veces.
Le llevaron a la Penitenciaría Estatal de Utah y allí declaró que no quería recurrir el uso de las tácticas de aplazamiento implícitas en el sistema legal americano. A uno de los capellanes de la prisión le había dicho: «He estado entre rejas 18 años y no estoy dispuesto a pasarme aquí otros 20. Prefiero morir a seguir en este agujero.»
Al principio nadie le tomó demasiado en serio. Esplin y Snyder apelaron su sentencia y se fijó la vista para el 1 de noviembre. Mientras le explicaban su delicada situación (los dos abogados estaban seguros de poder conseguir una revisión del caso), Gilmore sólo pensaba en una cosa y tan sólo preguntó: «¿Puedo despedirles?»
Durante la vista de apelación retiró la propuesta de un nuevo juicio y, por primera vez, hizo públicas sus opiniones: «Me sentenciásteis a morir. A menos que todo haya sido una broma pesada o algo así, quiero llegar hasta el final y acabar de una vez.» Sin embargo, sus abogados siguieron adelante y presentaron la apelación ante la Corte Suprema de Utah, pensando que era su deber. El 3 de noviembre Gilmore les despidió.
Dos grupos de presión nacional anunciaron su intención de luchar en contra de la ejecución. La ACLU (Asociación para la Defensa de las Libertades Civiles Americanas) se oponía a la pena máxima por principio, y la Asociación Nacional para el Progreso de Personas de Color hacía, además, hincapié en el hecho de que un número desproporcionado de presos del Pabellón de la Muerte era de color.
Gilmore decidió que necesitaba ayuda en su lucha por enfrentarse cuanto antes al pelotón de ejecución. Había recibido una carta de Dennis Boaz, un abogado radical que en aquel momento intentaba ganarse la vida como escritor independiente. En su misiva manifestaba un profundo respeto hacia su postura y la intención de escribir su historia.
Las autoridades de la prisión mantenían a los medios de comunicación alejados del reo, pero no podían impedir que viera a un abogado. Boaz consiguió entrevistarse con él. Durante aquella corta visita acordaron que este nuevo aliado no sólo le representaría legalmente, sino que escribiría y vendería su historia para dividir después los beneficios en partes iguales.
Aunque hacía varios años que no ejercía la abogacía, el 10 de noviembre, Boaz presentó el caso con mucha elocuencia ante el Tribunal Supremo de Utah y éste apoyó el derecho del acusado a retirar su apelación por una mayoría de cuatro a uno. La ejecución se llevaría a cabo en la fecha fijada.
El caso ocupó, finalmente, todos los titulares de prensa de los Estados Unidos y, con él, la polémica de la pena capital volvió a ser un tema fundamental en la agenda de todos los políticos. El gobernador de Utah, Calvin Rampton, se unió al debate cuando declaró que el tema Gilmore era digno de un análisis más profundo. El 11 de noviembre ordenó un aplazamiento para que la Comisión de Indultos pudiera revisar el caso en cuestión.
Gary Gilmore, desesperado, comenzó a pensar en el suicidio como remedio a tan prolongada agonía. Pidió a Boaz que le proporcionara somníferos suficientes, pero éste, después de pensarlo detenidamente, decidió que no podía hacerlo. Sin embargo, él no era el único a quien recurrir, siempre quedaba Nicole.
Algunas veces, en sus cartas, le había pedido que se suicidara por él, por su amor, para encontrarse en otra vida después de la muerte. Ahora tendrían ocasión de morir juntos.
El 15 de noviembre, fecha en que se había fijado la ejecución inicialmente, Vern Damico visitó a su sobrino. Ambos expresaron su arrepentimiento por antiguas disputas y olvidaron sus diferencias.
Ese mismo día, algo más tarde, recibió una visita de Nicole. Había conseguido reunir 70 somníferos pidiéndoselos en pequeñas cantidades a diferentes médicos. Podía haber comprado más, pero temía que alguno de los doctores informara a la policía. Se quedó con la mitad de las píldoras e hizo llegar el resto a su compañero escondiéndolas en la vagina, eludiendo así los registros rutinarios.
Mientras se abrazaban en la sala de visitas, ella le pasó las píldoras y desde ese momento permanecieron el resto del tiempo mirando por la ventana, besándose y cantando.
Cuando llegó a casa, Nicole dejó por escrito su última voluntad con respecto a sus hijos y a su propio cadáver. A medianoche se tomó las pastillas, se tumbó en un sofá a contemplar una foto de Gary. A la mañana siguiente un vecino la encontró y la llevó al hospital de Utah Valley. Sus oportunidades de sobrevivir eran mínimas.
A él le encontraron aproximadamente a la misma hora y le llevaron al hospital. Él era casi dos veces más grande que su compañera, por lo que la dosis de somníferos no fue en absoluto letal. Al día siguiente, le devolvieron a su celda.
Nicole despertó del coma el 18 de noviembre. Cuando él se enteró de que no había muerto, exigió que le permitieran hablar con ella, y ante la negativa de las autoridades penitenciarias se puso en huelga de hambre.
Unos días más tarde ingresaron a la joven en el hospital Estatal, donde estuvo bajo la atención médica del doctor Woods, quien había testificado en el juicio. El personal y el resto de los internos recibieron instrucciones de evitar siquiera mencionar el nombre de Gilmore.
El doble intento de suicidio asustó a Dennis Boaz y le hizo cambiar de opinión. No podía seguir trabajando para conseguir la muerte de una persona. Después de despedirle, Gary le pidió a su tío que se ocupara de sus asuntos desde el exterior. No se trataba simplemente de conseguir representación legal, su fama se extendía rápidamente y podía sacar mucho dinero con su historia.
Vern contactó con dos abogados locales, Bod Moody y Ron Stanger, para que defendieran los intereses de su sobrino y presentarles a Larry Schiller, un productor cinematográfico independiente. Este fingió ser asesor fiscal y consiguió entrar con los abogados en la prisión para conocer a Gilmore.
Desde lo ocurrido con Nicole, no le permitían tener ningún contacto físico con las visitas. Se sentaba en una sala de seguridad y veía a sus visitantes por una pequeña ventana. Habían hablado previamente por teléfono y el preso accedió a vender su historia al productor. Por este motivo se las ingeniaron para firmar los contratos y demás documentos aquella misma noche. Al enterarse de lo ocurrido el alcaide se puso furioso y echó a Schiller de allí.
Cuando se reunió la Comisión de Indultos el 30 de noviembre, Gilmore abogó por sí mismo y desafió a la ley para llevar a cabo su original decisión. Richard Giauque, portavoz de la ACLU, afirmaba que la cuestión que se estaba tratando no era asunto del propio condenado o de la Comisión, sino del proceso legal. Se rechazó cualquier otro aplazamiento por una mayoría de tres a dos. La ejecución se fijó para el día 6 de diciembre.
La ACLU no se rindió. Glauque presentó una petición en nombre de la madre de Gilmore, Bessie, argumentando que el reciente intento de suicidio demostraba que estaba mentalmente enfermo y que por ello era incompetente para saber lo que le convenía. El Tribunal Supremo dio de plazo hasta el 7 de diciembre para preparar el caso y prometió que emitiría un fallo definitivo.
Todo lo que el reo deseaba era hablar con Nicole. Intentó persuadir a Schiller para que sobornara a un médico del hospital, y al no querer hacerlo, éste se negó a contestar a sus preguntas. Nicole, por su parte, también intentaba desesperadamente hablar con él. Su abogado le hacía llegar algunas cartas, pero los otros internos la tenían siempre vigilada.
El 13 de diciembre, el Tribunal Supremo rechazó la petición de la ACLU, decidiendo por cinco votos a cuatro que Gilmore había hecho uso de sus derechos de forma consciente. La ejecución fue definitivamente fijada para el 17 de enero. El condenado puso fin a su huelga de hambre, después de 25 días de ayuno, y accedió a cooperar con Schiller de nuevo.
El 15 de diciembre, tras un plan fallido para hablar con su compañera desde el teléfono del juzgado, tomó una sobredosis de fenobarbitol pero sobrevivió.
La ACLU intentó conseguir la ayuda de su madre, una vez más, pero después de mantener una conversación telefónica con su hijo, se negó a intervenir. El 11 de enero su hermano pequeño, Mikal, fue a visitarle a petición de la Asociación, pero estaba convencido de que Gilmore no quería que su familia se mezclara en el asunto. Aquel día Gary se despidió de él diciéndole: «Nos veremos en el infierno.»
La ejecución se había fijado para las 7.49 de la mañana del lunes 17 de enero. Al atardecer del día anterior llegaron a la prisión estatal de Utah corresponsales de todo el mundo. Venían preparados para pasar la noche despiertos y atentos a cuanto pudiera suceder. El alcaide había anunciado que a partir de las seis de la tarde nadie podría entrar en el recinto penitenciario.
Cuando le iban a atar en la silla, Gilmore llamó a su tío y le entregó un reloj, parado a las 7.49, la hora que se fijó inicialmente para la ejecución. Era para Nicole.
El alcaide dio lectura a la notificación oficial de ajusticiamiento mientras el condenado se inclinaba de un lado a otro intentando ver a los verdugos, ocultos tras la cortina. Cuando le preguntaron si tenía algo que decir, respondió secamente: «Acaben de una vez.»
Después de que un capellán católico le diera la Santa Unción, le pusieron y ataron en la cabeza una capucha de lona. Un médico le prendió con alfileres un círculo blanco de papel sobre la camiseta, a la altura del corazón.
Durante la cuenta atrás permaneció muy tranquilo. De repente, los cinco rifles dispararon al unísono con tal estruendo que el sonido traspasó los tapones de algodón que llevaban puestos en los oídos todos los testigos. La cabeza de Gilmore cayó suavemente hacia delante y su mano derecha se levantó levemente. La sangre goteó por sus pantalones blancos y empapó sus zapatillas de deporte dejando un charco en el suelo. Eran las 8.07 de la mañana.
El médico examinó el cuerpo y confirmó que Gary Gilmore estaba muerto. Mientras trasladaban el cadáver a Salt Lake City para hacer la autopsia, Vern, Schiller, Moody y Stanger reunían fuerzas para enfrentarse a una conferencia de prensa.
Gilmore quería que sus órganos sirvieran para trasplantes. Unos días antes de su ejecución estuvo escogiendo recipientes para sus ojos, hígado, riñones y glándula pituitaria (una de las hijas de Brenda necesitaba extractos de pituitaria para poder llevar una vida normal).
Sin embargo, sólo sus ojos fueron trasplantados. Después de la ejecución, el doctor Oliver Richards llevó el cuerpo al hospital. Su asistente tuvo que mantener humedecidos y cerrados los ojos del muerto durante todo el trayecto, para proteger las córneas.
Seis horas después de su muerte se los trasplantaron a dos jóvenes: uno de Salt Lake City y otro de Ogden. Las macabras posibilidades que este suceso ofrecía inspiraron al grupo punk británico “The Adverts”, en la composición de su único éxito. “Gary Gilmore’s eyes” (Los ojos de Gary Gilmore), que estuvo en la lista de los mejores temas musicales del verano de 1977.
El cuerpo de Gilmore fue llevado al hospital Estatal de Utah. Durante la autopsia le descubrieron dos tatuajes: uno en su hombro izquierdo con la palabra «Mamá» y otro en el antebrazo, también izquierdo, con el nombre de su compañera, «Nicole».
El cuerpo de Gary Gilmore fue incinerado y sus cenizas esparcidas desde un avión, por Spanish Fork y otros lugares de Utah.
Bessie Gilmore, cada vez más paralizada por la artritis, murió, completamente sola en 1980.
Poco después de la ejecución, Ida Damico sufrió una apoplejía. El tío Vern tuvo que vender la zapatería para poder cuidarla.
Nicole salió del hospital psiquiátrico a finales de enero de 1977, se trasladó a Reno, Nevada, y trabajó como camarera; Nicole cambió de nombre y se estableció en California con sus hijos. Después se mudó a Oregón.

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