La madrugada del 20 de junio del 2014 se apagaba la vida de uno de los personajes más reconocibles, y a la vez controvertidos, de la época dorada de la «jet set» marbellí. El empresario libanés Raymond Nakachian sucumbía a una larga enfermedad a sus 82 años de edad.
En noviembre de 1987, su hija Melodie, convertida ahora en toda una mujer que vive y trabaja en Estados Unidos, era secuestrada a la salida del colegio. Una acción criminal obra de unos delincuentes franceses que se resolvió -en parte- gracias a un golpe de fortuna. Algo más de 25 años después, el jefe de la investigación, Ricardo Ruiz Coll, así como algunos de los agentes que ayudaron a liberar a la pequeña sana y salva, acudieron a despedir a Raymond.
El miércoles 18 de noviembre de 1987 llegaba a los kioscos una instantánea sobrecogedora. Melodie Nakachian, de cinco años, sujetaba un ejemplar del diario y a sus pies se podía leer el titular: «Papa, si no pagas, están dispuestos a matarme». Fue la respuesta periodística a una llamada que el día antes se recibió. Una voz anónima daba indicaciones precisas para localizar un paquete con información sobre el secuestro. Los investigadores hallaron en Estepona un sobre que contenía una grabación de la niña en la que pedía auxilio, una de sus coletas y la fotografía que hacía de prueba de vida.
«Nakachian se mostraba frío, pero la procesión iba por dentro», señala uno de los agentes que participó en la resolución del secuestro de Melodie y que el estaba presente en la capilla el cementerio Santísimo Cristo de la Veracruz de la localidad costasoleña.
Raymond interpretó a la perfección el papel que le pidieron los responsables del caso. Ejerció como negociador implacable, ganando tiempo, desmontando la fortaleza inicial de los secuestradores. Los 13 millones de dólares de rescate, se redujeron a cinco cuando se rebasó la semana de cautiverio y quedaban pocas horas para que el Grupo Especial de Operaciones (GEOS) liberara a Melodie en un apartamento de Torreguadiaro, en San Roque (Cádiz).
Mientras la familia y los policías -que habían instalado parte de su cuartel general en la casa de los Nakachian contaban fajos de billetes por si era necesario abonar el rescate, la línea de trabajo que explotaba el investigador José Antonio Martín Bolaños se convertía en la principal. Una empleada de una sucursal encontró en la Avenida Antonio Machado de Benalmádena una cartera con 500 francos relucientes y una nota en francés. La mujer dona el dinero al párroco de Los Manantiales, en Torremolinos, que se percata de que el papel contiene el nombre más repetido por los medios de comunicación: Melodie. La mujer de un agente la traduce: «Estamos cansados de negociar. Dejaremos de alimentar si no cumplen nuestros requisitos».
Lo cierto es que inicialmente no se tomó muy en cuenta la carta, pero todas las alarmas se encendieron cuando los responsables del caso se percataron de que su contenido era muy similar al comunicado que después hicieron público los captores. Era un borrador.
Las vigilancias e indagaciones de los agentes -«Éramos policías de vaqueros y suela», recuerda otro policía- llevaron hasta el propietario de la cartera,Jean-Louis Camerini, un peligroso delincuente fugado de la prisión francesa de Toulouse, que se había aliado con Ángel García Menéndez,quien telefoneaba a Raymond para exponer las exigencias de los secuestradores bajo el seudónimo de «Óscar».
Las pesquisas se aceleraron al haber indicios de que la niña podía resultar herida y se decidió utilizar lo que entonces era última tecnología policial, como balizas de radiofrecuencia; por mucho que un policía que en la actualidad es un importante mando afirme que «teníamos pocos medios, pero muchos cojones».
Ambos fueron finalmente detenidos y condenados junto a Constant Geurgoux, Sant Pierre Santoul y su esposa, Nadine Etienne, cuya hija era amiga de Melodie y compañera de colegio.
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