En la tarde del 15 de junio del 2008, Andrés Toro Barea falleció tras
recibir dos disparos realizados a menos de dos metros de distancia, el
segundo de ellos cuando ya se encontraba herido y caído en el suelo.
Ambos disparos fueron realizados por Natividad Cantero, de la que estaba
separado de hecho, y que se desplazó desde su domicilio en Sevilla
hasta el chalé de La Juliana.
El arma empleada era una pistola del calibre nueve milímetros que le había proporcionado unos años antes un tío político suyo, que luego fue incapacitado pero cuyo testimonio prestado en la fase de instrucción fue valorado por los miembros del jurado.
La sentencia consideró también probado que la mujer accedió al chalé valiéndose de un juego de llaves del inmueble que poseía a pesar de la separación conyugal, lo que le permitió acceder a la parcela y luego, «de forma sorpresiva», llegar hasta el salón de la vivienda donde se encontraba su marido, al que disparó sin que éste tuviera ocasión de defenderse.
La escasa distancia a la que se efectuaron los disparos, ambos dirigidos al pecho y uno cuando la víctima ya estaba tendida en el suelo, revelan «a la par un evidente ánimo de acabar con la vida de Andrés Toro, mermado de las posibilidades de defensa», lo que justifica que en su muerte concurra la circunstancia agravante de alevosía y, por tanto, la condena por el delito de asesinato. Avala este extremo el hecho de que los disparos fueron realizados «de forma sorpresiva e inesperada», cuando la víctima se hallaba descansando en el salón tras haber almorzado y viendo la tele.
La juez destacó la «prolija, lógica y bien fundada argumentación que los miembros del tribunal del jurado» dieron a las cuestiones que se le plantearon en el juicio, extrayendo las opiniones que vertieron en el veredicto de las declaraciones que se expusieron en el juicio.
Así, destacó la sentencia que el jurado valoró en la declaración del vigilante de La Juliana que aseguró que aquella tarde del 15 de junio del 2008 vio pasar a Natividad Cantero sobre las tres de la tarde -la data del crimen se fijó entre las dos y las cuatro-, el testimonio del tío político, que afirmó que ella confesó que había matado a su marido, o las declaraciones de otros testigos que aseguraron que la asesina había amenazado de muerte a Andrés Toro.
Dos tiros derribaron a Andrés Toro Barea, que cayó junto a la silla que había ocupado poco antes junto a su asesina. La casa estaba en perfecto orden, ninguna ventana ni la puerta habían sido forzadas. Es lo primero que llevó a la Policía a pensar que el directivo de banca, de 55 años, conocía a la persona que le disparó, a corta distancia, con una pistola de nueve milímetros en el hombro y el tórax.
Las sospechas apuntaron en un primer momento a alguien relacionado con el trabajo de Andrés, que ocupaba un alto cargo en el Centro Especial de Recuperaciones del BBVA de Andalucía occidental, encargado del cobro a morosos y la recuperación de créditos.
Pero el 31 de julio del 2008, el juez que instruyó el caso ordenó prisión preventiva para la esposa de Andrés, Natividad Cantero, de 52 años, acusada de homicidio, tenencia ilícita de armas, allanamiento de morada y revelación de secreto. El matrimonio llevaba un año separado y Andrés había iniciado los trámites del divorcio. El vigilante de la urbanización declaró haberla visto junto a su hijo en la escena del crimen en la hora previa al asesinato. El teléfono móvil del fallecido apareció en su poder. Además, el tío de la asesina acudió a la Policía y confesó haberle regalado años atrás una pistola del mismo calibre que la empleada en el homicidio.
El arma no apareció -se baraja que fuese arrojada al Guadalquivir- pero las piezas encajan. Tras tomar declaración a Natividad, el juez, Javier Carretero, del juzgado de instrucción número 1 de Sanlúcar la Mayor abrió diligencias contra la hija del matrimonio, Natividad Toro, de 31 años, por obstrucción a la justicia después de que varias personas presenciasen cómo trataba de convencer a su tío para que cambiase su declaración.
Andrés murió un domingo, el 15 de junio del 2008, sobre las cinco de la tarde. Horas antes, había estado «cortando una palmera de su casa» y se acercó a la garita de seguridad a tirar los restos, según relata Diego Jiménez, el vigilante de la urbanización La Juliana, a las afueras de Bollullos de la Mitación.
Desde que se separó de Natividad, Andrés vivía solo en un chalé de La Juliana. Su familia acudía «esporádicamente» a verle, recuerda el vigilante.
Diego estaba de guardia aquel día en la garita de entrada de la urbanización. «Fui la última persona en verle con vida, me comentó que a ver si le daba tiempo a terminar de arreglar el jardín porque esperaba visita», relató.
Entre las 16.00 y 16.15 horas, llegó la visita que esperaba Andrés. Eran su exmujer y su hijo. Entraron en la urbanización y se marcharon del lugar sobre las 17.00 horas, según cuenta Diego. «No apunté la matrícula del coche en el parte porque les conocemos», declaró el vigilante a la Policía.
Apenas había sangre debido a que los disparos fueron realizados a bocajarro y las balas, de pequeño calibre, quedaron alojadas en el cuerpo. Según el relato del vigilante, la reacción de la hija «no fue la esperada en esas circunstancias, ni se alteró hasta un rato después».
Dentro de la vivienda todo aparecía en su lugar, excepto un cajón que estaba revuelto. Según fuentes del caso, la asesina se llevó los papeles del chalé y unos documentos del BBVA. Tampoco se encontró el móvil del fallecido y faltaba un teléfono inalámbrico.
Varias horas después de que Andrés Toro fuera asesinado, alguien envió a la nueva pareja de Andrés, un mensaje en blanco desde el teléfono móvil del fallecido. Un mensaje al que, según fuentes del caso, dio cobertura el repetidor de telefonía que da servicio al Edificio Goles, un bloque de pisos en el centro de Sevilla donde vivía la exmujer de Andrés, la asesina Natividad Cantero Sánchez.
El arma empleada era una pistola del calibre nueve milímetros que le había proporcionado unos años antes un tío político suyo, que luego fue incapacitado pero cuyo testimonio prestado en la fase de instrucción fue valorado por los miembros del jurado.
La sentencia consideró también probado que la mujer accedió al chalé valiéndose de un juego de llaves del inmueble que poseía a pesar de la separación conyugal, lo que le permitió acceder a la parcela y luego, «de forma sorpresiva», llegar hasta el salón de la vivienda donde se encontraba su marido, al que disparó sin que éste tuviera ocasión de defenderse.
La escasa distancia a la que se efectuaron los disparos, ambos dirigidos al pecho y uno cuando la víctima ya estaba tendida en el suelo, revelan «a la par un evidente ánimo de acabar con la vida de Andrés Toro, mermado de las posibilidades de defensa», lo que justifica que en su muerte concurra la circunstancia agravante de alevosía y, por tanto, la condena por el delito de asesinato. Avala este extremo el hecho de que los disparos fueron realizados «de forma sorpresiva e inesperada», cuando la víctima se hallaba descansando en el salón tras haber almorzado y viendo la tele.
La juez destacó la «prolija, lógica y bien fundada argumentación que los miembros del tribunal del jurado» dieron a las cuestiones que se le plantearon en el juicio, extrayendo las opiniones que vertieron en el veredicto de las declaraciones que se expusieron en el juicio.
Así, destacó la sentencia que el jurado valoró en la declaración del vigilante de La Juliana que aseguró que aquella tarde del 15 de junio del 2008 vio pasar a Natividad Cantero sobre las tres de la tarde -la data del crimen se fijó entre las dos y las cuatro-, el testimonio del tío político, que afirmó que ella confesó que había matado a su marido, o las declaraciones de otros testigos que aseguraron que la asesina había amenazado de muerte a Andrés Toro.
Dos tiros derribaron a Andrés Toro Barea, que cayó junto a la silla que había ocupado poco antes junto a su asesina. La casa estaba en perfecto orden, ninguna ventana ni la puerta habían sido forzadas. Es lo primero que llevó a la Policía a pensar que el directivo de banca, de 55 años, conocía a la persona que le disparó, a corta distancia, con una pistola de nueve milímetros en el hombro y el tórax.
Las sospechas apuntaron en un primer momento a alguien relacionado con el trabajo de Andrés, que ocupaba un alto cargo en el Centro Especial de Recuperaciones del BBVA de Andalucía occidental, encargado del cobro a morosos y la recuperación de créditos.
Pero el 31 de julio del 2008, el juez que instruyó el caso ordenó prisión preventiva para la esposa de Andrés, Natividad Cantero, de 52 años, acusada de homicidio, tenencia ilícita de armas, allanamiento de morada y revelación de secreto. El matrimonio llevaba un año separado y Andrés había iniciado los trámites del divorcio. El vigilante de la urbanización declaró haberla visto junto a su hijo en la escena del crimen en la hora previa al asesinato. El teléfono móvil del fallecido apareció en su poder. Además, el tío de la asesina acudió a la Policía y confesó haberle regalado años atrás una pistola del mismo calibre que la empleada en el homicidio.
El arma no apareció -se baraja que fuese arrojada al Guadalquivir- pero las piezas encajan. Tras tomar declaración a Natividad, el juez, Javier Carretero, del juzgado de instrucción número 1 de Sanlúcar la Mayor abrió diligencias contra la hija del matrimonio, Natividad Toro, de 31 años, por obstrucción a la justicia después de que varias personas presenciasen cómo trataba de convencer a su tío para que cambiase su declaración.
Andrés murió un domingo, el 15 de junio del 2008, sobre las cinco de la tarde. Horas antes, había estado «cortando una palmera de su casa» y se acercó a la garita de seguridad a tirar los restos, según relata Diego Jiménez, el vigilante de la urbanización La Juliana, a las afueras de Bollullos de la Mitación.
Desde que se separó de Natividad, Andrés vivía solo en un chalé de La Juliana. Su familia acudía «esporádicamente» a verle, recuerda el vigilante.
Diego estaba de guardia aquel día en la garita de entrada de la urbanización. «Fui la última persona en verle con vida, me comentó que a ver si le daba tiempo a terminar de arreglar el jardín porque esperaba visita», relató.
Entre las 16.00 y 16.15 horas, llegó la visita que esperaba Andrés. Eran su exmujer y su hijo. Entraron en la urbanización y se marcharon del lugar sobre las 17.00 horas, según cuenta Diego. «No apunté la matrícula del coche en el parte porque les conocemos», declaró el vigilante a la Policía.
Apenas había sangre debido a que los disparos fueron realizados a bocajarro y las balas, de pequeño calibre, quedaron alojadas en el cuerpo. Según el relato del vigilante, la reacción de la hija «no fue la esperada en esas circunstancias, ni se alteró hasta un rato después».
Dentro de la vivienda todo aparecía en su lugar, excepto un cajón que estaba revuelto. Según fuentes del caso, la asesina se llevó los papeles del chalé y unos documentos del BBVA. Tampoco se encontró el móvil del fallecido y faltaba un teléfono inalámbrico.
Varias horas después de que Andrés Toro fuera asesinado, alguien envió a la nueva pareja de Andrés, un mensaje en blanco desde el teléfono móvil del fallecido. Un mensaje al que, según fuentes del caso, dio cobertura el repetidor de telefonía que da servicio al Edificio Goles, un bloque de pisos en el centro de Sevilla donde vivía la exmujer de Andrés, la asesina Natividad Cantero Sánchez.
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