Como todas las grandes historias, comparte parecidos con otras del pasado.
A Mercedes Martín Ayuso y a su hijo Daniel no les dio tiempo ni a ver la cara del asesino. Ella, de 41 años, y el niño, de once, acababan de salir de su casa en la urbanización Monteviejo III de Ventas de Retamosa (Toledo), un tranquilo pueblo de poco más de 3.000 habitantes. Cuando habían circulado unos 200 metros en su coche, a la altura de una rotonda, un individuo se acercó a la ventanilla del conductor y descerrajó ocho disparos a la mujer. Uno le impactó en la cabeza y otro en el pecho. A Daniel le entró una bala por la pierna. Eran las 8.45 de la mañana del 4 de mayo de 2018. Mercedes y su hijo menor se dirigían al colegio como cada mañana. Ella murió en el acto mientras el autor de los disparos huía.
Un crímen sacado de otra época, un móvil anclado en el odio, con un destierro de por medio e históricas familias mercheras implicadas: los hijos de Raimundo Medrano, el que fuera la mano derecha de Eleuterio Sánchez, «el Lute», considerado el enemigo público número dos durante el franquismo. Justicia del ojo por ojo y diente por diente, esa que no es justicia y se cobra vidas inocentes como la de Mercedes Martín Ayuso, que tuvo la mala fortuna de escuchar lo que no debía y de que la acusaran de mentiras. La investigación resultó brillante y rapidísima, cuajada además de colaboradores anónimos y certeros.
La mañana del crimen el asesino escapó en un Seat León gris. Daniel Bautista, el niño, pese a la conmoción de ver morir a su madre y quedar herido, se fijó en el coche y dio la marca y modelo a los agentes que llegaron al lugar. De la investigación se hizo cargo el Grupo de Personas de Policía Judicial de la Guardia Civil de Toledo. Las primeras hipótesis que se basaron en esas primeras horas fueron un ajuste de cuentas e incluso un crimen machista. El ex de Mercedes, padre del niño, y el que fuera su pareja, de origen marroquí, ambos fueron llamados a declarar.
Los agentes recurrieron a la investigación puerta a puerta al tiempo que revisaban cámaras de seguridad de la zona. Un vecino dio la primera clave. El día anterior se había fijado en un Seat León merodeando por la urbanización. Tanto le había llamado la atención que incluso entró en su casa dispuesto a tomar una foto del vehículo y del individuo. Cuando salió con la cámara fotográfica, había desaparecido. El primer número de la matrícula era un cero. «Supimos así que el supuesto autor había estado vigilando a la víctima para conocer sus rutinas».
Durante esa mañana reciben otra información valiosísima. Media hora después del crimen habían quemado un vehículo en la localidad madrileña de Torrejón de la Calzada que coincidía con la marca y modelo señalado. Una pareja de agentes se dirigieron al lugar y se encuentran con el tercer testimonio privilegiado. Había visto cómo prendían fuego en un coche en un descampado y cómo quien lo hizo huyó en otro turismo del que aportó la matrícula. Se fijó tanto porque el tipo salió de allí haciendo ruedas y casi le atropella.
Se envió una requisitoria sobre ese segundo coche especificando que estaba implicado en un homicidio. Eran las doce de la mañana, tres horas después del crimen. A las 16.30 horas, el asesino sufre un accidente en la A3 sentido Valencia, a la altura del kilómetro 264, en el término municipal de Fuenterrobles. El individuo, había recorrido unos 300 kilómetros, se quedó dormido y chocó contra un camión. Abandonó el coche y otro conductor lo recogió. Los agentes de la Guardia Civil de Valencia descubren que es el vehículo buscado por sus compañeros de Toledo. El conductor que lo había auxiliado, cuarto testigo colaborador, llama también al Instituto Armado porque el individuo le infunde desconfianza y cuenta que lo ha dejado en la estación de autobuses de Utiel (Valencia). Otra patrulla lo encuentra en ese apeadero.
Fue identificado como Raúl Romero Aparicio, de 39 años, un malagueño afincado en Barcelona, que había salido poco antes de prisión por un atraco. Acumulaba un largo historial de delitos contra el patrimonio, pero nada de sangre y se negó a declarar. En su bolsa de viaje además de la pistola guardaba un teléfono móvil y una tarjeta prepago. Desde ese terminal solo se había hecho una llamada, justo después del asesinato. «Lo lógico era pensar que se trataba de un sicario, pero también que se hubiera equivocado de persona porque Mercedes Martín Ayuso no tenía ni dinero ni antecedentes ni nada raro en su vida».
48 horas después Balística confirmó que los casquillos correspondían a la pistola hallada, pero el silencio del asesino a sueldo (reconocido por el testimonio al que casi atropelló) no ayudaba a cerrar el círculo. Los agentes averiguaron que Mercedes había trabajado como limpiadora en casa de una familia de mercheros de Las Ventas de Retamosa y que el móvil del supuesto sicario había sido activado junto a otro número una semana antes en una tienda de teléfonos regentada por un pakistaní en Badalona, muy cerca de la casa de Romero.
La familia de la víctima detalló que Mercedes había sido empleada en la casa de Luis del Castillo, alias "el Vaca", un conocido merchero del pueblo y que él y su mujer la habían amenazado. El Vaca y su esposa, María del Carmen Medrano,hija del famoso Raimundo Medrano, habían sido desterrados de las Ventas de Retamosa por los patriarcas mercheros y ellos culpaban a Mercedes de ese destierro. Su origen era, según ellos, que la limpiadora había hablado de más sobre las relaciones extramatrimoniales que tenía la pareja. En el caso de María del Carmen eso era más que una deshonra para los clanes.
El matrimonio acusó a la asistenta de haber hablado de más, y la culpaban de su destierro.
Del Castillo y Medrano, alejados a la fuerza por orden de los patriarcas, vivían muy cerca del sicario en Barcelona, dedicados a timos como el tocomocho y la estampita. El paquistaní de la tienda de Badalona reconoció al Vaca como el individuo que una semana antes del crimen había comprado dos móviles y dos tarjetas prepago. La Guardia Civil detuvo un mes después al matrimonio. Pero todavía faltaban colaboradores.
El sicario, también merchero, viajó desde Barcelona el día antes de ejecutar a Mercedes Martín, sin conocer la zona ni la víctima. Fue el cuñado de el Vaca, hermano de su mujer, quien le proporcionó los dos coches robados con los que se movió. Emilio Medrano también hijo de Raimundo Medrano, que vive a caballo entre Guadalajara y Toledo, también fue arrestado como cooperador necesario. Los agentes llevaron a cabo una quinta detención: la de la mujer del sicario. Gracias a las intervenciones telefónicas averiguaron que el matrimonio desterrado había pagado el abogado del asesino a sueldo, cuando éste ingresó en prisión y envió dinero a su esposa a cambio de su silencio.
Los Medrano, hijos de uno de los delincuentes quinquis más famosos de los años sesenta que fue condenado a muerte aunque se le conmutó la pena, y el Vaca aplicaron primero la ley del talión y después la del silencio, esas ancestrales que comparten gitanos y mercheros . Mercedes Martín Ayuso no pertenecía a ninguno de esos grupos, se ganaba la vida limpiando casas. Un año después, aún no se sabe cuánto pagó la familia merchera por el crimen para lavar su honor y su destierro.
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