El Graduado en Criminología es una persona que está capacitada para la prevención del delito, disminuir la criminalidad, estudiar al delincuente, hacer investigaciones y peritajes en determinada área.
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jueves, 18 de abril de 2024
Pastor de Iglesia Asesinó a su Familia al Completo
La promesa de la redención, de la liberación de nuestros pecados y de una vida mejor después de la muerte es algo que todas las religiones han inculcado a sus fieles en pos del aclamado Paraíso. Sin embargo, estos individuos, sabiéndolo conscientemente o no, acaban cayendo en la ‘tentación’ de que una vida eterna es posible si todo lo tienen bajo control. Esa forma de ver el destino es la que tenía John List, el parricida de Westfield al que las creencias le sobrepasaron.
El 9 de noviembre de 1971 fue un día infame para el pueblo estadounidense. Esa jornada acontecieron los hechos que posteriormente se conocerían como uno de los asesinatos en masa más desgarradores de la nación norteamericana, los cuales dejaron con el alma en un hilo a la comunidad de Westfield (Nueva Jersey).
El protagonista de esta historia es John List, un hombre de apariencia serena aunque extraña que tuvo una vida turbulenta en lo emocional y que, al no poder enfrentar sus demonios, decidió aniquilar a toda su familia.
Los detalles de los asesinatos, su planificación y los motivos que lo llevaron a cometer los crímenes son realmente atroces. Más aún, el impactante desapego con el que al poco tiempo rehizo su vida tras cometer el crimen “casi perfecto”.
Ésta es la historia del “Parricida de Westfield” y el curioso artículo que dio con su paradero 18 años después de sus asesinatos.
John Emil List nació en Bay City (Michigan, Estados Unidos) el 17 de septiembre de 1925. Único hijo de un matrimonio compuesto por una pareja de alemanes, desde pequeño su padre le inculcó la vida estricta y basada en creencias profundas, reafirmándole la idea de que quien cometía una infracción debía ser castigado.
Dada la devoción que sentía por sus padres y con el objetivo de seguir su ejemplo, John se volvió luterano y fue activo participante de las actividades de su iglesia. Incluso llegó a desempeñarse como profesor de la escuela dominical de su parroquia.
Junto con ser un ferviente religioso, el hombre era un patriota que decidió enrolarse en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, donde llegó a ser teniente. Tras el término de la guerra, ingresó a la Universidad de Michigan para estudiar Administración de Empresas, donde acabó por especializarse en Contabilidad.
Fue tras este período, a principios de los ’50 y durante una estadía en Virginia, que conoció a su primera esposa, Helen Morris Taylor, una viuda que había perdido a su marido en Corea y vivía cerca de John junto con su hija, Brenda. La joven vivió un tiempo con ellos pero posteriormente se casó y dejó el hogar.
Tras el matrimonio, la pareja se mudó al sector de Westfield en Nueva Jersey. Durante los cuatro años posteriores al enlace, la familia creció considerablemente: tuvieron a Patricia, un año después a John Jr. y dos años después a Frederick.
En los primeros años de la pareja, todo parecía color de rosas. John obtuvo un buen puesto en un banco local, lo que le dio una importante solvencia económica. Fue entonces que a Helen se le puso entre “ceja y ceja” que la familia se mudara a un hogar en el sector más acomodado de la ciudad: una mansión victoriana llamada Breeze Knoll que contaba con 19 habitaciones y un magnífico salón de baile. Sin duda, un lujo que List no podía costear solo.
Para comprarla, el hombre pidió un préstamo a su madre, Alma List, quien no dudó en ayudar a su hijo. Aunque puso una condición: ella se iría a vivir al departamento que incluía la casa en el tercer piso, el cual contaba con cocina, baño y todo lo necesario para tener una vida independiente.
Pese a que los primeros años fueron maravillosos, todo comenzaría a ir cuesta abajo seis años después de comprar el inmueble. Luego de un año de adquirir la mansión, John perdería su importante trabajo en el banco. Más tarde encontraría otros trabajos, de los cuales siempre era despedido, ya que se le consideraba alguien “raro” y que no tenía llegada con sus compañeros y jefes.
El dinero comenzaba a escasear, sobre todo, considerando el estilo de vida acomodado que llevaba la familia. John comenzó a sacar pequeñas cantidades de dinero de la cuenta de su madre, pero eso se hacía insostenible. Lo peor es que las creencias de List hacían impensable que él viviera en la pobreza, ya que eso en sí era considerado por él como un “pecado”.
Decidido a no revelar su realidad, el hombre continuó vistiéndose todas las mañanas como si fuera al trabajo. Se despedía de los niños, su mujer y su madre e iba a tomar el tren. Daba un par de vueltas, hacía hora y volvía a su hogar.
En medio de sus pensamientos tormentosos en torno al dinero, considerando que cada vez se acercaba más a estar en bancarrota, la esposa de John le confesó un secreto que cambiaría el rumbo de sus vidas.
Desde hace años, Helen se encontraba “ida”, “apagada”, sumergida en su alcoholismo y en una adicción a los tranquilizantes.
La razón detrás de su constante evasión se debía a una afección que luego reveló a su marido: la mujer sufría de sífilis, una enfermedad que había contraído de su primer marido y que le había transmitido a List, pero que había ocultado por vergüenza y miedo.
Asqueado por la situación y por ver a su mujer como “promiscua”, sumado a sus problemas económicos, el hombre comenzó a planear lo que sería un crimen casi perfecto.
En las primeras horas del 9 de noviembre de 1971, y como era costumbre todas las mañanas, John despertó a sus hijos Patricia, de 16 años; John Jr., de 15; y Frederick, de 13 años, para que se ducharan y bajaran a desayunar antes de ir a la escuela.
Conversó con ellos, miró sus rostros con detención y sonrió ante la dicha de compartir una amena mañana. Minutos más tarde, dejaron el hogar para atender a sus clases.
Poco después, Helen bajaría a tomar su café de la mañana y a conversar un rato con su esposo antes de que éste fuera al trabajo. Sin embargo, ese día todo sería distinto… mientras bebía de su taza, John le disparó sin reparos en la nuca, dándole muerte de inmediato. Tomó el cadáver, lo metió en un saco de dormir y lo arrastró hasta el salón de baile de la mansión, cuyo cielo estaba protegido por un fastuoso techo de cristal de colores.
A los pocos minutos subiría al tercer piso para conversar con su madre, Alma. Mientras ella se daba la vuelta, su hijo le disparó a un costado de la cabeza, matándola en ese instante. Al ser muy pesada, no pudo bajarla y la dejó tapada con una toalla en el lugar donde había caído producto del impacto.
Horas después su hija Patricia le pidió que la retirara antes de la escuela, ya que no se sentía bien. John accedió y la trajo de vuelta al hogar. Una vez dentro, su padre le disparó por detrás en la mandíbula con su antigua pistola 22, un recuerdo que había guardado de su tiempo en la guerra. Luego arrastró su cuerpo al salón de baile y la acostó cerca de su madre.
El siguiente en llegar fue Fred. John le disparó de la misma manera que a los demás y colocó su cuerpo junto a su hermana.
John Jr., en tanto, tuvo un partido de fútbol después de la escuela ese día. Su padre condujo hasta el lugar del encuentro y lo vio jugar, para luego llevarlo a casa. Una vez dentro de la cocina le disparó en la nuca, pero a diferencia de los otros miembros su hijo luchó por sobrevivir. John le disparó nueve veces más antes de arrastrarlo al salón de baile con el resto de su familia.
Tras dar muerte a los cinco miembros de su familia, John dijo una oración del himnario luterano sobre sus cuerpos. Limpió la sangre lo mejor que pudo, se sentó en el comedor y cenó. Cuando terminó levantó los platos, los limpió y se fue a dormir -como admitió más tarde- mejor que en años.
A la mañana siguiente, el padre bajó el aire acondicionado para preservar los cuerpos, encendió todas las luces y también la radio, con el objetivo de que quienes se acercaran a la casa creyeran que había gente en su interior. Luego se sentó y escribió una carta de confesión de cinco páginas a su pastor.
Por último, recortó su rostro de todas las fotos familiares que habían en la mansión, salió por la puerta y cerró con llave. Previamente, avisó al cartero, al lechero, a los profesores de sus hijos y a su jefe que junto a su familia dejarían de urgencia la ciudad por unas semanas, debido a que cuidarían a un familiar que estaba agonizando.
Condujo su auto hasta el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, lo dejó en el estacionamiento y tomó un bus de regreso a la ciudad. Una vez allí, tomó un tren con destino a Denver. Al llegar, solicitó una tarjeta de Seguridad Social a nombre de Robert Peter Clark. Consiguió un trabajo como cocinero de comida rápida y comenzó su nueva vida.
En agosto del año siguiente, en 1972, la mansión de los List se quemó por completo, en lo que se cree pudo haber sido un incendio provocado. Posteriormente, se descubrió que el techo de cristales de colores ubicado en el salón de baile estaba firmado por el mismísimo Louis Comfort Tiffany, heredero de la casa de joyería y orfebrería del mismo nombre.
Su valor ascendía a más de $100,000 dólares, dinero más que suficiente para haber resuelto los problemas económicos de John e incluso haberle dejado un monto considerable para nuevos proyectos.
Tras un mes sin saber nada de la familia List, un par de profesores de los niños fueron hasta la mansión para ver qué ocurría. Asistieron motivados por el docente de drama de Patricia, a quien la joven le había revelado poco antes que temía que su inestable padre “los matara a todos”.
Al no ver a nadie en el lugar, llamaron a la policía. Al ingresar, se encontraron con la trágica escena: una fila de cuerpos en descomposición y la carta de confesión de List.
En el documento, el hombre señaló que tras los asesinatos quedó “en manos de la justicia y misericordia de Dios”, quien pudo ayudarlo en sus momentos de angustia, “pero aparentemente consideró oportuno no responder a mis oraciones”. A ello, agregó que mató a sus familiares por la espalda y de forma rápida para que no sufrieran. Añadió que había planeado cometer los crímenes el primero de noviembre, “un día apropiado para que lleguen al cielo”, pero sus planes se retrasaron según informó la agencia Associated Press.
Finalmente, dijo que había matado a su familia para “salvar sus almas”, ya que tenía algunas preocupaciones sobre el rumbo alejado de lo cristiano que tomaban sus vidas. Era el caso de su esposa, que había dejado de ir a la Iglesia, y de Patricia, quien estaba encantada con estudiar teatro, una carrera indigna ante los ojos de John.
La policía montó un largo operativo para dar con el paradero del parricida. Siguieron las pistas: el auto, posibles vuelos fuera de la ciudad, avisos de “Se Busca”… pero nada parecía ayudar. El rastro de John se había desvanecido, y permaneció así por meses. Tanta fue la falta de pistas sobre su ubicación, que al cabo de unos meses el caso fue cerrado.
Así se mantendría por otros 18 años, en los que John, bajo el nombre de Robert Clark, rehizo su vida. Se volvió a casar con una mujer llamada Dolores, encontró un trabajo estable como contador y tenía una buena vida.
No obstante, su caso volvería a hacer noticia. En 1989, el recordado programa de televisión America’s Most Wanted (AMW) fue objeto de estudio de la policía de Union, el condado al que correspondía el caso. El capitán Frank Marranca pensó que el show sería el gancho perfecto para que una audiencia más amplia conociera los crímenes de List y, con suerte, ayudaran a dar con el paradero del parricida.
Si bien inicialmente fue rechazado por ser un caso “demasiado frío”, al llevar 18 años sin resolverse, no fue sino hasta que John Walsh se enteró de los asesinatos que estos finalmente llegaron a la TV.
Walsh, creador y conductor de AMW, tenía una especial fijación por contar la trágica historia de la familia List y llevar a John a la justicia.
Para hallar a List, Walsh sabía que se necesitaba una imagen actualizada del parricida, es decir, de cómo luciría en pleno 1989.
De modo de complementar las imágenes estándar de reconstrucción facial utilizadas por la policía, pidió al escultor forense Frank Bender que creara un peculiar artículo: un busto de John que representara cómo se vería en aquellos días.
Un aspecto clave fue la elección de los lentes que llevaría el busto. Walsh, quien había estudiado imágenes e incluso había solicitado un perfil psicológico de List, sabía que el padre utilizaría un modelo bastante específico.
Recorrió varias tiendas de segunda mano que vendieran lentes y buscó un par que fuera conservador, con marcos oscuros y gruesos. Precisamente, su obsesión por estos detalles harían del busto de Walsh el “arma” que halló al asesino.
El día en que el programa sobre List se estrenó en America’s Most Wanted, el 21 de mayo de 1989, un par de televidentes quedaron boquiabiertas. Se trataba de Wanda Flanery y su hija Eva Mitchell, quienes al ver el busto descubrieron que éste lucía idéntico a su vecino… Robert Clark. Poco después, Flanery tomó el teléfono y llamó al número que entregó el programa para reunir pistas en torno a List.
Once días después de la llamada, el FBI llegó hasta la casa de Clark en Richmond, Virginia. Atendió su esposa Dolores, quien les comentó que estaba en el trabajo. Al poco rato se enfrentaron al parricida, quien afirmó que no era John List.
Pese a ello, tras un par de pruebas de reconocimiento de huellas se determinó que el hombre en cuestión era, en efecto, uno de los criminales más buscados por la agencia federal. John fue arrestado y acusado de cinco cargos de asesinato en primer grado.
Tras un juicio en su contra iniciado en abril de 1990, casi 19 años después de los asesinatos, el jurado lo declaró culpable de los cinco cargos. Fue sentenciado a cinco cadenas perpetuas consecutivas, pese a que Walsh buscaba que lo sometieran a la pena de muerte.
Muchos de los investigadores e involucrados en el juicio, incluido Walsh, afirman que la increíble precisión del busto realizado por Bender fue absolutamente clave en hallar al culpable de los crímenes. A modo de recordatorio de este emblemático caso, el presentador de TV mantuvo el busto en su oficina durante muchos años.
Finalmente, el 21 de marzo de 2008, tras 18 años en prisión, John Emil List falleció a los 82 años producto de complicaciones derivadas de una neumonía. Murió en custodia policial en el Centro Médico Saint Francis de Trenton, en New Jersey, 37 años después de haber cometido uno de los crímenes más desalmados de los que tenga noción el país norteamericano.
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