Policía Nacional y Guardia Civil han publicado sendos avisos pidiendo la colaboración ciudadana para localizar a Fernando Iglesias Espiño, un preso de la cárcel de Pereiro De Aguiar (Orense) que el pasado 13 de agosto no regresó al centro penitenciario tras un permiso de fin de semana.
Los cuerpos de seguridad han publicado imágenes reciente del reo, condenado a 54 años de prisión por asesinar a su mujer y a sus dos hijos, de 18 y 12 años, en 1996. El fugado había cumplido ya 22 de los 25 años que como máximo puede pasar en la cárcel según el código vigente en 1998, cuando se emitió la sentencia.
Iglesias Espiño estaba en régimen abierto. Salía todos los fines de semana. Disfrutaba de su décimo permiso de este este año,y su conducta había sido correcta hasta el momento. “Cabe la posibilidad de que no quisiera volver o que le pasara algo. Todas la hipótesis son posibles”, explicaba el domingo el subdelegado del Gobierno en Orense, Emilio González Afonso.
Tenía 41 años cuando ingresó en la cárcel. Iglesias, de origen gallego, trabajaba entonces de taxista. Cumplía su pena en el módulo del centro penitenciario donde se encuentran los presos en régimen de semilibertad. Entre semana también podría haber salido cada día si tuviera empleo, pero no tenía.
Ahora tiene 63 años. Al haber quebrantado el tercer grado, se expone a una nueva condena de entre 3 y 6 meses y a perder todos sus privilegios penitenciarios.
En 1996 protagonizó uno de los crímenes más macabros que se recuerdan en Canarias, asesinando a su mujer y a sus dos hijos con un pico de obra. Pasó la noche con los cuerpos y al día siguiente avisó a la policía. Tuvo lugar en el barrio de Jimánar de Las Palmas de Gran Canaria, una de las zonas más marginales de la ciudad. 22 años después, los vecinos todavía se acuerdan.
El parricida de Jimánar es el cuarto reo en busca y captura del verano. Junto a él los agentes tratan de cazar a Benito Ortiz, fugado la semana pasada de la cárcel de Zuera. Cumplía 20 años de condena por secuestro e intento de asesinato.
Sí consiguieron atrapar a Guillermo Fernández Bueno que, con una condena de 22 años por violación y asesinato, trató de huir durante un permiso. Le cogieron en Senegal el 30 de julio, mismo día que perdían la pista de Santiago Izquierdo, que tampoco regresaba de su permiso, apareció 10 días después en un piso de León.
Iglesias, con 41 años entonces, acabó con su familia en la noche del 15 de octubre de 1996. Su esposa tenía 39 años, su hija 18 y su hijo 12. Tras la enésima discusión y dos carajillos de ron, se fue al armario de las herramientas, cogió una picareta de las que se usan en la construcción y golpeó a su esposa, que estaba en la cocina.
Después siguió con su hija mayor, que veía la televisión en el salón, y continúo con el pequeño, que estaba en su cuarto y se había despertado por el ruido de los golpes infligidos a su madre y a su hermana, rematando luego a las dos mujeres con un cutter de grandes dimensiones, según los hechos probados de la sentencia.
Después de perpetrar los tres asesinatos, Iglesias dejó la picareta en el fregadero y se sentó a beber más ron. Se quedó dormido hasta que al día siguiente, unas 15 horas después de la masacre, se despertó y llamó a la policía.
En los brazos tenía dos cortes por los que recibió atención hospitalaria. Declaró que se los había hecho con la finalidad de quitarse la vida, pero el jurado no creyó que fuera en serio y, por esa razón, la sentencia no incluyó el intento de suicidio en los hechos probados.
La declaración del acusado en el juicio fue bastante explícita e ilustrativa de lo que hizo: "los maté porque me pusieron de muy mala leche y me cegué", recogen las crónicas de la época sobre el interrogatorio de los abogados y del fiscal. El representante del ministerio público fue Vicente Garrido, hoy fiscal superior de Canarias.
Los cuerpos de seguridad han publicado imágenes reciente del reo, condenado a 54 años de prisión por asesinar a su mujer y a sus dos hijos, de 18 y 12 años, en 1996. El fugado había cumplido ya 22 de los 25 años que como máximo puede pasar en la cárcel según el código vigente en 1998, cuando se emitió la sentencia.
Iglesias Espiño estaba en régimen abierto. Salía todos los fines de semana. Disfrutaba de su décimo permiso de este este año,y su conducta había sido correcta hasta el momento. “Cabe la posibilidad de que no quisiera volver o que le pasara algo. Todas la hipótesis son posibles”, explicaba el domingo el subdelegado del Gobierno en Orense, Emilio González Afonso.
Tenía 41 años cuando ingresó en la cárcel. Iglesias, de origen gallego, trabajaba entonces de taxista. Cumplía su pena en el módulo del centro penitenciario donde se encuentran los presos en régimen de semilibertad. Entre semana también podría haber salido cada día si tuviera empleo, pero no tenía.
Ahora tiene 63 años. Al haber quebrantado el tercer grado, se expone a una nueva condena de entre 3 y 6 meses y a perder todos sus privilegios penitenciarios.
En 1996 protagonizó uno de los crímenes más macabros que se recuerdan en Canarias, asesinando a su mujer y a sus dos hijos con un pico de obra. Pasó la noche con los cuerpos y al día siguiente avisó a la policía. Tuvo lugar en el barrio de Jimánar de Las Palmas de Gran Canaria, una de las zonas más marginales de la ciudad. 22 años después, los vecinos todavía se acuerdan.
El parricida de Jimánar es el cuarto reo en busca y captura del verano. Junto a él los agentes tratan de cazar a Benito Ortiz, fugado la semana pasada de la cárcel de Zuera. Cumplía 20 años de condena por secuestro e intento de asesinato.
Sí consiguieron atrapar a Guillermo Fernández Bueno que, con una condena de 22 años por violación y asesinato, trató de huir durante un permiso. Le cogieron en Senegal el 30 de julio, mismo día que perdían la pista de Santiago Izquierdo, que tampoco regresaba de su permiso, apareció 10 días después en un piso de León.
Iglesias, con 41 años entonces, acabó con su familia en la noche del 15 de octubre de 1996. Su esposa tenía 39 años, su hija 18 y su hijo 12. Tras la enésima discusión y dos carajillos de ron, se fue al armario de las herramientas, cogió una picareta de las que se usan en la construcción y golpeó a su esposa, que estaba en la cocina.
Después siguió con su hija mayor, que veía la televisión en el salón, y continúo con el pequeño, que estaba en su cuarto y se había despertado por el ruido de los golpes infligidos a su madre y a su hermana, rematando luego a las dos mujeres con un cutter de grandes dimensiones, según los hechos probados de la sentencia.
Después de perpetrar los tres asesinatos, Iglesias dejó la picareta en el fregadero y se sentó a beber más ron. Se quedó dormido hasta que al día siguiente, unas 15 horas después de la masacre, se despertó y llamó a la policía.
En los brazos tenía dos cortes por los que recibió atención hospitalaria. Declaró que se los había hecho con la finalidad de quitarse la vida, pero el jurado no creyó que fuera en serio y, por esa razón, la sentencia no incluyó el intento de suicidio en los hechos probados.
La declaración del acusado en el juicio fue bastante explícita e ilustrativa de lo que hizo: "los maté porque me pusieron de muy mala leche y me cegué", recogen las crónicas de la época sobre el interrogatorio de los abogados y del fiscal. El representante del ministerio público fue Vicente Garrido, hoy fiscal superior de Canarias.
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