Se la perdió de vista apenas unos días antes de la desaparición de Toñi, Miriam y Desireé, las niñas de Alcàsser, y este suceso con el triste final ya conocido ocupó durante meses y años el interés de los medios de comunicación en detrimento de su desaparición.
Gloria Martínez era una joven de 17 años de pelo castaño y miope. Vivía junto a sus padres, Álvaro Martínez e Isabel Ruíz, en el barrio alicantino de Florida de Portazgo. Un buen barrio de la ciudad levantina. Era una chica absolutamente normal, pero desde los 14 años padecía problemas de ansiedad que la generaban insomnio e incluso problemas alimenticios. La psiquiatra que la trataba, María Victoria Soler, recomendó a sus padres su ingreso en la clínica Torres de San Luis, de la localidad alicantina de L’Alfàs del Pi.
La clínica pretendía ser un centro de reposo para famosos, cobraba a sus pacientes un millón de pesetas, seis mil euros, al mes y estaba rodeada por un frondoso bosque, de difícil acceso por la noche sin luz artificial. Pretendía ser una réplica de Incosol, la famosa clínica que había creado en Marbella el yerno de Franco, el Marqués de Villaverde Cristóbal Martínez-Bordiú, en 1975. Puede que en el ánimo de Victoria Soler influyese el hecho de que ella perteneciese al Consejo de Administración de Zapico, la empresa propietaria de la clínica.
La tarde del 29 de octubre de 1992, los padres de Gloria realizan el ingreso. Esa noche,Gloria Martínez Ruíz era la única paciente. Nada más ingresar el personal de la clínica la ató de pies y manos a la cama, para evitar que se autolesionase, según declararon luego ante el juez. Añadieron que Gloria fue sedada con Haloperidol, Largactil y Sinogan en una dosis considerable. La joven habría despertado de madrugada y pidió que la desatasen para ir al baño.
Según los mismos testigos, cuando una de las auxiliares iba a pedir ayuda, la joven escapó por una ventana abierta de la habitación, un primer piso. Después, descalza, en pijama, drogada, desorientada y sin gafas para ver, habría saltado la tapia del centro, de dos metros de altura, y se perdió en la noche.
La Guardia Civil registró la clínica y el bosque; se vaciaron acequias y pozos y se inspeccionaron las fosas sépticas. Los padres inundaron la provincia con fotos e iniciaron una campaña mediática. El mismo día de su desaparición la joven dejó escrito, con letra irregular y temblorosa, producto de los estupefacientes como confirmaría después el informe de los peritos: “Me da miedo pensar que estoy muriendo y la única luz está cerca de mí, Dios Mío”.
Esa noche solo estaban en la clínica un vigilante, una enfermera y el matrimonio de guardeses búlgaros. En febrero de 1993 extrabajadores de la clínica denunciaron que Gloria nunca salió de la clínica. El asunto tenía sentido. ¿Cómo es posible que en la oscuridad de la noche una joven drogada y descalza saltase un muro que en sus zonas más bajas medía dos metros? Algunos vecinos de la zona aseguraron que oyeron pisadas en la madrugada sobre la gravilla lo que hizo ladrar a los perros. Este testimonio junto al de un trabajador de una gasolinera de la cercana localidad de Altea que aseguró haber visto a una joven de sus características llamar por teléfono. Por otro lado, un hombre aseguró haber compartido la tarde del día 30 con unos jóvenes franceses y Gloria en un camping de la misma localidad. Ninguno de estos testimonios sirvió para encontrar nada.
Dos años más tarde, en 1994, durante un tercer registro, se encontró en un agujero de la pared, en la zona de la enfermería, una bolsa de plástico con ropa interior y un cinturón de la joven que había pasado inadvertida durante los dos anteriores registros. Finalmente, la investigación no pudo concluir con resultados y se cerró en el año 2000. Sin embargo, gracias al Proyecto Fénix, base de datos de ADN de los desaparecidos, si en algún momento apareciese un resto susceptible de pertenecer a Gloria se podría cotejar.
La clínica fue vendida y adquirida por una empresa de Madrid, y los anteriores propietarios fueron condenados por la Audiencia Nacional en 2008 a pagar una indemnización de 104.000 euros a la familia Martínez. Previamente, habían sido condenados a pagar sólo 60.000 euros por el Juzgado de Instrucción número 1 de Alicante. La cantidad se justificó en que no había cadáver y la joven no había sido declarada muerta. Sin embargo, la Audiencia consideró que el daño provocado a las familias era superior a si ella hubiese muerto. María Victoria Soler, sigue ejerciendo como psiquiatra a día de hoy, pero tal vez al igual que quienes fueron las enfermeras y personal que ocultaron los hechos en la clínica Torres de San Luís la noche en que a Gloria Martínez Ruíz se le perdió la pista por el más que posible homicidio oculto y camuflado en una huida inverosímil, deberían estar ante la justicia.
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