El Graduado en Criminología es una persona que está capacitada para la prevención del delito, disminuir la criminalidad, estudiar al delincuente, hacer investigaciones y peritajes en determinada área.
martes, 11 de julio de 2023
El Asesino de la Cadena Verde, Robert Napper
Caroline y su hijo de dos años caminaban por uno de los senderos del Green Chain Walk: era festivo y tenían por delante un bonito día de barbacoa. A mitad de camino, el sonido de unas pisadas alertó a la joven, pero cuando quiso darse la vuelta, un hombre la estranguló con una cuerda y la tiró al suelo.
A partir de ahí, el individuo golpeó, vejó y violó brutalmente a la mujer sin que le frenase el hecho de tener al niño justo delante. Fueron unos minutos eternos, en los que Caroline pidió clemencia al violador para que no la matara. No lo hizo y huyó. Ella salvó su vida, no así Rachel Nickell, la primera víctima mortal de Robert Napper, a la que infligió un sádico ritual criminal.
Robert Clive Napper, nacido el 25 de febrero de 1966 en Erith (al sureste de Londres), aunque criado en Plumstead, tuvo una infancia problemática y desestructurada a causa de un padre violento y maltratador. Brian Napper golpeaba diariamente a su madre Pauline sin que el pequeño pudiese hacer nada al respecto. Hasta que llegó el divorcio. Tenía nueve años.
Sin embargo, aquel respiro duró poco porque su madre llevó a Robert y a sus tres hermanos a un hogar de acogida. Lo peor estaba por llegar: su inusual comportamiento reveló que sufría de esquizofrenia paranoide y síndrome de Asperger. Durante seis años, el pequeño estuvo bajo tratamiento psiquiátrico en el hospital Maudsley.
Ya en la pubertad, Robert fue víctima de abusos sexuales por parte de un amigo de la familia en plenas vacaciones y, a partir de aquel día, el niño cambió. Su madre reconoció años más tarde que su hijo se volvió más introvertido, obsesivamente ordenado y solitario, que solo salía de su habitación para intimidar a sus hermanos y para espiar a su hermana cuando se cambiaba de ropa. La situación en el colegio tampoco era del todo favorable: sus compañeros se burlaban de sus manchas faciales, era “despreciado” y “nadie quería sentarse a su lado en clase”, reconoció un antiguo compañero de clase.
Su primer delito, según consta en los registros policiales, lo cometió a los veinte años por posesión de una pistola de aire comprimido en un lugar público. Pero todo quedó en una multa.
Un tiempo después, Robert confesó a su madre haber violado a una mujer en el parque de Plumstead Common. Sin más detalles, Pauline lo notificó a las autoridades quienes, pese a la investigación inicial, cerraron el caso por no tener evidencia alguna de dicha agresión sexual.
Los agentes no se esforzaron demasiado porque, de haberlo hecho, se habrían percatado de que, ocho semanas antes, una mujer de 31 años había denunciado una violación en su casa y delante de sus hijos. Según su testimonio, un hombre enmascarado y armado con un cuchillo se coló por la puerta trasera y la atacó.
Bajo aquella apariencia de normalidad, Robert escondía una personalidad sádica, cruel y violenta caracterizada por una impotencia sexual que, sumada a su falta de habilidades sociales, impedía cualquier relación con el género femenino. Esto derivó en un alto grado de frustración y en la premeditación de cada agresión sexual, también de cada asesinato.
Para ello comenzó un registro metódico de las posibles víctimas a las que previamente acechaba: apuntaba sus nombres y dónde vivían en la página correspondiente del callejero londinense.
La zona seleccionada para llevar a cabo sus fechorías no fue producto del azar, sino que fue elegida a propósito para esconderse con mayor facilidad y pasar desapercibido. Se trataba del Green Chain Walk (paseo de la Cadena Verde), una serie de caminos frondosos que unen gran parte del sureste de Londres entre el río Támesis y el Crystal Palace Park, y cuya área preferida era Plumstead Common. De ahí su apodo, ‘The Green Chain Walk Killer’, el asesino de la cadena verde.
En los meses previos al primer asesinato, en julio de 1992, Robert intensificó sus ataques y asaltó a cinco mujeres, tres adultas y dos menores, armado con un cuchillo y un cable. Durante los mismos, ejerció una extrema violencia y sadismo hasta dejarlas inconscientes. Una de ellas fue la citada Caroline, asaltada en el mes de mayo cuando se dirigía a una barbacoa en compañía de su hijo.
“No dejó de golpearme. Puso una cuerda alrededor de mi cuello y siguió golpeándome en la cabeza”, relató posteriormente la superviviente a los investigadores. Dos meses más tarde, Rachel Nickell no correría la misma suerte.
El 15 de julio de 1992, Rachel Nickell, de 23 años, paseaba por Wimbledon Common junto a su hijo Alexander, de cuatro años, cuando Robert salió de entre los arbustos y la atacó con un cuchillo. La apuñaló 49 veces con tal frenesí, que una de las cuchilladas a punto estuvo de decapitarla. Tras matarla, el asesino continuó infligiendo heridas por todo el cuerpo y, a continuación, la violó. La terrible escena fue presenciada por el pequeño quien, tras la huida del asesino, no dejó de suplicarle a su madre que se levantase mientras la abrazaba y colocó sobre la frente de ella un ticket de cajero automático a modo de querer curarla.
La policía inició las pesquisas pertinentes en busca del autor del crimen. Según el testimonio de algunos testigos se trataba de un varón blanco y 170 cm de altura, habitual del Green Chain. Una descripción que coincidía con el violador en serie que llevaba meses actuando en la zona.
Además, dos vecinos señalaron directamente a Robert Napper como el posible sospechoso de estos asaltos sexuales y, por tanto, del crimen de Rachel. Con esta información, la policía acudió a su domicilio, habló con él y le pidieron que se personase en comisaría para dar una muestra de sangre. No se presentó. Así que lo visitaron por segunda vez, sin éxito alguno.
Unas semanas más tarde, las autoridades eliminaron a Robert de la lista de sospechosos porque su altura, que era de 188 centímetros, no coincidía con la proporcionada por los testigos. Tampoco sirvió de nada que, en octubre de ese mismo año, lo arrestaran por acosar a una mujer y que lo condenasen por posesión de armas o que el tribunal llegase a catalogarlo como “una amenaza inmediata para sí mismo y para el público”. Napper tan solo fue sentenciado a ocho semanas de prisión: su perfil no parecía encajar con el de un violador en serie.
En julio de 1993 se produjo una nueva denuncia por acechamiento: un matrimonio vio como un joven espiaba a su vecina y el marido siguió al individuo hasta su domicilio. Tras apuntar el nombre y la dirección informó de ello a la policía. Una patrulla acudió nuevamente al domicilio de Robert y el agente que lo entrevistó, apuntó lo siguiente: “Sujeto extraño, anormal, debe ser considerado como un posible violador, sospechoso de indecencia”.
Pero los agentes se centraron en otro sospechoso, Colin Stagg, con pruebas circunstanciales que presuntamente lo situaban en la escena del crimen de Rachel Nickell. Aquel error garrafal supondría una nueva tragedia.
Mientras Colin Stagg permanecía en prisión provisional, Robert Napper cometió un nuevo doble crimen, el de Samantha Bisset, de 27 años, y el de su hija Jazmine, de cuatro, a las que llevaba acechando varios días.
El 3 de noviembre de 1993, Robert llamó a la puerta de los Bisset. Sabía que el marido no estaba y que pillaría a Samantha Bisset y a su hija Jazmine solas. Cuando la mujer abrió la puerta, el asesino la acuchilló en el torso derrumbándose ipso facto. Acto seguido, arrastró su cuerpo hasta el dormitorio del piso de arriba donde le asestó 70 puñaladas, la agredió sexualmente y la asfixió con un cable. Después, mutiló su cuerpo, le extrajo parte de sus órganos y guardó el útero a modo de trofeo.
Tras el crimen de la madre, Robert fue a por la hija, a la que también violó antes de matarla y colocó su cadáver sobre la cama rodeado de sus juguetes. La escena era dantesca y causó un fuerte impacto psicológico en los agentes que encontraron los cuerpos.
Transcurrieron seis meses hasta que los investigadores vincularon los asesinatos de Samantha y Jazmine Bisset con Robert Napper gracias a una huella dactilar. Tras su arresto, en mayo de 1994, registraron su casa y descubrieron, entre otras armas, cuerdas de sujeción, una pistola calibre 22, 244 balas, dos cuchillos y una ballesta.
Además, hallaron hojas con apuntes sobre cómo perpetrar torturas y mutilaciones, a las que denominaba “El camino de Mengele”, en referencia al famoso médico nazi y sus experimentos quirúrgicos en los campos de concentración; también había un diccionario con palabras marcadas con un asterisco (carcasa, infierno, holocausto, inmolar, necrópolis, regicidio, valquiria), y un callejero de Londres donde registraba nombres de mujeres, direcciones y hacía anotaciones. Hubo dos frases en particular que llamaron la atención de la policía: “Perra asquerosa empapada” y “film transparente en las piernas”.
Robert Napper primeramente solo confesó los crímenes que se le imputaron, en ese momento los de Samantha y Jazmine Bissett y pese a haberse identificado a otras 86 víctimas, cuando los investigadores obtuvieron pruebas forenses para llevarlo a los tribunales en 1995. Esto es, su ADN en los cuerpos de las víctimas. Por ello la justicia condenó de asesinato al violador, aunque con la eximente de responsabilidad reducida, lo que significaba que el asesino no pisaría la cárcel, sino que sería enviado a un hospital psiquiátrico y puesto bajo tratamiento mental.
Al año siguiente,Colin Stagg fue absuelto del asesinato de Rachel Nickell por falta de pruebas. Jamás encontraron un indicio fehaciente de su participación en el crimen, porque él no había sido. Tuvo que llegar el año 2008 y nuevos análisis de ADN para que la policía vinculara a Robert Napper con este caso.
Ante las evidencias irrefutables, el violador Robert Napper admitió los hechos y fue declarado culpable por segunda vez de homicidio involuntario por motivos de responsabilidad disminuida. “Podrían estar vivos hoy si la policía no hubiera estado tan ciegamente enfocada en Colin Stagg”, se quejaba el padrastro de Samantha Bisset, Jack Morrison.
No era para menos, la investigación policial había sido un verdadero fiasco, plagado de errores y oportunidades perdidas para detener al verdadero asesino. Aun teniendo al autor delante, los agentes no supieron verlo. Tampoco dieron veracidad a la súplica de una madre que denunció a su hijo por violador.
Por esta razón,su madre Pauline desterró de su pensamiento a Robert. “Es demasiado doloroso”, declaró a los medios, “es una parte de mi vida que quedó atrás hace mucho tiempo y no deseo que nunca me la recuerden”. Porque con sus terribles actos, aquel hijo no había traído más que vergüenza y tormento a este mundo, y, saberlo, se le hacía algo insoportable.
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