Pinta, escribe, lee y en noviembre del 2005 se casó. Todo, sin salir de la prisión. Andrés Rabadán, de 43 años, conocido como el asesino de la ballesta --por el arma utilizada para matar a su padre en el año 1994--, se casó en noviembre del 2005 en la prisión de Brians (Barcelona) con una auxiliar de enfermería a la que conoció en la cárcel de Quatre Camins (Barcelona).
Era el día 6 de febrero de 1994 cuando Andrés Rabadán, un joven local que contaba 21 años, mataba a su padre disparándole tres flechas con una ballesta medieval que el joven se había regalado a sí mismo por Navidad, tras lo que parecía ser una disputa familiar.
El joven Andrés Rabadán sorprendió a todo el mundo confesando también la autoría por los sabotajes que habían sufrido determinadas líneas de tren a lo largo de diversos tramos de la comarca barcelonesa del Maresme, lo que provocó que varios convoyes descarrilaran peligrosamente, afortunadamente sin dejar víctimas.
Durante meses, varias poblaciones aledañas estuvieron en vilo ante los constantes accidentes que se sucedían y que a todas luces parecían intencionados. La policía, alertada por los continuos desperfectos en las líneas de tren, recibió cartas anónimas que amenazaban con más ataques, por lo que se llegó a especular con la posibilidad de que se tratara de una red de saboteadores que operaban de forma coordinada. Pero la solución al caso era mucho más sencilla.
El modus operandi de Andrés era el siguiente: el joven se acercaba al punto escogido de las vías (un lugar normalmente situado entre dos localidades vecinas y alejado de la vista de curiosos que pudieran ahuyentarle), daba dos vueltas de rosca a uno de los tornillos y luego se iba. Al día siguiente, volvía al mismo sitio, continuaba desenroscando el mismo tornillo; y volvía a huir. El motivo por el que procedía de esta manera era porque sabía que si se quedaba mucho rato quitando los tornillos se exponía a que alguien lo descubriera. Su retorcido plan pasaba también por serrar los raíles, para luego enmascararlo juntándolos con un trozo de cinta aislante para que pareciera que no habían sido dañados.
El investigador especializado en criminología Francisco Pérez Abellán sostiene que “Andrés Rabadán disfrutaba haciendo ostentación de su inteligencia y que los descarrilamientos eran su forma de llamar la atención. En unas declaraciones ante el juez, en marzo de 1995, Rabadán manifestó que no sabía exactamente el motivo por el que lo hizo, pero que tenía en la cabeza la idea de que todo el mundo estaba en su contra, además de que estaba plenamente convencido de que a los pasajeros de los trenes no les iba a pasar nada, ya que él lo tenía todo controlado. Una vez detenido, los sabotajes cesaron.
Era el día 6 de febrero de 1994 cuando Andrés Rabadán, un joven local que contaba 21 años, mataba a su padre disparándole tres flechas con una ballesta medieval que el joven se había regalado a sí mismo por Navidad, tras lo que parecía ser una disputa familiar.
El joven Andrés Rabadán sorprendió a todo el mundo confesando también la autoría por los sabotajes que habían sufrido determinadas líneas de tren a lo largo de diversos tramos de la comarca barcelonesa del Maresme, lo que provocó que varios convoyes descarrilaran peligrosamente, afortunadamente sin dejar víctimas.
Durante meses, varias poblaciones aledañas estuvieron en vilo ante los constantes accidentes que se sucedían y que a todas luces parecían intencionados. La policía, alertada por los continuos desperfectos en las líneas de tren, recibió cartas anónimas que amenazaban con más ataques, por lo que se llegó a especular con la posibilidad de que se tratara de una red de saboteadores que operaban de forma coordinada. Pero la solución al caso era mucho más sencilla.
El modus operandi de Andrés era el siguiente: el joven se acercaba al punto escogido de las vías (un lugar normalmente situado entre dos localidades vecinas y alejado de la vista de curiosos que pudieran ahuyentarle), daba dos vueltas de rosca a uno de los tornillos y luego se iba. Al día siguiente, volvía al mismo sitio, continuaba desenroscando el mismo tornillo; y volvía a huir. El motivo por el que procedía de esta manera era porque sabía que si se quedaba mucho rato quitando los tornillos se exponía a que alguien lo descubriera. Su retorcido plan pasaba también por serrar los raíles, para luego enmascararlo juntándolos con un trozo de cinta aislante para que pareciera que no habían sido dañados.
El investigador especializado en criminología Francisco Pérez Abellán sostiene que “Andrés Rabadán disfrutaba haciendo ostentación de su inteligencia y que los descarrilamientos eran su forma de llamar la atención. En unas declaraciones ante el juez, en marzo de 1995, Rabadán manifestó que no sabía exactamente el motivo por el que lo hizo, pero que tenía en la cabeza la idea de que todo el mundo estaba en su contra, además de que estaba plenamente convencido de que a los pasajeros de los trenes no les iba a pasar nada, ya que él lo tenía todo controlado. Una vez detenido, los sabotajes cesaron.
Meses más tarde, se produce el parricidio
El motivo que ocasionó la discusión que desencadenó el asesinato del padre de Andrés Rabadán fue una nimiedad: el vaso de leche que Andrés le había pedido estaba demasiado caliente. Esto desató la furia incontrolada del chico, que fue a su habitación a por su ballesta y le descerrajó un tiro en la sien. Al ver que seguía con vida, puso fin a su sufrimiento disparándole otras dos flechas en la frente y la nuca.
Después de cometer el crimen, Andrés Rabadán salió en su moto y se topó con un policía que patrullaba la zona, a quien confesó lo que había sucedido. El agente se dirigió al domicilio junto con el chico para comprobar si la víctima estaba inconsciente o no. Encontró el cuerpo tumbado en la cocina, con tres flechas clavadas en la nuca, sien y frente. Ya fallecido, Andrés le colocó un cojín debajo de la cabeza.
El caso saltó inmediatamente a los medios de comunicación, debido entre otras cosas a la naturaleza y a la frialdad con la que se perpetró el parricidio, causando un gran revuelo a nivel nacional. En sus declaraciones ante el juez, en marzo de 1995, explicó que no sabía las consecuencias que conllevaba el hecho de disparar a su padre con la ballesta. Pero cuando el magistrado le preguntó el motivo por el que le disparó las últimas flechas, la respuesta del joven fue que para que su padre dejara de sufrir, ya que él en realidad le quería.
La madre de Andrés Rabadán se suicidó ahorcándose cuando él contaba 8 años. Se trataba de una mujer sumisa y de carácter pasivo, que dejaba a tres hijos a cargo de un padre del que siempre destacaron su mal genio. Cuando la madre de Rabadán quedó embarazada por primera vez, el padre no se quiso casar con ella y la dejó para posteriormente irse a vivir a Barcelona. Los hermanos de ella tuvieron que personarse en el nuevo domicilio de Matías Rabadán para reclamarle que hiciera frente a su inminente paternidad y para pedirle que se casara con ella.
La hermana mayor de Andrés recuerda que su madre le había manifestado en varias ocasiones que quería separarse del padre, pero que no disponía de dinero para hacerlo. Poco después de que falleciera, la hermana se fue de casa, dejando a sus dos hermanos pequeños (Andrés y José) con el padre, quien tuvo diversas parejas esporádicas a lo largo de los años. Fue entonces cuando se mudaron a una urbanización aislada y Andrés perdió todas las amistades que tenía. Desde entonces se dedicó a merodear en solitario por diferentes lugares, le gustaba sentarse en las rocas y quedarse mirando al mar; se sentía reconfortado estando en soledad.
En palabras del propio Andrés “(…) mi mente estaba hecha pedazos, no pensaba con claridad ni sabía lo que quería”.
El primer diagnóstico que se emitió certificaba que Andrés Rabadán padecía una esquizofrenia delirante paranoide, una patología mental cuya característica principal es que el sujeto se disocia de la realidad y crea un mundo paralelo irreal. Asimismo, establece un nuevo estilo de pensamiento en forma de delirios y una forma nueva de percepción que son las alucinaciones. A consecuencia de ello es sentenciado a 20 años encerrado en un psiquiátrico penitenciario. Por lo general, un tercio de las esquizofrenias suelen mostrar un pronóstico favorable de mejora.
Más adelante, uno de los forenses que le visitó sugirió la hipótesis de que Andrés habría sufrido un brote psicótico. Este tipo de crisis se reconocen por su aparición repentina (aunque hay indicios que permiten detectar cuándo ocurrirá) ante situaciones de mucho estrés prolongadas en el tiempo. Las personas más vulnerables a sufrir un brote psicótico son las mental y emocionalmente más frágiles.
La aparición de ideas de suspicacia o “extrañas” y el aislamiento social son dos rasgos muy destacables del brote psicótico. El sistema nervioso central del sujeto se colapsa, provocando una ruptura con la realidad de forma temporal. Ante un brote psicótico, la normativa psiquiátrica a seguir exige que la persona debe estar medicada durante por lo menos dos años. Si en este lapso de tiempo deja de mostrar delirios o alucinaciones, se le retira dicha medicación.
Según explicó el acusado, decía oír ruidos que irrumpían súbitamente y a un volumen muy elevado en su cabeza; también creía que le perseguían una serie de individuos que conspiraban en su contra. Precisamente por esto, reveló que guardaba distintas armas en su casa, para poder defenderse si alguien lo atacaba. Cuando decidió sabotear las vías de tren fue tras un incidente que tuvo con su bicicleta, cuando casi fue arrollado por un convoy que pasaba en ese momento. A consecuencia de ello, juró vengarse.
Tras el asesinato, dijo que se sentía como si despertara de un sueño y volviera en sí, lo cual explica que situara cuidadosamente una almohada bajo la cabeza del cadáver de su padre, prueba de sus remordimientos por lo ocurrido. Cuando la policía recogió la ballesta, vieron que permanecía intacta una flecha colocada que no llegó a dispararse. Era para Andrés.
Para diagnosticar esquizofrenia, el requisito es que la persona sufra delirios y alucinaciones durante más de seis meses; de lo contrario se considerará que se trata, sencillamente, de un brote psicótico. Si transcurren diez años sin sufrir ninguna recaída, se estima que el brote ha remitido, y que las probabilidades de repetirse son escasas. A pesar de todo, varios psiquiatras argumentaron que Andrés Rabadán no tenía enfermedad mental alguna.
Se especuló también con la posibilidad de que se tratara de un caso de psicopatía, dado que los informes forenses fueron muy contradictorios al respecto. Los psicópatas son personas que saben muy bien lo que uno quiere oír e improvisan un mensaje que realmente parece espontáneo con el fin último de satisfacer sus propios intereses.
Según su psiquiatra, Andrés no apuntaba en esta dirección, porque a menudo daba muestras de empatía y remordimientos; además de tener un gran círculo de amistades, aunque se hubiera alejado de ellas al mudarse. Según Francisco Pérez Abellán, el caso del asesino de la ballesta sería un ejemplo claro de psicopatía, puesto que -argumentó- Rabadán logró convencer a todo el mundo de que estaba loco. La diferencia entre un psicótico y un psicópata es que este último distingue sin problemas lo que se dispone a hacer y, no obstante, lleva a cabo su propósito.
Cuando un suceso ha sido tan mediatizado y ha causado tanta alarma social por su carácter monstruoso, tanto los medios de comunicación como la propia sociedad trata apresuradamente de atribuir una enfermedad mental al sujeto que ha perpetrado el crimen. Esto ocurre porque no se concibe que una persona sana mentalmente pueda hacer algo así, con lo cual se tiende a buscar una razón psicopatológica que explique el motivo de tan deleznable hecho.
A decir verdad, las personas con graves trastornos psiquiátricos cometen muy pocos asesinatos, son las personas supuestamente sanas las que, bajo ciertas presiones o circunstancias, pueden llegar a esos extremos. Lo que ocurre es que tenemos poca capacidad para reconocer que, bajo determinados condicionantes, todos podríamos llegar a realizar actos inimaginables.
Andrés dijo en una ocasión que, de no haber matado a su padre, habría llevado a cabo cualquier otra atrocidad; mostrándose igualmente dubitativo sobre su recuperación, a pesar de que eso fue lo que certificaron los profesionales de la salud mental que le trataron durante sus años entre rejas.
Salió en libertad del Centro Penitenciario de Hombres de Barcelona (‘La Modelo’) en marzo del 2015,en noviembre del 2005 se casó con una de las enfermeras de la prisión barcelonesa de Quatre Camins,actualmente en 2016 es escritor y pintor,ha expuesto en diversas convenciones y salones de museos prestigiosos como en el Prado ó el Louvre.
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