Seis días tuvieron que transcurrir hasta encontrar los cuerpos de Marina Okarynska y Laura del Hoyo,
de 26 y 24 años, desde que desaparecieran el jueves 6 de agosto de 2015
en Cuenca. Seis días de angustia que acabaron con un trágico final: los
cadáveres de ambas chicas eran hallados junto a unas pozas próximas al
nacimiento del río Huescar, a dos kilómetros de Palomera.
Marina Okarynska y Laura del Hoyo habían quedado con el exnovio de la primera, Sergio Morate Garcés, para recoger los efectos personales del piso en el que Marina había convivido con este hombre. A las cinco de la tarde de ese mismo día fue cuando se vio por última vez a ambas chicas. Laura recogió a Marina con su coche desde el barrio del Pozo de las Nieves donde vivía para desplazarse a la vivienda del exnovio. Durante la madrugada, los familiares de ambas jóvenes, muy alarmados, presentaron denuncia en la comisaría, y poco después se activó el protocolo para estos casos.
Tras la denuncia de los familiares de esta última, los agentes encontraron el coche de Laura en la calle de las Torcas, colindante con el domicilio de Sergio Morate. El vehículo estaba cerrado, pero en su interior hallaron el bolso de Laura con su documentación, dinero, sus llaves y su teléfono móvil. Un extraño «olvido» para sumar preocupación. El teléfono de Marina no estaba, aunque encontraron medicamentos, tabaco y dinero, propiedad de la chica, según sus allegados.
Conforme pasaban las horas y los días, la idea de una posible huída de las chicas se fue descartando, mientras, que, pasadas las 72 horas, cobraba fuerza la hipótesis de que Sergio Morate estuviera involucrado en la desaparición de «alto riesgo».
En los días siguientes, ni los teléfonos de los desaparecidos ni sus tarjetas de crédito registraron actividad alguna desde el pasado jueves. El móvil de Marina, que se encontró en el coche de Laura, registró su última conexión a WhatsApp a las cinco de la tarde, con un mensaje de Laura que le decía: «Baja».
Un amigo de Morate afirmó haber estado con él el jueves sobre las doce de la noche, seis horas después de la desaparición de las chicas, en Palomera, donde el agresor tiene una casa. Por este motivo, la Policía centró la búsqueda principalmente en los alrededores de la propiedad familiar de este pueblo.
La Policía Nacional halló el miércoles 12 de agosto de 2015 los cuerpos sin vida de las dos jóvenes desaparecidas. Al parecer, un ciudadano encontró los dos cuerpos a la altura del nacimiento del río Huécar, en unas pozas, tras lo que dio aviso a la Policía, que se desplazó rápidamente al lugar. Según confirmaron los agentes, los cuerpos llevaban allí desde el día de la desaparición, parcialmente quemados y rociados con cal viva.
Morate, que había planeado el asesinato de su exnovia Marina con antelación, no había contado con la presencia de Laura, a quien intentó convencer de que no subiera al piso. A la primera la asfixió, supuestamente, con unas bridas; a su amiga la estranguló cuando intentaba escapar. Para impedir que se fugara, había cerrado con llave la puerta.
Acto seguido, metió los cadáveres en bolsas de plástico industriales y los bajó en el ascensor hasta el aparcamiento del edificio, donde tenía aparcado un Seat Ibiza de color rojo que había pedido prestado. Después, condujo hasta una nave que la familia poseía en el municipio de Chillarón para coger los utensilios necesarios para enterrar a las jóvenes.
Esa misma noche, cogió un vuelo hacia Rumanía, donde fue detenido por la Policía el 13 de agosto del 2015.
El 6 de septiembre de 2015, el Juzgado de Primera Instancia de Cuenca decretó prisión sin fianza para Morate, que días antes había confesado el crimen a los agentes de la Policía.
La debilidad de un asesino puede ser difícil de encontrar pero, si se da con ella, es bastante probable que se dé también con el asesino. El punto débil de Sergio Morate era su madre. No pudo evitar llamarla varias veces para decirle que estaba bien y tranquilizarla. De un día para otro se había convertido en el hombre más buscado de España. Llevaba varios días huyendo de la policía. Había conducido sin apenas descanso su Seat Ibiza verde desde Cuenca hasta el paso fronterizo de Portbou (Girona). Había cruzado a Francia, y seguía su espantada monitorizado por agentes de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV), que esperaban a que llegase a casa de un amigo suyo en Rumanía. Allí le darían caza con mayor facilidad. Así ocurrió.
La tarde del 14 de agosto, con los cadáveres de Marina Okarynska —26 años y exnovia de Morate— y su amiga Laura del Hoyo —24 años— aún pendientes de los resultados de la autopsia en la morgue de Cuenca, llegaba la noticia: Sergio Morate había sido detenido en la localidad rumana de Lugoj (provincia de Timisoara) en casa de Istvan Horvath. Se trataba de un tipo que había conocido en prisión, como al amigo colombiano con quien supuestamente se había montado la coartada de su crimen.
Todo se torció, “se me fue de las manos”, le diría después a uno de los agentes que lo custodió en su regreso desde Rumanía. Pero Morate había planeado fríamente el asesinato de su exnovia Marina, de origen ucraniano.
Ella le había dejado,se había vuelto a Ucrania y se había casado con otro ocho meses después. Ella le había ignorado y despreciado cuando fue a recibirla al aeropuerto, tras enterarse de que regresaba por unos días a España. En realidad, ella solo le llamó por teléfono para decirle que quería recoger las cuatro cosas que aún le quedaban en su apartamento. Bueno, le llamó una vez más, minutos antes de morir.
Aquella calurosa tarde del 6 de agosto del 2015, las dos amigas llegaron en el coche de Laura hasta las inmediaciones de la urbanización Ars Natura, donde vivía Morate, a escaso kilómetro y medio de sus casas. Marina le telefoneó por el camino para advertirle de que estaban llegando y de que subiría con su amiga a coger sus bártulos. Él, nervioso, trató de disuadirla y le pidió que lo dejara mejor para otro día. Ella insistió y subieron.
Les abrió la puerta y cerró la cerradura por dentro inmediatamente después. Entró con Marina en la habitación, dejando a Laura esperando fuera. Y, en cuanto pudo, le ajustó una brida de plástico al cuello. Solo quedaba esperar. Se desplomó en el suelo. De ahí el golpe en la cabeza que señalaría la autopsia días más tarde, tras constatar que había muerto estrangulada.
Al oír el estruendo, Laura se alarmó y abrió la puerta del cuarto. Asustada, intentó huir, pero la puerta de la calle estaba cerrada con llave. Fue entonces cuando Morate la golpeó en la cabeza, la tiró al suelo y la estranguló allí mismo, con sus propias manos.
El primer asesinato era el planeado. El segundo, no. “Yo no quería matar a Laura”, le confesaría después al agente. “Pero no me quedó más remedio”.
Todo se complicó. Solo había comprado cal para enterrar un cuerpo. Y, ahora, en ese recodo del río Huéscar, a escasos tres kilómetros de Palomera, el pueblo de su madre, tendría que meter dos cadáveres en lugar de uno.
“Acabé destrozado de tanto cavar, tuve hasta agujetas”, le diría después a ese “tipo grandullón y amable”, con pinta de poli bueno, que se había ganado la confianza de su madre semanas antes. Así le describió ella por teléfono al investigador "bueno", que después él elegiría de confidente, mientras estaba detenido y muerto de miedo por la posibilidad de ser juzgado en Rumanía.
Metió los dos cuerpos en sendas bolsas de basura grandes que había comprado para la ocasión. Y esperó a que llegase su amigo el colombiano, recién salido de la cárcel y con quien esa misma tarde tenía previsto irse a un concierto a Valencia, su coartada perfecta.
Morate no pensaba contárselo, quería tenerlo todo resuelto para cuando llegase, pero se vio desbordado por la situación y le pidió ayuda. Al colombiano le faltó tiempo para irse al concierto solo. Se quitó de en medio y así lo comprobaron después los agentes: “Estaba en Alicante”.
Tuvo que bajar el solo los dos cuerpos al garaje aquella misma tarde, meterlos en el coche, llevarlos hasta Palomera, cavar una fosa y enterrar a las dos chicas. Lo hizo en tiempo récord. “Se asustó cuando vio pasar a un coche de policía, pensó que ya le estaban buscando y comenzó su precipitada huida hacia Rumanía”, aseguran fuentes de la investigación.
No le fue fácil a la policía hallar pruebas que pudiesen demostrar los hechos. Más allá de estas confesiones a “su agente de confianza”, no había restos de sangre en el apartamento, registrado al menos en tres ocasiones. Y tampoco el coche fue concluyente. Sin embargo, al asesino se le olvidó algo en una de las escenas del crimen. Algo que delató, una vez más, su mayor debilidad. Junto al hoyo donde se encontraron los cadáveres de Marina y Laura, los agentes recogieron una botellita de agua de la Virgen de Fátima, una de las muchas que guardaba la madre de Morate en su casa de Palomera y con su ADN comprobado.
Marina Okarynska y Laura del Hoyo habían quedado con el exnovio de la primera, Sergio Morate Garcés, para recoger los efectos personales del piso en el que Marina había convivido con este hombre. A las cinco de la tarde de ese mismo día fue cuando se vio por última vez a ambas chicas. Laura recogió a Marina con su coche desde el barrio del Pozo de las Nieves donde vivía para desplazarse a la vivienda del exnovio. Durante la madrugada, los familiares de ambas jóvenes, muy alarmados, presentaron denuncia en la comisaría, y poco después se activó el protocolo para estos casos.
Tras la denuncia de los familiares de esta última, los agentes encontraron el coche de Laura en la calle de las Torcas, colindante con el domicilio de Sergio Morate. El vehículo estaba cerrado, pero en su interior hallaron el bolso de Laura con su documentación, dinero, sus llaves y su teléfono móvil. Un extraño «olvido» para sumar preocupación. El teléfono de Marina no estaba, aunque encontraron medicamentos, tabaco y dinero, propiedad de la chica, según sus allegados.
Conforme pasaban las horas y los días, la idea de una posible huída de las chicas se fue descartando, mientras, que, pasadas las 72 horas, cobraba fuerza la hipótesis de que Sergio Morate estuviera involucrado en la desaparición de «alto riesgo».
En los días siguientes, ni los teléfonos de los desaparecidos ni sus tarjetas de crédito registraron actividad alguna desde el pasado jueves. El móvil de Marina, que se encontró en el coche de Laura, registró su última conexión a WhatsApp a las cinco de la tarde, con un mensaje de Laura que le decía: «Baja».
Un amigo de Morate afirmó haber estado con él el jueves sobre las doce de la noche, seis horas después de la desaparición de las chicas, en Palomera, donde el agresor tiene una casa. Por este motivo, la Policía centró la búsqueda principalmente en los alrededores de la propiedad familiar de este pueblo.
La Policía Nacional halló el miércoles 12 de agosto de 2015 los cuerpos sin vida de las dos jóvenes desaparecidas. Al parecer, un ciudadano encontró los dos cuerpos a la altura del nacimiento del río Huécar, en unas pozas, tras lo que dio aviso a la Policía, que se desplazó rápidamente al lugar. Según confirmaron los agentes, los cuerpos llevaban allí desde el día de la desaparición, parcialmente quemados y rociados con cal viva.
Morate, que había planeado el asesinato de su exnovia Marina con antelación, no había contado con la presencia de Laura, a quien intentó convencer de que no subiera al piso. A la primera la asfixió, supuestamente, con unas bridas; a su amiga la estranguló cuando intentaba escapar. Para impedir que se fugara, había cerrado con llave la puerta.
Acto seguido, metió los cadáveres en bolsas de plástico industriales y los bajó en el ascensor hasta el aparcamiento del edificio, donde tenía aparcado un Seat Ibiza de color rojo que había pedido prestado. Después, condujo hasta una nave que la familia poseía en el municipio de Chillarón para coger los utensilios necesarios para enterrar a las jóvenes.
Esa misma noche, cogió un vuelo hacia Rumanía, donde fue detenido por la Policía el 13 de agosto del 2015.
El 6 de septiembre de 2015, el Juzgado de Primera Instancia de Cuenca decretó prisión sin fianza para Morate, que días antes había confesado el crimen a los agentes de la Policía.
La debilidad de un asesino puede ser difícil de encontrar pero, si se da con ella, es bastante probable que se dé también con el asesino. El punto débil de Sergio Morate era su madre. No pudo evitar llamarla varias veces para decirle que estaba bien y tranquilizarla. De un día para otro se había convertido en el hombre más buscado de España. Llevaba varios días huyendo de la policía. Había conducido sin apenas descanso su Seat Ibiza verde desde Cuenca hasta el paso fronterizo de Portbou (Girona). Había cruzado a Francia, y seguía su espantada monitorizado por agentes de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV), que esperaban a que llegase a casa de un amigo suyo en Rumanía. Allí le darían caza con mayor facilidad. Así ocurrió.
La tarde del 14 de agosto, con los cadáveres de Marina Okarynska —26 años y exnovia de Morate— y su amiga Laura del Hoyo —24 años— aún pendientes de los resultados de la autopsia en la morgue de Cuenca, llegaba la noticia: Sergio Morate había sido detenido en la localidad rumana de Lugoj (provincia de Timisoara) en casa de Istvan Horvath. Se trataba de un tipo que había conocido en prisión, como al amigo colombiano con quien supuestamente se había montado la coartada de su crimen.
Todo se torció, “se me fue de las manos”, le diría después a uno de los agentes que lo custodió en su regreso desde Rumanía. Pero Morate había planeado fríamente el asesinato de su exnovia Marina, de origen ucraniano.
Ella le había dejado,se había vuelto a Ucrania y se había casado con otro ocho meses después. Ella le había ignorado y despreciado cuando fue a recibirla al aeropuerto, tras enterarse de que regresaba por unos días a España. En realidad, ella solo le llamó por teléfono para decirle que quería recoger las cuatro cosas que aún le quedaban en su apartamento. Bueno, le llamó una vez más, minutos antes de morir.
Aquella calurosa tarde del 6 de agosto del 2015, las dos amigas llegaron en el coche de Laura hasta las inmediaciones de la urbanización Ars Natura, donde vivía Morate, a escaso kilómetro y medio de sus casas. Marina le telefoneó por el camino para advertirle de que estaban llegando y de que subiría con su amiga a coger sus bártulos. Él, nervioso, trató de disuadirla y le pidió que lo dejara mejor para otro día. Ella insistió y subieron.
Les abrió la puerta y cerró la cerradura por dentro inmediatamente después. Entró con Marina en la habitación, dejando a Laura esperando fuera. Y, en cuanto pudo, le ajustó una brida de plástico al cuello. Solo quedaba esperar. Se desplomó en el suelo. De ahí el golpe en la cabeza que señalaría la autopsia días más tarde, tras constatar que había muerto estrangulada.
Al oír el estruendo, Laura se alarmó y abrió la puerta del cuarto. Asustada, intentó huir, pero la puerta de la calle estaba cerrada con llave. Fue entonces cuando Morate la golpeó en la cabeza, la tiró al suelo y la estranguló allí mismo, con sus propias manos.
El primer asesinato era el planeado. El segundo, no. “Yo no quería matar a Laura”, le confesaría después al agente. “Pero no me quedó más remedio”.
Todo se complicó. Solo había comprado cal para enterrar un cuerpo. Y, ahora, en ese recodo del río Huéscar, a escasos tres kilómetros de Palomera, el pueblo de su madre, tendría que meter dos cadáveres en lugar de uno.
“Acabé destrozado de tanto cavar, tuve hasta agujetas”, le diría después a ese “tipo grandullón y amable”, con pinta de poli bueno, que se había ganado la confianza de su madre semanas antes. Así le describió ella por teléfono al investigador "bueno", que después él elegiría de confidente, mientras estaba detenido y muerto de miedo por la posibilidad de ser juzgado en Rumanía.
Metió los dos cuerpos en sendas bolsas de basura grandes que había comprado para la ocasión. Y esperó a que llegase su amigo el colombiano, recién salido de la cárcel y con quien esa misma tarde tenía previsto irse a un concierto a Valencia, su coartada perfecta.
Morate no pensaba contárselo, quería tenerlo todo resuelto para cuando llegase, pero se vio desbordado por la situación y le pidió ayuda. Al colombiano le faltó tiempo para irse al concierto solo. Se quitó de en medio y así lo comprobaron después los agentes: “Estaba en Alicante”.
Tuvo que bajar el solo los dos cuerpos al garaje aquella misma tarde, meterlos en el coche, llevarlos hasta Palomera, cavar una fosa y enterrar a las dos chicas. Lo hizo en tiempo récord. “Se asustó cuando vio pasar a un coche de policía, pensó que ya le estaban buscando y comenzó su precipitada huida hacia Rumanía”, aseguran fuentes de la investigación.
No le fue fácil a la policía hallar pruebas que pudiesen demostrar los hechos. Más allá de estas confesiones a “su agente de confianza”, no había restos de sangre en el apartamento, registrado al menos en tres ocasiones. Y tampoco el coche fue concluyente. Sin embargo, al asesino se le olvidó algo en una de las escenas del crimen. Algo que delató, una vez más, su mayor debilidad. Junto al hoyo donde se encontraron los cadáveres de Marina y Laura, los agentes recogieron una botellita de agua de la Virgen de Fátima, una de las muchas que guardaba la madre de Morate en su casa de Palomera y con su ADN comprobado.
2 comentarios:
Es mentira que Morate hubiera confesado, los policías dijeron que confesó cuando él lo niega totalmente. ¿Qué le parece eso? Muchas gracias.
http://www.elmundo.es/sociedad/2016/03/10/56e1a50322601d9c238b45e3.html
¿Podría ser otra persona quien las mató?
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