En contraste con la compleja operación donde ha sido detenido el pederasta de Ciudad Lineal, la Policía española del siglo XIX se mostró durante mucho tiempo incapaz de detener a un psicópata que desbordaba la capacidad de los investigadores. No por su inteligencia o astucia, sino por la brutalidad de sus asesinatos. El gallego Manuel Blanco Romasanta asesinó a nueve personas, todos niños o mujeres, antes de que la Policía le atrapara dieciséis años después de su primer asesinato y fuera condenado al garrote vil.
Manuel Blanco Romasanta, hijo de Miguel Blanco y María Romasanta, fue bautizado a su nacimiento en la aldea de Regueiro, Esgos, (Orense) como Manuela, pues se creyó que era una niña. De una altura de 137 cm y facciones consideradas como «tiernas» por algunos investigadores, Romasanta llevó una vida corriente como sastre hasta la muerte de su mujer, en la que no tuvo participación.
Romasanta media 137 cm y sus facciones eran suaves, incluso «tiernas»A partir de ese momento, con 24 años, empezó a dedicarse a la venta ambulante, trasladándose por toda Galicia, donde terminó por arrastrar la fama de vender un ungüento supuestamente compuesto por grasa humana. Durante uno de estos viajes comerciales, fue acusado de asesinar a un alguacil cerca de Ponferrada, tras lo cual consiguió escaparse de la custodia policial y refugiarse en un pueblo abandonado. Allí convivió con el ganado durante meses.
A su reaparición en Rebordechao (Orense), el psicópata cometió nueve asesinatos, siendo las víctimas siempre mujeres o niños. Tras pasarse años despistando a las autoridades, Romasanta planteó su huida, llegando a salir de Galicia con un pasaporte falso. Finalmente fue capturado en Nombela (Toledo) y juzgado en Allariz (Orense). La detención aconteció cuando un grupo de jornaleros gallegos, que habían viajado a Toledo para trabajar en la siega, identificaron al «hombre lobo» paseando tranquilamente.
«La primera vez que me transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi cuerpo. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre», declaró Manuel Blanco Romasanta ante los Juzgados de Allariz, en la conocida como «Causa contra el hombre lobo».
Aunque Romasanta resistió el examen de seis médicos y psiquiatras que certificaban su cordura legal, posteriormente confesó que no sufría una maldición sino una enfermedad. Además declaró recordar todo lo sucedido una vez transformado de nuevo en ser humano, lo que fue decisivo para su sentencia. El 6 de abril de 1853, Romasanta fue condenado a morir en el garrote vil y a pagar una multa de 1000 reales por víctima.
Y cuando el caso parecía cerca de llevar a su final, el hipnólogo francés Mr. Philips apareció en escena y persuadió a la Reina Isabel II para revocar la sentencia de muerte por cadena perpetua. El francés estaba convencido de poder curar a Manuel Blanco Romasanta al que consideraba «un desgraciado acometido por una especie de monomanía conocida de los médicos antiguos bajo el nombre de licantropía». La Reina accedió y, según recientes investigadores, el «hombre lobo» falleció en una cárcel de Ceuta de un cáncer de estómago en 1863. Finalmente evitó el garrote vil.
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