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domingo, 15 de abril de 2018

Diogo Alves, El asesino del Acueducto
























Con más de 60 asesinatos a sus espaldas, Lisboa también forma parte de ese club de ciudades que cuenta con uno de esos temibles asesinos que, con solo pronunciar su nombre, atemorizaba a todos, al más puro estilo de «Jack el Destripador» en Londres.
Se trata de Diogo Alves, un gallego popularmente conocido como «El asesino del acueducto», porque asaltaba y robaba a sus víctimas en la pasarela del señorial Acueducto de las Aguas Libres, en 1840, uno de los principales accesos a Lisboa en aquella época. «Daba a sus víctimas un golpe en la cabeza, les robaba y luego las tiraba desde arriba del acueducto para simular un suicidio», explicaba en 2014 Anabela Natário, historiadora y periodista que publicó una novela sobre sus crímenes, «O Assassino do Aqueduto» (Romance, 2014).
























Lo más sorprendente es que su cabeza se conserva en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Una imagen desconcertante que llama la atención cuando los visitantes entran en su sala anatómica. Allí está la cabeza de Diogo Alves, conservada en formol con un color amarillento, intacta, en un tarro a la vista de todos.
Al principio las autoridades confundieron los asesinatos con suicidios, tal como quería el delincuente, porque el acueducto, con los 65 metros de altura que alcanza en su punto más elevado, era un lugar al que solían acudir quienes querían poner fin a sus vidas. Pero los portugueses pronto se dieron cuenta de que aquella ola de suicidios no era normal y empezó a correr el rumor sobre un asesino en serie llamado Diogo Alves. Aterrorizados, los lisboetas comenzaron a asustarse y se encerraban en sus casas de noche.

Natário asegura que Alves no cometió todos los asesinatos que se le atribuyen -más de 60- aunque admite que sí dio muerte a algunas personas en el acueducto. La periodista cree que fue el imaginario colectivo el que engordó la historia y lo convirtió en un personaje mas terrorífico y despiadado de lo que fue en realidad.
El nombre de Diogo Alves era conocido y temido en toda la capital, hasta que en 1841 fue capturado y ahorcado por las autoridades lusas. Una condena que hacía tiempo que no se aplicaba en el país.






















Sorprendentemente no fue juzgado por ninguno de los crímenes que cometió en el acueducto, sino por asaltar y asesinar a un conocido médico y a su familia en su domicilio. Su juicio fue uno de los primeros procesos judiciales mediáticos en la historia del país, dado que hacía años que no se ahorcaba a un delincuente y los lisboetas «necesitaban» que se condenara a alguien a muerte con el fin de «dar una lección» a los criminales y retomar la seguridad en las calles.
Natário establece una diferencia fundamental entre Diogo Alves y otros asesinos populares como «Jack el Destripador», «El gallego a diferencia del británico, fue simplemente un vulgar ladrón y nunca hubo un móvil intelectual en sus crímenes».

















Los científicos portugueses de la época no pensaron igual y asombrados por su crueldad y vileza, decidieron guardar su cabeza en un bote de formol con el fin de estudiarla y analizar las raíces de su maldad. Después de más de 150 años, la cabeza de Diogo Alves se encuentra todavía conservada en un bote en las estanterías de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa.
La leyenda del «Asesino del acueducto» fue una de las más populares entre los lisboetas durante décadas. Pero con el paso de los años fue perdiendo su impacto y poco a poco cayó en el olvido entre algunos de los habitantes de la capital.

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