Cuando las personas tienen diagnosticada esquizofrenia y precisan de tratamiento psiquiátrico, necesitan seguimiento y administración de medicinas para tratarlas, además se le presentan alucinaciones, puede ocurrir lo que ocurrió en la localidad de Godella.
El 14 de marzo de 2019, Amiel, de tres años e Ixchel, una bebé de cinco meses, fueron asesinados por sus padres, Gabriel Salvador de 27 años y María Gombau de 25 años , en su casa en la localidad valenciana de Godella. Cuando la Guardia Civil se presentó ante el domicilio familiar, el joven progenitor únicamente dijo: "Todos están muertos". En ese momento quizá no lo sabían, pero los agentes se encontraban ante uno de los casos más extravagantes jamás visto.
Gabriel Salvador y María Gombau se hicieron pareja en 2011 y seis años después se mudaron a una casita de campo en Godella que ocuparon ilegalmente. Durante su estancia allí, María dio a luz a sus dos hijos, Amiel e Ixchel. Pese a su temprana edad, su entorno parecía el de cualquier otro núcleo familiar, pero si algo diferenciaba a esta familia eran los progenitores.
Desde tiempo antes de que nacieran los dos pequeños, la joven pareja compartían creencias místicas-religiosas basadas en la idea de que las almas humanas se purificaban mediante baños de agua, así como que tras la muerte, las almas renacen. Según destaca la Fiscalía, estas ideas fueron defendidas, en primer lugar, por el padre, quien posteriormente se las inculcó a su pareja, como ocurrió la noche del crimen.
Ese día los padres se pusieron de acuerdo para bañar a los niños en la piscina de la vivienda y después los mataron a golpes —contra el suelo, el bordillo de la piscina o con un objeto contundente—. Sus cuerpos fueron enterrados en dos fosas, una a unos 75 metros de la casa y la otra a unos 150 metros, en el suelo. Así fue como los encontraron las autoridades cuando acudieron a la parcela por una denuncia de desaparición de los menores. Allí también encontraron a la madre, completamente desnuda, y escondida dentro de un bidón mientras repetía que "tenían que resucitar".
El crimen fue fruto de las creencias de la pareja de que una secta los perseguía, la misma que abusaba de su hijo y cuya intención era secuestrar a los pequeños.
Ambos creían que sus perseguidores eran varias personas, entre ellas, algunas personas del entorno familiar de María. Hasta tal extremo estaban convencidos de ello que durante las noches estaban en vigilia para evitar ser atacados por miembros de la secta y que sus hijos fueran secuestrados.
Inmersos en esta teoría, los padres tomaron la decisión de que la única forma de proteger a sus hijos era, previo baño purificador de sus almas, terminar con sus vidas y enviarlos al más allá para que posteriormente pudieran revivir. Después de encontrar los cuerpos de los menores y de detener a sus progenitores, María Gombau fue sometida a varios análisis médicos para tratar de determinar si sufría alguna enfermedad mental, y al menos dos informes psiquiátricos determinaron que sufre esquizofrenia paranoide, motivo por el cual estaba intensamente medicada.
Los hechos descritos son, a juicio del Ministerio Público, constitutivos de dos delitos de asesinato, de los que son autores materiales los padres de los menores, con la agravante de parentesco, pero, en el caso de la madre, con la eximente completa de anomalía psíquica. El informe psiquiátrico forense de la madre es claro: "Dice que lo que hizo tiene una causa directa en los delirios, voces y alucinaciones que sufría, en nada más, de modo que no se explica la participación de ninguna otra persona en el asesinato de los menores".
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