Tienen 15 años y sus sentimientos navegan entre la incredulidad y la rabia. No comprenden cómo alguien ha podido arrancarles de sus vidas la enorme sonrisa de Vanessa Ferrer Ciges, la chica de la misma edad asesinada en Chella. Espontánea, alegre, divertida, abierta y con carácter. A los amigos de la joven les sobran los calificativos para referirse a ella. «En tres años salimos de festeros y va a ser muy duro que no esté entre nosotros. No sé cómo lo vamos a soportar». Habla Alexander, un compañero que ha compartido momentos imborrables con Vanessa desde que eran críos. Uno de ellos, retratado en una instantánea reciente, decora el fondo de pantalla de su móvil. Ambos sonríen. Lo pasan bien. Tienen toda la vida por delante. «Todavía no me lo creo. He llorado tanto que ya no me salen las lágrimas», añade Leire, otra amiga de la niñez. Durante todo el día, mientras el cuerpo de Vanessa era rescatado de la sima, decenas de amigos, familiares y vecinos aguardaron en los alrededores de la casa donde la joven vivía con su madre y su hermana de 20 años. Caras rotas, lágrimas de dolor, adolescentes abatidos que se abrazan al llegar del instituto. Nadie en este municipio de 2.500 habitantes se explica lo ocurrido. El Ayuntamiento de Chella ha decretado tres días de luto oficial y ha convocado hoy una concentración de repulsa.
Vanessa cursaba 2º de ESO en el IES de Navarrés. El miércoles, el día de su desaparición, no acudió a clase. El martes, los amigos con los que se juntaba en el patio la observaron más de bajón que de costumbre. Aunque la mayor parte del tiempo era un torrente de alegría, también tenía altibajos. Algunas de sus amistades advierten de cierto distanciamiento y de que comenzó a reunirse con otras compañías de mayor edad, aunque nunca les contó que tuviera problemas.
El informe preliminar de la autopsia practicada al cadáver de Vanessa, la adolescente de 15 años asesinada en Chella, confirmaba la hipótesis que los investigadores barajaron desde el principio. La joven fue violada y murió por estrangulamiento.
Los resultados remitidos al juzgado de Xàtiva, donde Rubén Mañó, confesó haber acabado con la vida de Vanessa tras consumir entre dos o tres gramos de cocaína, marihuana y alcohol.
Ambos habían discutido en la vivienda de este. La Guardia Civil sospechaba que ella se había resistido a mantener relaciones sexuales y Rubén Mañó la forzó, asfixiándola durante el acto.
En su declaración ante los agentes, el homicida confesó la muerte de Vanessa, pero negó haberla agredido sexualmente y aseguró que las relaciones fueron consentidas.
Rubén se mostró arrepentido y afirmó no ser consciente de sus actos ni haber planeado el crimen. Lo achacó todo a los efectos de las drogas que había consumido.
Pocos minutos después del crimen, en torno a las diez y media de la noche del 26 de octubre del 2016, Rubén contactó con un amigo para pedirle prestado el coche con el que trasladó el cadáver de la adolescente, semidesnuda y envuelta en una manta, hasta la profunda sima de difícil acceso a la que la arrojó.
La sima tiene una profundidad de unos 40 metros, pero un agente del Seprona de la Guardia Civil divisó el cadáver el jueves 27 de octubre del 2016 al mediodía.
El asesino confeso exculpó a sus amigos y aseguraba que no recibió ninguna ayuda para deshacerse del cuerpo.
Cuando la familia de Vanessa Ferrer denunció su desaparición, Rubén le contó a su círculo que ésta había quedado la noche del miércoles 26 con él y dos amigos para fumar pero no había acudido.
Sin embargo, sus últimos mensajes a través del móvil con la chica lo señalaron como el principal sospechoso desde el principio. La declaración de una testigo que los vio juntos esa noche resultó clave para su detención, el viernes 28 de octubre del 2016, apenas unas horas después de que se hallara el cadáver.
El entorno del joven quedó en shock, pero no son pocos los que confirmaban que siempre fue conflictivo. Consumiendo drogas de forma habitual y ofreciendo marihuana a menores.
Vanessa cursaba 2º de ESO en el IES de Navarrés. El miércoles, el día de su desaparición, no acudió a clase. El martes, los amigos con los que se juntaba en el patio la observaron más de bajón que de costumbre. Aunque la mayor parte del tiempo era un torrente de alegría, también tenía altibajos. Algunas de sus amistades advierten de cierto distanciamiento y de que comenzó a reunirse con otras compañías de mayor edad, aunque nunca les contó que tuviera problemas.
Vanessa mantenía una relación sentimental con un chico de Navarrés unos años mayor que ella, que encajó la noticia desconsolado. Ayer por la mañana, todavía se mostraba esperanzado de poder encontrar a la joven en los mensajes que intercambió con sus amigos. Los últimos wasaps que le envió a Vanessa se quedaron por responder. Un equipo de psicólogos ayudó a los familiares y a los compañeros de la fallecida en el IES Navarrés. «Casi me desmayo cuando me lo han contado. Vanessa nunca había hecho mal a nadie, no se merecía esto», señala una amiga, convencida de que la adolescente no podía haberse fugado de casa sin más. «Tenía carácter, pero sería incapaz de dejar a su madre e irse sin decir nada, con lo puesto», apunta otra compañera.
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