Una macabra coincidencia da un punto extra de dramatismo al crimen de Olot. Los dos empleados de la Caja de Ahorros del Mediterráneo perdieron la vida a balazos a escasos cien metros del geriátrico donde Joan Vila, el celador de la residencia La Caritat, presuntamente asesinó al menos a once ancianos. Otra casualidad morbosa que causa mayor tragedia: la funeraria de la ciudad está situada junto a la entidad financiera, pared con pared, donde el director de la oficina y una trabajadora murieron por negar el cobro de un talón al presunto homicida. Y no muy lejos de allí, a un par de calles, está la farmacia que regentaba María Angels Feliú, secuestrada durante 492 días en 1992, en el suceso que conmocionó a Olot y su comarca.
Por más que no lo quieran sus 34.000 habitantes, los tres sucesos acompañarán para siempre a la localidad gerundense, capital de la comarca de La Garrotxa, que ha pasado ya a engrosar la triste nómina de la España más negra, junto a pueblos como Puerto Hurraco (Badajoz) o Alcàsser (Valencia).
La gente de Olot no está con muchas ganas de hablar. Son demasiados sobresaltos para una localidad pequeña, situada a unos 40 kilómetros de Girona y unos 200 de Barcelona, donde nunca pasa nada, pero cuando ocurre abre portadas y telediarios. «En la vida hay casualidades. Normalmente mucha gente juega a las quinielas y nunca le toca. Y a veces a uno le toca dos veces. Esto son casualidades», insiste con tristeza el alcalde de la población, el socialista Lluís Sacrest. El edil opina que son situaciones que «no podemos escoger». «No es por culpa de los ciudadanos de Olot ni es culpa del ayuntamiento», dice. Según el máximo representante municipal, Olot es una ciudad con una «larga trayectoria de convivencia, con actividad importante de la sociedad civil, donde la gente se relaciona y comparte». «Somos una ciudad de convivencia y queremos preservar este espíritu», remata.
El alcalde, como la mayoría de la gente que accede a hablar con los numerosos periodistas desplazados hasta la localidad gerundense, sigue sin encontrar explicación a los crímenes ocurridos en la ciudad. «No sé lo que pasa. En este pueblo están ocurriendo cosas muy raras», afirma José Codina. «La gente es muy cerrada y hay mucha desconfianza» señala. Uno de los agentes municipales encargados de cuidar que se respete la zona acordonada en torno a la oficina bancaria señala que la localidad es «muy tranquila», pero que «sólo pasan cosas gordas». «Nunca pasa nada, pero cuando pasa...».
Ianina Llandrich es de Olot de toda la vida. «No me explico lo qué acontece», exclama con preocupación. «¿Cómo pueden ocurrir estas cosas en un pueblo tan conservador como este?», se cuestiona. Llandrich dice que no tiene nada que ver, pero todo empezó a torcerse a raíz del secuestro de la farmacéutica. Hija de un acaudalado industrial de la comarca, Tomàs Feliú de Cendra, Mari Angels permaneció en cautiverio en un pequeño zulo, sin luz, sin apenas alimentos y sin casi poder moverse durante 492 días de secuestro, cuando la Guardia Civil ya había registrado infructuosamente más de 1.500 masías de la comarca de la Garrotxa.
La conocida como farmacéutica de Olot fue secuestrada la noche del 20 de noviembre de 1992, tenía 35 años y tres hijos de corta edad, y fue asaltada por unos encapuchados que la abordaron en el garaje de su casa. El suceso provocó una gran conmoción en el pueblo, que fue presa de la rumorología sobre la autoría del secuestro. Todo el mundo sospechaba del prójimo y la convivencia se hizo más complicada. De alguna manera, la armonía se quebró para siempre. Por aquellos hechos fueron condenados cinco de los ocho acusados iniciales a penas de entre 14 y 22 años de prisión por la Audiencia de Girona en abril de 2003. Los dos cerebros del secuestro, Antoni Guirado, policía local de Olot en aquel momento, y Ramón Ullastre, vigilante municipal de Sant Pere Torelló, deberán permanecer 22 años entre rejas. Al final no hubo pago de rescate, y Feliú pudo escapar gracias a las colaboración de uno de los secuestradores, que acabó por liberarla.
«Es triste que sólo se hable de Olot cuando pasa algo grave», dice Óscar Cabana, empresario de la zona. «El club de patinaje de la ciudad ha ganado seis veces el campeonato del mundo y no veo que aparezca en ningún medio de comunicación que no sea de la zona», recrimina al periodista.
Noticia sólo por desgracias
«Es lamentable ver que tu pueblo es noticia por estas desgracias», se lamenta. Y concluye: «Habrá que hacer una gran campaña de imagen para recuperar el buen nombre de la ciudad». El alcalde cree que «estamos en una sociedad muy difícil, compleja y crispada y en unos momentos de crisis estas situaciones posiblemente se acrecientan». «Esto da pie a desequilibrios mentales que es lo único que creo que explica una actuación de este tipo (la de los cuatro últimos crímenes)», añade. «Hemos de ser conscientes que estamos en una situación débil, frágil, desamparada e indefensa ante actuaciones individuales como la que hemos vivido hoy (por ayer) o el crimen masivo en el geriátrico», remata. En el caso de la residencia de ancianos, destapado el pasado 17 de octubre, el juez aún investiga si, como ha confesado Joan Vila, es autor de la muerte de once personas, todas ellas de avanzada edad. En su declaración ante el juez, el que podría ser el mayor asesino en serie de la historia de Cataluña reconoció que cometió sus crímenes para evitarles sufrimientos y porque les quería mucho a todos. Según explicó su abogado, les «ayudó a morir» pues pensaba que estaba haciendo lo correcto.
«Esto puede pasar en cualquier sitio. Pero con la crisis la gente se está volviendo como loca», apunta Nuria Llopis, joven estudiante de Olot. Iván Jaumandreu trabaja en el bar que está junto a la residencia geriátrica y por tanto a cien metros de la caja de ahorros. Él estaba sirviendo cafés y entre los clientes estaba la mujer de Rafael Turró, asesinado a tiros en la entidad bancaria. La esposa estaba esperando a su marido para almorzar. «De repente entró un hombre al bar gritando que se había cometido un atentado en la CAM. La mujer enseguida se puso a chillar», dijo.
Con un poco de humor negro, este joven camarero cree que lo que está ocurriendo en Olot es culpa de los volcanes (el pueblo está situado en medio del parque natural del área volcánica de La Garrotxa). «Alguna razón habrá, porque la causa a tanto crimen desde luego no es genética», remata también con sorna Óscar Cabana.
492
días (16 meses y una semana), fue el tiempo que estuvo secuestrada la farmacéutica de Olot María Angels Feliú, en el que ha sido el rapto no terrorista más largo de la historia de España. La víctima sufrió «un verdadero calvario», según la sentencia que condenó en 2003 a cinco de sus captores, entre ellos un policía local. Estuvo escondida en un zulo de pequeñas dimensiones desde el 20 de noviembre de 1992 hasta el 27 de marzo de 1994, después de que varias detenciones estrecharan el cerco sobre los delincuentes, que en un primer momento se hicieron pasar por terroristas de ETA. Hubo cinco condenados y los dos supuestos cabecillas quedaron libres por falta de pruebas. El móvil era claramente económico. Durante las primeras semanas de secuestro, Olot fue el centro de la actualidad nacional.
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