El Graduado en Criminología es una persona que está capacitada para la prevención del delito, disminuir la criminalidad, estudiar al delincuente, hacer investigaciones y peritajes en determinada área.
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sábado, 21 de enero de 2017
Cultura de Violación, Campus Universitarios
Era un sábado tranquilo por la noche. Emily Doe se sentó a
cenar con su hermana menor que la visitaba el fin de semana. Su papá
había hecho la cena.
“Estaba trabajando tiempo
completo y se acercaba mi hora de dormir. Planeaba quedarme en casa por
mi cuenta, ver algo en la televisión y leer, mientras ella (su hermana)
iba a una fiesta con sus amigos. Después, decidí que era mi única noche
con ella. No tenía nada mejor que hacer, así que por qué no, había una
tonta fiesta a diez minutos de mi casa, iría, bailaría como una tonta, y
avergonzaría a mi hermana menor”.
La que escribe es
Emily. Ese no es su nombre real, sino su seudónimo. Fue el 17 de enero
del 2015 el día en que dos estudiantes de posgrado de la Universidad de
Stanford paseaban con su bicicleta por el campus cuando una escena
detrás de un basurero los detuvo.
Un estudiante de
primer año empujaba su cuerpo violentamente sobre una joven inconsciente
y semidesnuda. No era cualquier estudiante. Su nombre es Brock Turner
Allen: un prodigioso nadador de 20 años de la universidad californiana.
Una
vez más, Estados Unidos explotó en indignación. Otro caso se sumó a la
interminable lista de abusos sexuales que se amontonan en sus
universidades. Públicamente, detonó de nuevo la escalofriante
estadística: una de cada cinco universitarias son agredidas sexualmente
en universidades estadounidenses.
“Hice caras
graciosas, bajé la guardia, y bebí demasiado rápido, sin tomar en cuenta
que mi tolerancia había disminuido significativamente desde la
universidad”, continuó la joven de 23 años. Eso es lo último que
recuerda de esa noche.
Despertó el día siguiente en
una camilla en el pasillo del hospital. Tenía sangre seca y vendas en
sus manos y codos. Pensó que, tal vez, se había caído y que estaba en
una oficina dentro del campus. Pensó mal.
Estandarizar el delito
Los
números no dejan de alarmar. Más de un 20% de las estudiantes fueron
víctimas de agresiones sexuales en 27 campus universitarios EE. UU. en
el último año, y un 5% de los hombres matriculados también.
Así lo sostiene un estudio realizado en abril del 2015 por la Asociación Americana de
Universidades (AAU), en el que participaron 150.000 jóvenes de
prestigiosas universidades como Harvard (Boston), Columbia (Nueva York) y
Yale (Connecticut).
De todos los casos, solamente el
12% lo denuncian porque “no lo consideraban lo suficientemente serio” o
por la dificultad emocional que conlleva aceptarse como víctima.
La
insistente epidemia que sacude a las universidades no es reciente. En
1992 se publicó la carta de derechos de las víctimas de abusos sexuales
en la que se solicitaba a las instituciones que dieran asistencia a las
víctimas en sus derechos básicos y que se notificara a las autoridades.
Un año después de la publicación, las doctoras Carol Boehmer y Andrea Parrot documentaron el problema en Agresiones sexuales en el campus: el problema y la solución.
Ya
para ese entonces, las estadísticas indicaban que un 25% de las
estudiantes universitarias experimentaría alguna forma de abuso hasta su
graduación.
Masivos movimientos estudiantiles han
denunciado el silencio y protección que se le da desde las mismas
instituciones a los agresores.
Uno de ellos lo
encabezaron Annie Clark y Andrea Pino, ex alumnas de la Universidad de
Carolina del Norte (UNC) en Chapel Hill. Sus testimonios protagonizan el documental The Hunting Ground
(2015), una cinta que reúne decenas de crudas historias de víctimas,
así como la falta de protección que les proporcionaron las instituciones
en las cuales ilusamente pusieron toda su confianza.
Andrea estaba en segundo año cuando asistió con una amiga
a la fiesta que cambiaría su vida. Comenzó a bailar con un atractivo
joven. “Pasó muy rápido. Yo era virgen, así que eso empeoraba todo. Él
comenzó a tirar de mí para llevarme al baño. Me agarró de la cabeza,
junto a la oreja, y me la estrelló contra los azulejos del baño. No se
detuvo. No podía moverme”, recuerda.
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