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lunes, 6 de febrero de 2017

Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes,cronología de otra Justicia Chapuza

El 21 de agosto del 2003 la Guardia Civil trabajaba contrarreloj para tratar de esclarecer la muerte de Sonia Carabantes. Hacía poco más de 48 horas que el cuerpo de la joven de 17 años había sido encontrado en el término municipal de Monda y la presión sobre los investigadores se había multiplicado. Las líneas de trabajo se ampliaron, por muy peregrinas que fueran, ya que en el recuerdo estaba el crimen de Rocío Wanninkhof. Un caso que había entrado en barrena. Pero Sonia, una adolescente de complexión delgada, aunque mirada fuerte, quiso desenmascarar a su asesino. Bajo sus uñas «guardó» la prueba que llevaría a su detención. Una de esas irrefutables, no indiciarias,epiteliales, piel. ADN. Un rastro biológico que condujo a un cazador de jóvenes llamado Tony King,de nacionalidad británica. Un asesino múltiple que se había instalado en la Costa del Sol con su mujer e hija españolas y que escondía un largo historial de violencia hacia la mujer.

La desaparición de Sonia Carabantes se produjo el 14 de agosto de 2003 cuando regresaba a su casa de una romería del municipio malagueño de Coín, adonde su familia se había trasladado a vivir dos años antes tras una larga estancia trabajando en Suiza. El hallazgo de restos de sangre y algunas pertenencias auguraban un desenlace trágico, pero siempre se dejaba un resquicio a la esperanza. Cinco días de búsqueda intensa concluyeron con el hallazgo de su cuerpo oculto bajo unas pesadas piedras en un camino rural de Monda de difícil acceso.


La autopsia reveló que la adolescente había muerto estrangulada, pero en el cuerpo inerte habían quedado las marcas de un ensañamiento desmedido, innecesario, casi sádico. Un brutal ataque ante el que la joven no permaneció impasible. Luchó, arañó a su asesino y bajo sus uñas dejó el hilo del que tirarían los investigadores hasta dar con él. Los forenses hallaron restos epiteliales y los investigadores tenían el ADN del criminal. Una prueba irrefutable ante un tribunal que daría un vuelco a otro caso. Al ser introducido en las bases de datos de los cuerpos de seguridad surgió una coincidencia. «Un bombazo», comentó entonces un agente. 

El resto biológico coincidía con la saliva hallada en una colilla que se recogió en el lugar donde mataron a Rocío Wanninkhof, la joven de Mijas que cuatro años antes había sido asesinada cuando regresaba a su casa tras estar con su novio. 

La equivalencia ponía patas arriba ambos casos y exoneraba a Dolores Vázquez, detenida y condenada por la muerte de Rocío y que esperaba un segundo juicio tras anularse el fallo del primero.
La difusión de este aspecto crucial removía la memoria de una residente británica que comenzó a recordar la conducta sospechosa de su esposo cuando desapareció la joven mijeña y la extraña actitud que se reprodujo cuando el caso de Sonia saltó a la Prensa. Cecilia Pantoja comenzó a ver fugas en las excusas que su pareja puso para justificar unas lesiones en un brazo, el barro en su coche o unas lagunas horarias.

La mujer contó sus dudas a una amiga y fueron a contarlo a la Policía Nacional. El foco de la investigación se centraba sobre Tony King, un británico residente en la Costa del Sol, padre de una niña y con un oscuro pasado oculto. Una serie de gestiones revelaron que su verdadero nombre era Tony Bromwich, aunque lo más desconcertante era el alias con el que en su momento lo bautizaron los medios ingleses: «El estrangulador de Holloway».
Había que conseguir una muestra indubitada de ADN y los investigadores de la UDEV establecieron dispositivos en el municipio de Alhaurín el Grande, donde King se había instalado a vivir en compañía de su nueva pareja tras divorciarse de Cecilia Pantoja. 

La prueba biológica se logró gracias a una colilla que un policía recogió en el pub donde trabajaba el sospechoso, pero otras fuentes aseguran que fue de unos calzoncillos que estaban en un tendedero. Fuese como fuese, el asesino múltiple fue detenido el 18 de septiembre de 2003.
Tony King fue condenado a 36 años de prisión por abusar sexualmente y asesinar a Sonia Carabantes, otros 19 por el crimen de Rocío Wanninkhof y a siete más por agredir y tratar de violar a una mujer en Benalmádena en el año 2001.

A dia de hoy la Justicia española no ha indemnizado a Dolores Vázquez por el atropello mediático,social y por un asesinato que no cometió, Dolores Vázquez vive refugiada en una pequeña localidad al este de Londres, donde trabaja para una empresa de transportes gestionando el horario de los repartidores. De no haber aparecido el verdadero culpable del crimen de Rocío Wanninkhof y de haberse ratificado su condena, Dolores habría cumplido 15 años de cárcel. Sin embargo, habría que preguntarse sobre la clase de libertad que ha disfrutado en todo este tiempo que ha pasado.

En el 2013 apareció por Madrid para intervenir ante una audiencia de juristas, jueces, fiscales y abogados, organizado por la Fundación Pombo, la Universidad Carlos III y la Fundación Wolters Kluwer. Era un acto sobre presunción de inocencia y juicios paralelos. Dolores daba la cara ante representantes del sistema que la ha maltratado y que no ha sabido pedirle perdón. Su intervención no duró más de cinco minutos. Fue un discurso emocionado porque le cuesta reprimir las lágrimas. Ella tan fría, tan exigente, tan disciplinada, tan británica (hija de emigrantes gallegos, se crió y se educó en Epson) es un mar de lágrimas. Una amargura infinita inunda su cuerpo. En el último estudio psiquiátrico al que ha sido sometida, el especialista valoraba con números el daño que ha sufrido: le asignó un valor 35, cuando 100 es el de una persona normal. Dolores es ahora un 35% de sí misma.

En esos cinco minutos, Dolores pasó por encima de su calvario y dijo lo que quería decir desde hace mucho tiempo: “Todavía, nadie me ha pedido perdón”. Su causa está en el Supremo a la espera de una sentencia definitiva que fije a cuánto debe ascender la indemnización a que tiene derecho por el error. El proceso tiene su complicación porque, en medio de la reclamación (solicita cuatro millones de euros), el Supremo ha cambiado de criterio a consecuencia de una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que le beneficiaría. Pero Dolores no tiene suerte: su reclamación es anterior al cambio de criterio y no puede modificarla porque estaría prescrita. La Abogacía del Estado ha puesto precio a su dolor: le corresponden 62.280 euros por haber estado 519 días por error en la prisión.

Su vida es una cárcel sin rejas. Antes de marcharse al Reino Unido pasó alguna temporada en Galicia, donde vive una de sus hermanas, hasta que comprobó que detrás de todas las ofertas de trabajo que podía recibir había alguna doble intención. Vivía como si tuviera que justificar cada paso. No descuelga el teléfono salvo para media docena de personas. Y, aun así, le cuesta mantener una conversación porque no puede evitar la sospecha de que es intervenida. Al menos, ahora, no memoriza la matrícula de los vehículos que van detrás de ella, ni anota en un papel los lugares y las horas por donde transita cada día.

Dolores Vázquez fue víctima de un juicio popular,con mucha gente detrás que va contra la homosexualidad de ella y en el que se le declaró culpable. Fue el primer gran caso mediático del siglo XXI en España. Los detalles de la investigación y de la vida privada de los protagonistas recibieron una cobertura ilimitada, de tal forma que cuando se llegó al juicio con jurado popular la suerte parecía echada. Pedro Apalategui, su abogado, recuerda que no hubo ninguna renuncia a ser miembro del jurado, hecho poco habitual. El fallo apenas estuvo argumentado. “Aquel juicio tuvo muchas imperfecciones y se ha utilizado como un argumento en contra del jurado popular, sin considerar la enorme carga mediática a que estuvo sometido”, dice el abogado.

Dolores todavía escucha el coro de voces de las presas de la cárcel de Málaga cuando anunciaban su nombre por la megafonía: “¡Asesina!, ¡asesina!”. También lo recuerda Pedro Apalategui, que hubo de renunciar a todos los sábados de su vida durante 17 meses “porque me di cuenta de que mi visita era el único nexo que ataba a Dolores a la cordura”. La angustia de su cliente la llevaba a desconfiar de la compañera de celda que la habían asignado para protegerla del suicidio: Dolores pensaba que tenía el encargo de espiarla mientras dormía por si confesaba en sueños.

Pedro Apalategui sigue guardando en un cajón de su escritorio un objeto que no pudo utilizar en el juicio. Dolores Vázquez se lo prohibió desde la cárcel. Se trata de una libreta con pastas rosas que Rocío Wanninkof le regaló a Dolores Vázquez por su cumpleaños. Tiene una dedicatoria manuscrita de Rocío: (“Eres una chica tan guapa, tan simpática, tan amable, tan bella, y tan gordita. Que te he regalado esta libretita. Así te quiero tanto como este corazón y si no te quisiera se rompería como este. Para Loli de Rocío”).

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