María del Carmen Quero Bernal, es la asesina confesa del jubilado Manuel Martín Ojeda, cuyo cadáver se halló el 9 de enero de 2016 en el interior de un congelador de la heladería Otoño de la Macarena,confesó el crimen ante el jurado popular y explicó que metió el cuerpo en el congelador porque tenía “miedo y pánico”.
En su declaración en la vista oral, en la que sólo contestó a las preguntas del fiscal y de su defensa, no a la de los abogados de la familia del fallecido, la acusada dijo estar “muy arrepentida” de lo ocurrido y atribuyó el crimen a sus problemas con el alcohol, puesto que aquella noche estaba “muy borracha” y llevaba “bebiendo varios días” sin parar y llevaba cinco días durmiendo en el negocio, que cerró esos días.
La asesina se enfrenta a una condena de ocho años y medio de cárcel que le pide el fiscal y los 20 años que reclaman la acusación particular que ejercen los familiares,aseguró que no recuerda que golpeara con un objeto –una estatuilla de buda- a la víctima ni que lo asfixiara con un cable. María del Carmen, lo único que recuerda que es que hubo una “pelea”, en la que el jubilado le estuvo gritando “guarra y puta” y ella le respondía llamándole “cabrón”, pero afirma que “no sabe lo qué pasó”, acudieron a su local para mantener relaciones sexuales tras haber estado bebiendo algunas copas en un bar.
Sobre el origen de esa pelea, la acusada, reconoció que es homosexual, indicó que le pidió práctica sexual y reaccionó de esa manera.
La asesina añadió que no recuerda golpear con un objeto contundente ni que cogiera el cable para asfixiarlo. “Me desperté en un charco de sangre porque golpearon a la persiana preguntando por él, pero se fueron y seguí bebiendo y me tomé una tableta de pastillas”,dijo la acusada, que tampoco recuerda ser consciente de cuándo metió el cadáver en el congelador de la heladería.
Sí dijo que lo hizo cuando fueron algunos familiares, acompañados por una pareja de la Policía Local, interesándose de nuevo por el jubilado. “Sentí miedo y pánico y lo introduje en el congelador”, una vez que los familiares se marcharon fue a un locutorio a llamar a su hermana y le pidió que avisase a un hermano suyo.
“Seguía borracha, hablé con mi familia y les dije que me entregaran a la Policía”, dijo María del Carmen Quero, que reconoció que también tiró una bolsa a la basura con las pertenencias del fallecido.
La heladera atribuye el crimen a su alcoholismo. “Me maltrataba a mí misma con el alcohol. El alcohol me ha destruido la vida. Yo no he querido acabar con la vida de esta persona. Lo que me ha pasado ha sido por el alcohol. Lamento mucho lo que le está pasando a su familia y a la mía”.
La acusada señaló que tampoco recuerda que estaban en el bar y le dijera a la víctima: “Apúrate, que nos vamos a follar”, y que a continuación se fueran juntos a la heladería.
Un ayudante de cocina del bar sí reconoció escuchar a la acusada hacer esta proposición sexual a la víctima y precisó que la mujer ya tenía el ojo amoratado antes de salir del local.
Sobre este punto, el dueño del bar señaló que la mujer le comentó que ese hematoma se lo había producido por una caída y por una pelea en una discoteca, y señaló que estaba ebria, porque en su negocio se tomó “dos o tres cubatas”.
La defensa, que ejerce la letrada Esperanza Lozano y reclama una condena por homicidio superior a los cinco años de cárcel, alegó que hubo una “pelea salvaje y brutal, en la que la acusada temiendo por su vida sin querer lo agredió” con un objeto contundente, y dijo que “no pasa ni un solo día en el que no se arrepienta profundamente de lo que ocurrió”. La letrada dijo a los miembros del jurado popular que en este caso “se enfrentan a una pelea, a una discusión de personas pasadas de copas y en un contexto sexual deseado por ambos, porque no estaban rezando el rosario” cuando se fueron a la heladería, defendió.
La diferencia entre las calificaciones presentadas por la Fiscalía de Sevilla y los familiares del fallecido derivan de la calificación de homicidio que planteó el Ministerio Público, que además apreció dos circunstancias atenuantes en la conducta de la acusada: la de confesión, por haber acudido a la Comisaría de Dos Hermanas inculpándose del asesinato, y la de hallarse bajo la influencia de las bebidas alcohólicas.
La acusación particular consideró que los hechos constituyeron un delito de asesinato, en el que no se aprecia ninguna circunstancia atenuante, por lo que elevaron a 20 años de condena para María del Carmen Quero Bernal.
Los abogados José Manuel Portillo y Mariano de Alba, que representaron a la familia del asesinado consideraron que la confesión de la encausada en la comisaría fue "totalmente falsa, equívoca y tendenciosa", además de "interesada y alejada de la realidad", por cuanto ofreció una versión exculpatoria en la que "ocultó intencionadamente hechos relevantes y añadió otros diferentes, ofreciendo en suma una versión irreal que demostró su intención de eludir su responsabilidad". Y añadieron que confesó cuando ya no tenía posibilidad de ocultar el crimen.
En cuanto al relato de los hechos, tanto el fiscal como la acusación coincidieron básicamente en que la asesina y la víctima se encontraron sobre las 20:30 horas del 8 de enero de 2016 en el bar Mi negro, ubicado en la calle Doctor Jaime Marcos de Sevilla. La acusada, que conocía a Manuel, le pidió que la invitara a una consumición alcohólica.
El jubilado se hallaba con unos conocidos y, tras terminar su bebida, se dirigió a la salida del bar, momento en el que fue abordado por María del Carmen, quien según recogieron los escritos de calificación provisional de las acusaciones, le dijo: "apúrate que nos vamos a follar".
A continuación ambos abandonaron el local y se dirigieron hasta la heladería Otoño, propiedad de la asesina, donde ambos se introdujeron y permanecieron juntos toda la noche, en el transcurso de la cual la acusada estuvo consumiendo varias bebidas alcohólicas.
Sobre las siete de la mañana del día siguiente, el sábado 9 de enero, se inició una discusión entre ambos "por motivos no acreditados", y fue cuando la acusada golpeó "violentamente" al jubilado con una figura de Buda.
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