Era la tarde del 10 de diciembre del 2017. Festividad de la Virgen de Loreto, la patrona del Ejército del Aire. Día de fiesta. Hay que disfrutar, así que la soldado sale de copas con el resto de sus compañeros militares por los bares de Bobadilla.
Los soldados salen a festejar la jornada a las tres de la tarde. Pero la fiesta empezó dentro del cuartel de Antequera. Hasta esa hora, ella y sus compañeros se toman al menos dos quintos de cerveza dentro del recinto. De allí se marchan hasta un local cercano para tomarse un par de cervezas más.
Allí se quedan hasta las cuatro menos cuarto de la tarde. A partir de
esa hora, el día se junta con la noche, ya que el resto de la
celebración transcurrió hasta la madrugada en el pub Gabana.
El lugar está a treinta minutos de distancia del cuartel si se va andando, cinco si se coge el coche. La soldado de 35 años se toma allí una
caña pequeña y dos copas hasta la hora de la cena. Hubo bocadillos
acompañados de otras tantas cervezas a esa hora, ya con la noche sobre
el cielo de Málaga. Hasta ese momento, no sucede nada extraño.
En un momento determinado, antes de la 1 de la madrugada, la mujer se va un instante al baño y deja en la barra su cerveza. Así lo cuenta la soldado en la primera de las tres denuncias que interpone. Al volver, se da cuenta de que algo no va bien. Da un trago al botellín y nota que la bebida tiene un regusto más amargo de lo normal. En ese instante no le da más importancia a ese hecho. A la postre iba a resultar la clave.
La mujer sigue en el bar, cuenta en la denuncia que hay un instante en el que estaba apoyada en la barra hablando con dos de sus compañeros. Uno es sargento primero. El otro cabo mayor. Deben
de ser en torno a las 2 de la noche. De forma instantánea, todos se
alejan de ella y se quedan los tres solos. Uno de ellos muestra especial interés por ella. Se acerca “más de lo debido” y le empieza a acariciar la pierna. La soldado se queda muy sorprendida. Era algo que no se esperaba. La cosa no iba a quedar ahí.
Del mismo modo, y prácticamente a la
vez, la mujer nota cómo otra mano le toca el muslo pero por la parte de
atrás. Ella se resiste y le da un manotazo a uno de los compañeros. Otros dos se acercan a ella y empiezan a decirle al oído, de forma lasciva: “Es que no veas como vienes”. Dice la mujer que en ese momento ya debía de haberla drogado.
A uno de los compañeros le dice que se siente muy incómoda, humillada tras lo que acababa de ocurrir. “Como un cacho de carne”.
Con el paso de las horas el estado de la soldado empeora. A las 2 y media de la madrugada la mujer decide volver a la base a dormir. Está "muy perjudicada". La acompaña en el trayecto un superior. Al llegar, advierte que la habitación tiene la llave puesta en la puerta. La acuesta en su cama y se marcha.
Al día siguiente la mujer padece de “fuertes dolores de cabeza” y no recuerda
nada de la noche anterior. Habla con una de sus compañeras al
despertarse y también con su superior, quien le cuenta lo que pasó al
llegar al cuartel. Ella solo recuerda ir luego al baño, ya de madrugada.
Ellos en cambio le plantean la posibilidad de que haya sido violada.
Su superior le ofrece hacerle un test de drogas y ella accede.
Resultado: “Positivo en sustancias barbitúricas”.
Alguien le había echado algo en la bebida. Nunca antes había dado positivo en consumo de
drogas en el cuartel. Su comportamiento era de absoluta normalidad
y aquello no cuadraba. Era obvio que alguien le había echado algo para que no estuviera en plenitud de facultades y empieza a sospechar del momento en que se va al baño y deja la cerveza en la barra.
Muy preocupada la mujer habla con el
teniente de enfermería. Éste a su vez dialoga con los
comandantes, quienes se dirigen directamente a la soldado. Estaba muy claro,
hay que denunciar los hechos. Al cabo de dos días, el 12 de diciembre,
la soldado decide denunciar lo ocurrido en la noche de la Virgen de
Loreto.
Con el paso del tiempo los fragmentos de esa velada vuelven a recomponerse en su memoria. Los detalles vuelven poco a poco a su cabeza, recuerda que en la habitación había dos hombres. Todo
estaba a oscuras, uno de ellos con una respiración muy profunda.
Notaba su contacto en el costado izquierdo y también en su cara. Volvió a
su mente la desagradable sensación que debió sentir en aquel momento, de asco, de vomitar. Luego
llegó la constatación, ya que la mujer había dormido con las medias y el
pantalón de pijama y a la mañana siguiente, al ir al baño, halló en ambas
prendas restos de semen. Estos se mandaron a analizar para identificar.
Lo más grave a extraer de las denuncias de
la soldado tiene que ver con uno de sus compañeros. En la denuncia la
mujer explica que hay uno en concreto que siempre estaba intentando ligar
con ella. Y hay algo que le ha dicho en más de una ocasión, en
conversaciones siempre de contexto sexual: que tendría que drogarla para
conseguir tener sexo con ella.
En la misma denuncia la mujer narra otro grave episodio acontecido
meses atrás de la agresión sexual de diciembre. Lo que pasó
esa noche no era la primera vez que ocurría. La soldado en
septiembre fue víctima de otra agresión sexual, 3 meses
antes de la segunda.
Ocurrió una noche que se quedó a dormir en la base, y uno de los compañeros aprovechó para abordarla en un pasillo.
Era de noche, la cogió, la empujó hasta su habitación y la empezó a
besar. La mujer dijo en la denuncia que “este hecho no le desagradó, por
lo que continuó besándose”.
Al poco, el compañero se muestra con intención de mantener relaciones sexuales. La tira sobre la cama, la sigue besando, ella le dice que no,pero Él insistió y ella volvió a negarse en repetidas
ocasiones. Justo en ese momento entra en al habitación otro compañero y ella aprovechó para quitárselo de encima y se dirigió hacia la puerta
camino de su habitación.
En el pasillo el compañero que había tratado de abusar de ella volvió a insistir y la empujó de nuevo a la habitación. Ella exigiendo que la dejase en paz
que si no iba a gritar y que se iba a enterar toda la base. Pero él no se
da por vencido y continúa con los manoseos. En plena desesperación
ella vuelve a insistir y le dice que los besos vale, pero que nada más.
Al final el hombre acaba metiéndola de
nuevo en la habitación. Siguió besándola en contra de su voluntad
mientras le decía que no quiere tener relaciones sexuales. Sin
embargo no abandona los tocamientos y ella ante la insistencia le dice
que tiene la regla. Que no quiere que siga haciendo lo que estaba
haciendo en ese momento. A él le da igual, sin mediar palabra, el
soldado se baja los pantalones y la fuerza a tener sexo anal. “No pudo
concluir ya que no se dejaba”, explica la
víctima.
Como se encuentra con el período, la cama y el suelo quedan manchados, y el hombre detiene su intención de forzarla en contra de su voluntad. No contento con eso le recrimina haberlo llenado todo de sangre,en ese momento ella sale de la habitación.
La soldado no quiso contárselo a nadie porque le daba vergüenza.
También por lo que pudiesen pensar “el resto de compañeros sobre su
persona en el cuartel militar”. De ese modo imploró al agresor que había tratado de
perpetrar la violación de septiembre a que no dijese nada, que no quería que su
reputación saliese dañada, ya que era muy vergonzoso para ella.
Las palabras del mes de diciembre del 2017 aún resuenan en el cuartel: “Me sentí como un cacho de carne”.
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