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lunes, 22 de octubre de 2018

Issei Sagawa ,el Hanníbal Lecter japonés

Mujeres occidentales, altas, rubias, esbeltas y de piel blanca, suave y tersa. La búsqueda de la mujer perfecta. Esa era la obsesión que atormentaba a Issei Sagawa desde su adolescencia. Un asesino y Hannibal Lecter japonés que tras matar, descuartizar y comerse a una estudiante de veinticinco años quedó en libertad. Este despropósito comenzó con unos informes psiquiátricos que justificaban el homicidio perpetrado por el caníbal, y que culminó con la irrisoria condena que le impuso un juez en París. Tan solo dos años de cárcel.
A partir de entonces, el mismo magistrado ordenó su extradición a Japón. Allí fue donde Sagawa comenzó a despuntar gracias a la televisión. Entrevistas, reportajes y spots de publicidad donde se bromeaba sobre su antropofagia, le sirvieron para hacerse popular. El ‘padrino del canibalismo’ ya se había convertido en toda una estrella mediática.

 De aspecto raquítico, débil, “pequeño, feo, con manos pequeñas y pies diminutos”. Así recordaba Sagawa su aspecto físico cuando tan solo era un niño. Procedente de una familia acaudalada y con importantes empresas, Issei nació el 11 de junio de 1949 en Japón. Era una época difícil. La Segunda Guerra Mundial había azotado de hambre a la población nipona, y aunque sus padres poseían cierta posición social, también pasaron penurias para lograr sobrevivir.
 De hecho, una de las pesadillas que más le atormentaba con cinco años era verse dentro de una gran cazuela con agua hirviendo. En el sueño, el pequeño intentaba escapar. Pero, le era imposible. El agua le iba cociendo lentamente sin posibilidad de salvarse. Pasados aquellos años y a finales de los setenta, Sagawa se centró en estudiar y en forjarse un futuro en Tokio. La empresa familiar se había recuperado económicamente y le permitía tener una vida muy cómoda. Decidió estudiar la carrera de Literatura Inglesa en la Universidad de Wako y empezó a interesarse por el mundo del arte. No fue su único interés.

 Al joven de personalidad obsesiva le cautivaban los libros protagonizados por personajes caníbales. Como por ejemplo, los aztecas. Según el culto imperial, los vencedores se comían el corazón de sus enemigos para apropiarse de su fuerza y valor. Aquellas historias lograron fascinar a Sagawa hasta el punto de tener sus primeras fantasías sexuales.

Una de las primeras veces que Issei fue consciente de su deseo, ocurrió de la siguiente manera: “Cuando me encontré a esta mujer en la calle, me pregunté si podría comerla”. Se refería a una profesora alemana con la que se relacionaba en la Universidad de Wako.
A partir de ahí, sus siniestras fantasías pasaron a la acción gracias al servicio de diversas prostitutas. “Le metía la hoja de un cuchillo en la garganta y fingía que iba a matarla. Después, dejaba que ella hiciera lo mismo conmigo. Pero aquella mujer no me interesaba. Simplemente jugaba con ella a un macabro juego. Fue un primer paso hacia lo inevitable”, explicó durante el juicio. 
Tras dejar Tokio para continuar sus estudios de Literatura Comparada en la Sorbona de París, su familia se volcó en financiar aquello que se proponía. Al fin y al cabo, su primogénito heredaría y dirigiría la empresa familiar a su vuelta a Japón. Sin embargo, Sagawa tenía otros planes.
Su aspecto físico -150 cm de estatura y 40 kilos de peso- no hacía presagiar que tras esa imagen de hombre menudo, inteligente, reservado y corriente, se escondía un asesino caníbal en potencia. Ni siquiera Renée Hartevelt se había percatado de la obsesión de Issei. 
La estudiante holandesa de veinticinco años destacaba por hablar perfectamente tres idiomas. Pero Sagawa no se había fijado en ello por eso, si no por su belleza. Era el prototipo de mujer que siempre había soñado y la única forma de pasar tiempo a solas era contratándola como profesora particular de alemán. El dinero nunca fue un problema para este joven de familia millonaria.
El nipón y la neerlandesa congeniaron enseguida. Tenían muchas cosas en común: el arte, la literatura, la poesía. De hecho, Issei intentó conquistarla. La invitaba a conciertos, exposiciones, conferencias, le escribía cartas de amor… Pero Renée no le correspondía. La estudiante le veía tan solo como un amigo que, desde la inocencia, la admiraba.


“Los hechos sucedieron poco a poco, por grados. Una de las primeras veces que Renée vino al apartamento, yo me hice con un revólver y traté de golpearla por la espalda. Ella no se daba cuenta de nada. Estaba ya a unos milímetros de su cuerpo, presto a descargarle un culatazo mortal, cuando de repente se dio la vuelta y me sonrió. No tuve el coraje de seguir hacia adelante con mi propósito”, relató el homicida.
El día de autos no tardó en llegar. La tarde del 11 de junio de 1981, Renée subió a casa de Issei para ayudarle con unas traducciones: “Primero intenté besarla, como ya había hecho otras veces. Renée empezó a retroceder. Le hablé de mi adoración por ella y del amor que sentía en mí como un huracán, y ella siguió resistiéndose”. Aquella reacción no sería inconveniente alguno para ejecutar su plan. 
Entonces, Issei simuló buscar una botella de vino en la cocina para destensar la situación y continuar con otras traducciones, pero apareció con un rifle calibre 22. Tenía escondido uno en el armario. “Saqué mi carabina del armario para asustarla. Por causalidad mi arma se disparó y ella cayó fulminada”, aseguró. Pero en realidad, Sagawa había disparado certeramente al cuello de Renée. La joven se desplomó por el impacto convirtiendose en objeto de fascinación para su asesino.
“La tentación fue para mí demasiado fuerte. No supe resistir”, declaró. “La desnudé y abusé de su cuerpo. Después comencé a cortarla a trozos. En aquel momento pensaba que esa era la mejor manera de esconder su cadáver y de sacarlo de mi casa. Mientras cortaba aquel cuerpo con un cuchillo eléctrico, yo no era Issei, era un médico. No era un médico, era un diablo. Era Mefistófeles en persona. Cortaba y fotografiaba”, continuó. 
“Como un autómata, empecé a probar con los labios algunos pequeños trozos que ya había separado del resto. Este impulso era más fuerte que yo. Una vez terminé el descuartizamiento, cogí unas partes y las metí en el frigorífico, y otras las llevé a la cocina y me las freí, aderezándolas con sal y pimienta. Descubrí que tenía un sabor agradable, dulce y delicado, un sabor similar al del atún”, relató. 
Sin embargo, unos transeúntes encontraron las maletas debido a la poca profundidad de las aguas. Cuando llamaron a la policía alertaron que en las valijas sobresalía una mano y un pie. La identificación fue complicadísima y la noticia llegó a los medios de comunicación. Gracias a esto, el taxista que llevó Issei aquella noche acudió a comisaría para contar lo extraño de la situación. Gracias a su testimonio y a la descripción del sospechoso, el asesino fue detenido y puesto a disposición judicial.
Una vez delante del juez, Sagawa confesó con perturbadora tranquilidad el crimen. No solo no dio muestras de arrepentimiento si no que aseguró haber disfrutado alimentándose de Renée. Incluso, instó a que mirasen en su nevera. 
Pese a las pruebas y la confesión, los informes psicológicos ayudaron a reducir la condena de Sagawa. Finalmente, el juez le sentenció a dos años y fue trasladado a la prisión de La Santé. Expertos de la época apuntan al multimillonario contrato entre la empresa Kurita Water –propiedad de la familia del asesino- y la francesa Elf Aquitaine como el motivo de una sentencia tan reducida.

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