Sin embargo, de la batería de pruebas médicas que se realizaron al acusado ninguna logró demostrar que el trastorno había sido la causa que desencadenó el crimen. “Algo le pasó a su cerebro”.
Derrick Robie RIP |
Smith tenía graves complejos de inferioridad. Su falta de autoestima
por culpa de los abusos sufridos por sus compañeros de escuela ocasionó
la mayor explosión agresiva de su vida: el asesinato del niño de cuatro
años Derrick Robie.
Eric M. Smith nació el 22 de enero de 1980 en Steuben (Nueva York, Estados Unidos) y creció con complejos. Tenía orejas de soplillo, era pelirrojo, llevaba gafas gruesas y tenía pecas por todo el cuerpo. Su apariencia atrajo la atención de los matones del colegio, que no cesaban de acosarle.
Durante años sufrió el abuso verbal y físico de sus compañeros, que le hicieron sentir débil y vulnerable. “Empecé a creer que yo no era nada más que un don nadie. Mi visión de la vida era oscura. Sentía que ir al colegio era ir al infierno, porque eso es lo que era para mí”, describió el propio Smith en la cárcel en su etapa adulta.
No se sentía un niño querido y fue conteniendo su ira hasta que explotó y mató al pequeño Derrick. ¿Por qué lo hizo? “Porque en vez de que me hicieran daño a mí, yo era el que estaba haciendo daño a alguien”, relató Eric de manera escalofriante.
Durante la larga entrevista que realizaron al criminal, éste deja entrever que su hogar tampoco fue una balsa de aceite. Había problemas en casa. De eso los especialistas estaban casi seguros por la naturaleza sexual de su crimen. Todo apunta a que su hermana mayor, Stacy, había sufrido abusos sexuales por parte de su padrastro. A esto habría que sumarle que él siempre se sintió menospreciado por su familia adoptiva.
Eric M. Smith nació el 22 de enero de 1980 en Steuben (Nueva York, Estados Unidos) y creció con complejos. Tenía orejas de soplillo, era pelirrojo, llevaba gafas gruesas y tenía pecas por todo el cuerpo. Su apariencia atrajo la atención de los matones del colegio, que no cesaban de acosarle.
Durante años sufrió el abuso verbal y físico de sus compañeros, que le hicieron sentir débil y vulnerable. “Empecé a creer que yo no era nada más que un don nadie. Mi visión de la vida era oscura. Sentía que ir al colegio era ir al infierno, porque eso es lo que era para mí”, describió el propio Smith en la cárcel en su etapa adulta.
No se sentía un niño querido y fue conteniendo su ira hasta que explotó y mató al pequeño Derrick. ¿Por qué lo hizo? “Porque en vez de que me hicieran daño a mí, yo era el que estaba haciendo daño a alguien”, relató Eric de manera escalofriante.
Durante la larga entrevista que realizaron al criminal, éste deja entrever que su hogar tampoco fue una balsa de aceite. Había problemas en casa. De eso los especialistas estaban casi seguros por la naturaleza sexual de su crimen. Todo apunta a que su hermana mayor, Stacy, había sufrido abusos sexuales por parte de su padrastro. A esto habría que sumarle que él siempre se sintió menospreciado por su familia adoptiva.
El 2 de agosto de 1993, el pequeño Derrick se dirigía solo a un campamento de verano
a una manzana de su casa. Le había insistido a su madre en que no se
preocupara, que estaría bien. Era la primera vez que el niño iba solo.
La primera y la última. Durante ese corto trayecto el pequeño de cuatro
años se encontró con su asesino, que también iba al mismo lugar.
Días antes del asesinato, Eric había llegado a casa enfadado y nervioso. Pidió ayuda a su padre, que le aconsejó golpear el saco de boxeo del garaje hasta cansarse. Minutos más tarde regresó con las manos ensangrentadas y diciendo que había golpeado un árbol un par de veces. Eric se desahogó, como le había aconsejado su padre, pero lo hizo con un ser humano.
Cuando vio a Derrick, lo engatusó hasta llevarle a una zona boscosa algo alejada. Allí le tiró varias rocas a la cabeza, lo desnudó, lo violó con una rama de un árbol y lo estranguló. Según el informe forense, la causa de la muerte fue un traumatismo craneal.
El modus operandi que había elegido Eric sobrepasaba los límites de la razón para un joven de trece años. Cuando terminó, cogió la bolsa con el almuerzo de Derrick, aplastó un plátano, echó varios tragos de una bebida roja llamada Kool Aid y derramó el resto sobre el cadáver. Cuatro horas de búsqueda bastaron para localizar sus restos en un camino entre el bosque y su casa.
Días antes del asesinato, Eric había llegado a casa enfadado y nervioso. Pidió ayuda a su padre, que le aconsejó golpear el saco de boxeo del garaje hasta cansarse. Minutos más tarde regresó con las manos ensangrentadas y diciendo que había golpeado un árbol un par de veces. Eric se desahogó, como le había aconsejado su padre, pero lo hizo con un ser humano.
Cuando vio a Derrick, lo engatusó hasta llevarle a una zona boscosa algo alejada. Allí le tiró varias rocas a la cabeza, lo desnudó, lo violó con una rama de un árbol y lo estranguló. Según el informe forense, la causa de la muerte fue un traumatismo craneal.
El modus operandi que había elegido Eric sobrepasaba los límites de la razón para un joven de trece años. Cuando terminó, cogió la bolsa con el almuerzo de Derrick, aplastó un plátano, echó varios tragos de una bebida roja llamada Kool Aid y derramó el resto sobre el cadáver. Cuatro horas de búsqueda bastaron para localizar sus restos en un camino entre el bosque y su casa.
La investigación se inició entrevistando a todo aquel que pudiese
haber visto a la víctima el día del crimen. Eric Smith era uno de ellos,
así que cuando la policía se personó en su domicilio, el asesino empezó
a ponerse nervioso. “¿Creéis que lo maté yo, verdad?”, soltó mientras sus manos temblaban.
Tras un breve descanso en el que su padre le sirvió un vaso de la famosa bebida roja Kool Aid, Eric se limitó a tirarla al suelo. Es entonces cuando se percatan de que él sabía lo que le había ocurrido a Derrick.
Al día siguiente, las autoridades piden al joven que les lleve con su bicicleta al lugar donde había visto por última vez al niño. Eric les conduce directamente al paraje donde había acabado con la vida del niño. No obstante, y previo a este hecho, una de sus vecinas, Marlene Hesjell, informó de que el muchacho le había hecho preguntas extrañas, como qué pasaría si el asesino resultase ser un niño o en qué consistía y qué podría saberse con una prueba de ADN.
Así intentó ratificarlo su propia madre cuando explicó que su hijo le contó que no sabía por qué había matado a aquel chico. Argumentaba que él era consciente del mal que había hecho y que, por tanto, “ante la ley, sigue siendo responsable de lo que hizo”. Cuando Eric escuchaba tales argumentos, su rostro no presentaba ningún atisbo de emoción, ni siquiera remordimiento. Sin embargo, hubo momentos en que el jurado fue testigo del carácter del presunto homicida.
El adolescente protagonizó varias rabietas y llegó a golpearse la cabeza contra el suelo. Sus problemas para hablar no le favorecieron en absoluto. A pesar de que la fiscalía le había puesto contra la pared en varias ocasiones, la única pregunta que jamás logró responder fue por qué mató a Derrick.
El 16 de agosto de 1994 le condenaron por asesinato en segundo grado y lo sentenciaron a la pena máxima para un menor de edad. En aquel momento era de un mínimo de nueve años de prisión a cadena perpetua. Diez años después se celebró una audiencia a puerta cerrada para valorar la libertad condicional del acusado.
Hasta 2001 estuvo en una prisión de máxima seguridad de Dannemora (Nueva York) y a partir de entonces, fue transferido a diferentes centros con seguridad media.
Tras un breve descanso en el que su padre le sirvió un vaso de la famosa bebida roja Kool Aid, Eric se limitó a tirarla al suelo. Es entonces cuando se percatan de que él sabía lo que le había ocurrido a Derrick.
Al día siguiente, las autoridades piden al joven que les lleve con su bicicleta al lugar donde había visto por última vez al niño. Eric les conduce directamente al paraje donde había acabado con la vida del niño. No obstante, y previo a este hecho, una de sus vecinas, Marlene Hesjell, informó de que el muchacho le había hecho preguntas extrañas, como qué pasaría si el asesino resultase ser un niño o en qué consistía y qué podría saberse con una prueba de ADN.
Así intentó ratificarlo su propia madre cuando explicó que su hijo le contó que no sabía por qué había matado a aquel chico. Argumentaba que él era consciente del mal que había hecho y que, por tanto, “ante la ley, sigue siendo responsable de lo que hizo”. Cuando Eric escuchaba tales argumentos, su rostro no presentaba ningún atisbo de emoción, ni siquiera remordimiento. Sin embargo, hubo momentos en que el jurado fue testigo del carácter del presunto homicida.
El adolescente protagonizó varias rabietas y llegó a golpearse la cabeza contra el suelo. Sus problemas para hablar no le favorecieron en absoluto. A pesar de que la fiscalía le había puesto contra la pared en varias ocasiones, la única pregunta que jamás logró responder fue por qué mató a Derrick.
El 16 de agosto de 1994 le condenaron por asesinato en segundo grado y lo sentenciaron a la pena máxima para un menor de edad. En aquel momento era de un mínimo de nueve años de prisión a cadena perpetua. Diez años después se celebró una audiencia a puerta cerrada para valorar la libertad condicional del acusado.
Hasta 2001 estuvo en una prisión de máxima seguridad de Dannemora (Nueva York) y a partir de entonces, fue transferido a diferentes centros con seguridad media.
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