Alto, apuesto, con aire distinguido y siempre elegantemente vestido, el Doctor Holmes era una de las mentes más perversas de la era moderna. Su objetivo, la ciudad de Chicago, donde cientos de personas fueron asesinadas en el conocido como el ‘Castillo de los Horrores’.
Tras sus paredes se escondían infinidad de trampas, pasadizos secretos, cuartos insonorizados y habitaciones de castigo. Fue allí donde este Don Juan del crimen desplegó todos sus “encantos”.
Herman Webster Mudgett (su verdadero nombre) nació en 1860 en Gilmanton, en el seno de una familia honrada y puritana de New Hampshire, que tenía como lastre el alcoholismo del progenitor y los continuos apuros económicos. Sus más allegados le definían como un chico de lo más problemático, solitario y con una crueldad excesiva con los animales y los niños pequeños.
Según parece, de crío padeció el abuso de sus compañeros hasta el punto de obligarle a tocar un esqueleto humano. Este incidente más que asustarle, le creó una fascinación absoluta por los cadáveres y la muerte, llevándole a estudiar medicina posteriormente.
Se graduó en 1884 e inmediatamente, empezó a realizar toda clase de turbios negocios. El primero y el más llamativo fue el robo de cadáveres de la universidad con un doble fin. Por un lado, usar dichos cuerpos para experimentar. Y por otro, defraudar a los seguros -previamente los atestaba con nombres falsos-.
Algunos de los timos más sonados, fueron por ejemplo, vender una cura contra el alcoholismo, o incluso comercializar una máquina que convertía agua en gas natural. Cualquier excusa era buena si detrás había dinero.
Es en este sentido, donde Mudgett sacó su mayor tajada, ya que sirviéndose de su porte de conquistador, consiguió seducir a mujeres con fortuna que estaban encantadas de ayudarle. La primera en caer fue Clara Lovering, una muchacha de familia rica que costeó sus estudios de medicina durante cinco años y con la que se casó a los dieciocho.
Tras licenciarse en la universidad de Michigan, la abandonó para iniciar una relación con una joven viuda de lo más atractiva propietaria de varios hostales de éxito. Cuando la hubo arruinado huyó a Nueva York, donde trabajó como médico durante un año. Después y más concretamente en 1885, Chicago se convirtió en su siguiente objetivo.
Ya en la ciudad, siguió con su táctica de tierno seductor logrando que la joven millonaria Myrta Belknap, cayera en sus redes. Adoptó el nombre de Henry Howard Holmes y contrajeron matrimonio. Sin embargo, la estafó 5.000 dólares gracias a la falsificación de unas escrituras. Este dinero lo utilizó para construir una lujosa residencia en Wilmette.
En 1887, HH Holmes obtuvo la titularidad de una farmacia en Englewood gracias a su relación como amante y hombre de confianza con su dueña, una viuda rica y crédula llamada ‘Mrs. Dr. Holden’. Un buen día, él se quedó con todos sus bienes y ella simplemente “desapareció”.
Pero el gran sueño de Holmes no era otro que construir un gran hotel, a propósito de la Exposición Universal que se celebraría en Chicago en 1893. De este modo, dicha inauguración coincidiría con la visita de miles de turistas y sobre todo, de numerosas mujeres pudientes y solas.
Gracias a sus continuas estafas, adquirió un solar junto a la farmacia y en 1890 se inició la construcción del extraño hotel. Su aspecto era de lo más lúgubre. Muchos apuntaban que se estaba levantando una tenebrosa fortaleza. Y finalmente, así fue.
Se valió de empresas a las que contrataba y despedía constantemente y a las que nunca pagaba. Este engaño sirvió para que Holmes fuese el único conocedor de los verdaderos planos de la obra. Los continuos cambios de personal le favorecieron, ya que su excepcional hotel jamás logró levantar sospecha alguna. Al fin y al cabo, él fue el creador de su gran proyecto: el Castillo Holmes.
El 1 de mayo de 1893 el hotel fue inaugurado.Tenía tres plantas, más de 60 habitaciones, un sótano, 51 puertas y unas falsas pilastras. La planta baja estaba conformada por negocios y era relativamente normal.
Sin embargo, el subsuelo y los pisos superiores estaban plagados de cientos de trampas, escaleras que no llevaban a ningún lado, dormitorios secretos, cuartos sin ventana, puertas correderas, laberintos y pasillos ocultos. Además, colocó decenas de mirillas en las paredes, desde donde Holmes podía observar a escondidas a sus clientes. El control sobre sus huéspedes era casi abrumador. Para vigilar todos sus movimientos, se valió de una instalación eléctrica ubicada bajo el parquet. De este modo, Holmes siempre les encontraría.
Su sadismo era extremo. Podía terminar con la vida de cualquiera cuando quisiera. Resultaba de lo más fácil. Con sólo abrir unos grifos de gas, podía asfixiar a los ocupantes de varias habitaciones.
Un montacargas y dos toboganes, servían para bajar los cadáveres a una bodega donde podían ser disueltos en una cubeta de ácido sulfúrico, reducidos a polvo en un incinerador o sumergidos en unas cubas repletas de cal viva.
Este asesino mortificaba a sus víctimas antes de acabar con ellas. Algunos de sus “juegos” más retorcidos, se basaban en atarlas colgandolas de los brazos y bajándolas lentamente a un pozo lleno con ácido. También encadenarlas a una prensa rotatoria, que poco a poco iba triturando sus huesos, o practicarlas autopsias estando aún con vida.
Una vez finalizada la Exposición Universal, hubo un descenso en la clientela del hotel y Holmes comenzó a tener pérdidas. Para subsanar el problema, se le ocurrió la brillante idea de incendiar el último piso del inmueble y de este modo cobrar el seguro que ascendía a 60.000 dólares. Pero descubrieron el fraude y el doctor tuvo que huir a Texas. Allí siguió viviendo de las estafas hasta que por primera vez, dio con los pies en la cárcel.
Puesto en libertad bajo fianza, Holmes volvió a urdir otra farsa que consistía en lo siguiente. Un cómplice llamado Benjamin Pitizel, debía hacerse un seguro de vida en una compañía de Filadelfia. Tiempo después se presentaría como suyo un cadáver anónimo desfigurado por un accidente. Una vez engañada a la aseguradora, la mujer de Pitizel cobraría la prima y la repartiría con Holmes.
Pero para curarse en salud, el doctor decidió cambiar el plan y matar realmente al compinche. Así se llevaría la totalidad de la indemnización. Semanas más tarde, también se deshizo de la esposa y sus hijos.
Cuando parecía que el criminal se saldría con la suya, Marion Hedgepeth, un antiguo compañero de celda, lo denunció a la policía por otro desfalco a una aseguradora. Aún le debía 500 dólares de un antiguo trabajo y sabía que nunca se los pagaría. Cuando comenzaron a tirar de la manta, se dieron cuenta que HH Holmes no sólo había cambiado su identidad, sino que había cometido decenas de fraudes y asesinatos. Estos últimos salieron a la luz cuando descubrieron el gran número de desaparecidos que hubo en Chicago mientras el Hotel de los Horrores estuvo en activo.
Cuando entraron a las instalaciones y las inspeccionaron a fondo, los investigadores no salieron de su asombro.
Cientos de restos humanos, estancias repletas de máquinas de tortura, pasadizos secretos, sangre… Era un auténtico parador de la muerte. La policía contabilizó un total de 200 fallecidos, mientras que Holmes tan sólo reconoció 27 durante el interrogatorio. Nadie podía creer lo sucedido.
El final de Holmes llegó en octubre de 1895 cuando se inició el juicio contra él en Filadelfia. Duró seis días y el asesino rehusó a la defensa para convertirse en su propio abogado. A pesar de su testimonio, alegatos y tretas, no pudo salvarse. El 30 de noviembre, el juez firmó su sentencia de muerte que finalmente se aplicaría el 7 de mayo de 1896. Fue condenado a morir en la horca. Tenía treinta y cinco años.
Poco antes de morir, Holmes se mofó de los allí presentes diciendo: “Nací con el demonio dentro”. Y continuaba: “como mi patrón,yo llegué a un lado de la cama cuando vine al mundo y ha estado conmigo desde entonces…”. Una vez en la horca no tuvo una muerte rápida, si no agónica. Se alargó durante quince minutos.
Para evitar que su cuerpo fuese mutilado o robado, el mismo Holmes pidió ser enterrado en un ataúd lleno de cemento. Pero no sólo eso, sino que según parece este criminal lanzó una maldición contra aquellos que lo rodearon en vida.
Un par de semanas después de la ejecución, uno de los testigos claves cayó súbitamente muerto de un envenenamiento sanguíneo. Otros participantes de su juicio, enfermaron de muerte días después. Uno de los guardias de la prisión donde estuvo, se suicidó. Inexplicablemente, una de las oficinas de investigación de la aseguradora que Holmes defraudó, se incendió por completo.
Curiosamente, solo quedaron unas fotos del asesino y la orden de presentación del mismo. Y así, varias personas relacionadas con Holmes o su juicio, murieron de forma violenta.
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