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lunes, 6 de diciembre de 2021

El Mesón del Lobo Feroz y sus Horrores

 


Santiago San José Pardo tenía 31 años en 1987 y nació en Madrid.  Ocurre que a mediados de los años 80, cuando acaba el servicio militar,  intenta ser marino, pero se alistó en la Legión, de ahí que fuera conocido como «El Legionario», a pesar de que sería expulsado del cuerpo por su indisciplina.

 Había trabajado como delineante en una empresa de reproducción de planos en Oviedo, incluso se dice que tuvo novia formal.

Al regreso del servicio militar, volvió a la capital porque los dueños estaban contentos con su trabajo, pero la empresa estaba al borde de la quiebra, por lo que la suerte duró poco.

Regresó de Vetusta a Madrid para volver al domicilio familiar y convivir con su madre con la que mantenía una difícil relación.

Siempre había tenido mala relación con sus padres. Ambos, que ya tenían un hijo ansiaban una niña en el segundo embarazo pero nació Santiago y siempre prefirieron a su hermano mayor. Entonces acomplejado, misógino, impotente y sin amistades, ahogaba sus penas en el alcohol.

Gracias a la relación de su madre con un subcomisario de Policía de la capital, propietario del Mesón del Lobo Feroz, en la calle Luciente 9, en pleno centro de Madrid, regentó el negocio cerca de un año junto a su hermano. Corría el año 1986 pero sin embargo, muy pronto se quedó solo. La falta de clientela la suplía consumiendo copas una y otra vez.



Aislado, frustrado y fracasado, una noche sacó a pasear a la bestia que llevaba dentro y «El lobo feroz» como en una premonitoria metáfora. Fue la tarde del 22 de agosto de 1987 cuando acudió a la cercana calle de la Cruz y requirió los servicios de una prostituta.  Se llamaba Mariluz, tenía 22 años y dos hijos.

Acudieron al mesón y su estado de embriaguez era tal, que apenas podía abrir la puerta. Como no pudo consumar el acto sexual debido a sus problemas, tras pegar y golpear a la muchacha que apenas oponía resistencia, totalmente fuera de si, clavó una y otra vez en su pecho un cuchillo hasta matarla. Luego, perdió el sentido.

Cuando se despertó estaba cubierto de sangre.  Atónito y con suma frialdad se sirvió una copa, se limpió como pudo y se fue a dormir a casa de su madre.  Volvió para limpiar el escenario del crimen totalmente ensangrentado. En el suelo, cosido a cuchilladas estaba el cadáver de la infortunada Mariluz. La cubrió de plásticos, la bajó al sótano y la enterró bajo una capa de yeso. Puso encima una tela de arpillera y varias cajas de cerveza.  Adelantó su viaje a Elche, ciudad en la que se casaba su hermano.



«El lobo» no volvió a salir de caza hasta la madrugada del 12 de octubre de 1987, era día festivo. Volvió a salir a la calle en busca de sexo de pago y recurrió a los servicios de una mujer de unos cuarenta años no muy conocida entre las habituales. Teresa,  que nunca llegó a ser identificada y que no fue reclamada por nadie. De nuevo, se repitió la historia y la pobre mujer acabó brutalmente acuchillada con la misma arma homicida que había asesinado a Mariluz. Después, emparedó el cuerpo junto al de la otra víctima, debajo del hueco de la escalera y tapó la pared con unas baldosas.

Cráneo de la infortunada Teresa momificado 


Dos meses después, el día 22 de diciembre de 1987, día del sorteo de la Lotería de Navidad el depredador volvió a la calle de la Cruz de madrugada. Escogió a una veinteañera que cayó en la trampa atraída por las 5.000 pesetas que iba a cobrar y el taxi de vuelta. Se llamaba Araceli Fernández Regadera. Mientras ella se desvestía, «El lobo» fue en busca del cuchillo para seguir su  plan pero la joven le hizo frente, forcejearon y en un intento de arrebatarle el arma blanca, se cortó con el filo, causándose una gran hemorragia. Sus gritos desgarradores de terror no cesaban y alertaron a los vecinos. «El Legionario», más encolerizado que nunca, trataba de estrangularla.

Una patrulla acudió hasta el lugar, un extremo que le salvó la vida, ya que estaba acorralada. Los dos fueron arrestados, ya que cada uno contaba una versión. Él, que la sorprendió robando, ella, la verdad. Poco después quedó en libertad, al igual que Araceli. Santiago entonces decidió abandonar el negocio.

Araceli Fernández Regadera


Sin embargo, la historia dio un vuelco en 1988 cuando el subcomisario decidió vender el mesón. Su nuevo propietario hizo una reforma y el 23 de enero de 1989 los obreros, al picar una pared, descubieron los dos cadáveres momificados.



Los agentes no tardaron en atar cabos y Santiago San José Pardo fue detenido. En el juicio, celebrado en 1991, fue condenado a 72 años de cárcel por los dos crímenes, un tercero en grado de tentativa e inhumación ilegal. Los magistrados reconocieron que se trataba de un «psicópata y un alcohólico», pero que su «psicopatía no disminuye su responsabilidad penal».



No llegó a cumplir la totalidad de la pena y en 2004 salió en libertad, por su buena conducta y por los informes que avalaban que estaba totalmente rehabilitado. En prisión estudió Bachillerato y se encargó de la Biblioteca. 

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