Blogoteca en 20minutos.es

lunes, 27 de noviembre de 2023

Wayne Bertram Williams, El Asesino de los Niños de Atlanta

Milton Harvey cogió su bicicleta amarilla de diez velocidades y se fue al banco a hacer unos recados para su madre. Tenía que entregar un cheque de 100 dólares para pagar una factura de la tarjeta de crédito. Sin embargo, el adolescente, de 14 años, nunca llegó a su destino. Un desconocido lo secuestró y asesinó brutalmente. Dos meses después de su desaparición, en noviembre del año 1979, su cadáver fue encontrado por un indigente cerca de un contenedor de basura. Milton fue la tercera víctima del asesino de los niños de Atlanta, un asesino en serie que mató a veintinueve personas ,la mayoría niños, entre la comunidad negra de esta ciudad norteamericana. El único acusado y condenado por dos de aquellos asesinatos fue Wayne Bertram Williams, un conocido fotógrafo y cazatalentos musical al que la Policía relacionó gracias a unas fibras de alfombra y pelo de su mascota. Sentenciado a dos cadenas perpetuas, el ahora sexagenario todavía clama por su inocencia y señala que fue un chivo expiatorio del Ku Klux Klan. La cadena HBO tiene una serie documental con su historia. “Un niño prodigio”, así describió el periodista español José María Carrascal a Wayne Bertram Williams durante su etapa como corresponsal en Estados Unidos. Nacido el 27 de mayo de 1958 en Atlanta (Estados Unidos), creció en una familia modesta y con buenos valores donde sus padres se dedicaban a profesiones de lo más creativas. El padre, Homer, era fotógrafo del diario Atlanta Daily World, y la madre, Faye, trabajaba como profesora, incluso había dado clases a algunas de las que serían madres de los niños que años mas tarde sufrieron los asesinatos.
Gracias a esa mezcla, el pequeño Wayne comenzó a desarrollar un especial interés por la fotografía, aunque la radio y el periodismo terminaron por encandilarlo. Tanto es así que con trece años construyó en el desván de su casa su primera estación radiofónica casera, la WRAP. Diariamente, Wayne mezclaba la retransmisión de música con la locución de noticias. Aquellas dotes comunicativas le hicieron muy popular en su barrio y en dos años, logró que su emisora creciera. En 1973 la WRAP creció en potencia y en inversión publicitaria convirtiéndose en la WRAZ. Wayne logró que los padres de sus amigos, algunos conocidos e, incluso, los dueños de tiendas de la zona, invirtieran algo de dinero en esta estación radiofónica. El éxito fue tal que la WRAZ llegó a unirse a una red de emisoras mayor y a retransmitir a una gran audiencia. Por entonces, el muchacho ya era una celebridad en Atlanta, pero una mala gestión económica hizo que declarasen a su radio en bancarrota y que Wayne tuviese que reinventarse.
Se matriculó en la Universidad de Georgia aunque jamás terminó la carrera de periodismo, trabajó en programas de radio, también como fotógrafo y reportero para televisiones locales, y emprendió proyectos como freelance. Uno de estos tenía que ver con el mundo de la producción musical. Wayne buscaba jóvenes talentos para formar grupos de éxito como, por ejemplo, The Jackson Five, el famoso grupo donde despuntó Michael Jackson. Creó Gemini y se dedicó a deambular en su vehículo por los distintos barrios de la comunidad negra de Atlanta en busca del nuevo Michael Jackson. Se acercaba a menores de edad, charlaba con ellos, les pedía que hiciesen una audición…era una treta para seducirlos. Todo ello ocurrió al mismo tiempo que numerosos niños negros desaparecieron y murieron asesinados de forma misteriosa.
A esto se sumó que a finales de los años setenta, la población negra experimentó una importante brecha social y económica con respecto a los ciudadanos blancos. Aumentaron los índices de pobreza, solo los caucásicos ostentaban cargos relevantes, la represión policial fue especialmente dura y autoritaria y se inició una ola de racismo aplaudida por grupos activos del Ku Klux Klan. Atlanta fue un hervidero de odio hacia los negros y las desapariciones, el detonante para sus habitantes. El primero de los crímenes que se atribuyó al asesino de los niños de Atlanta fue el de Edward Hope Smith. Desapareció en el mes de julio de 1979, con apenas catorce años, y su cuerpo se descubrió una semana después en una zona boscosa. Recibió un tiro en la espalda. Cuatro días después y no muy lejos de allí, localizaron el cadáver de Alfred James Evans, de trece años. Fue estrangulado. A Milton Harvey, de catorce, se lo encontraron cerca de un basurero tras salir a hacer recados en su bicicleta. En cuanto a Yusef Bell, de nueve años, lo estrangularon y dejaron su cuerpo en una escuela abandonada. La Policía tan solo contaba con una única pista: el testimonio de un vecino que aseguró ver cómo se subía a un “coche azul”.
A partir de marzo del año 1980 y hasta casi el mes de noviembre, las autoridades investigaron una docena más de asesinatos de jóvenes afroamericanos, la mayoría menores de edad, que tras ser secuestrados fueron golpeados, estrangulados o disparados y a los que encontraron en parajes boscosos o cerca de contenedores de basura. La prensa, que ya se refería al responsable de estos crímenes como el ‘asesino de los niños de Atlanta’, provocó que el FBI quisiese tomar cartas en el asunto ante la inacción de la Policía de Atlanta para encontrar y seguir pistas. Durante los tres años que duraron los asesinatos, la ciudad se sumió en el pánico, los padres prohibieron a sus hijos jugar en la calle e incluso desde el Ayuntamiento se impuso el toque de queda. De la mano de los analistas del FBI Roy Hazelwood y John Douglas procedentes de Unidad de Ciencias del Comportamiento en Quantico, se desarrolló un perfil de la persona que estaba matando a los niños. Al igual que sus víctimas, el responsable era afroamericano porque, según el informe, una persona blanca “no podía viajar fácilmente en vecindarios negros sin crear una gran sospecha además de la confianza que les podia crear”. Y todo pese a que “un asesino en serie afroamericano era inusual”. Otros rasgos que destacaron del autor fueron que no tenía un trabajo fijo, poseía una inteligencia superior a la media y su figura inspiraba cierto respeto y autoridad, también confianza. Respecto a esto último, el informe apuntaba que el sospechoso sentía cierta admiración por la Policía, algo que se traducía en un aspecto que imitaba a los agentes. Es decir, que podía llevar gafas oscuras, bigote grande, conducir un vehículo similar a los coches patrulla o, incluso, tener por mascotas a perros policiales. En cuanto al patrón de sus víctimas era siempre idéntico, eran mayoritariamente niños y jóvenes afroamericanos que vivían en el mismo área de Atlanta y que se conocían entre sí. Todos los detalles de lo que el FBI bautizó como el caso trascendieron a la prensa y llevó a la comunidad negra a formar patrullas ciudadanas provistas de bates de béisbol, las ‘bat patrolls’, para recorrer las calles en busca del asesino. Entonces el patrón de los crímenes cambió. El serial killer jugó al despiste y comenzó a buscar otros perfiles de víctimas y a abandonar los cadáveres en el río Chattahoochee. Hasta ahora las evidencias que poseían las autoridades eran varias fibras, una especie de tejido de alfombra y otra de pelo de perro. Pero con los cuerpos en el agua, el hallazgo de pruebas se complicaba. Cuando los asesinatos alcanzaron la cifra de 24 muertes, John Douglas propuso que los agentes de la zona hiciesen turnos para vigilar puentes que diesen al río Chattahoochee. El analista del FBI estaba convencido que el responsable volvería a actuar y que podrían pillarle in fraganti. Y así fue. Una patrulla vigilaba un puente sobre el río Chattahoochee cuando uno de los policías escuchó un “fuerte chapoteo”. “Sonaba como un cuerpo entrando al agua”, aseguró el agente Bob Campbell en la CNN. Observaron el lugar y vieron cómo un Chevrolet blanco del año 70 daba la vuelta y cruzaba el puente. Eran casi las tres de la madrugada del 22 de mayo de 1981 y al volante se encontraba Wayne Bertram Williams, de 23 años.
Los oficiales detuvieron el vehículo y le preguntaron el motivo de su viaje. Williams respondió que estaba comprobando la dirección de un local donde tenía previsto hacer una audición a una cantante a la mañana siguiente. Les facilitó el nombre del pueblo y el de la joven, además de un teléfono. Lo dejaron marchar. Pero dos días después, otro cadáver apareció en el río. Era Nathaniel Carter, de 27 años. El nuevo crímen y que Williams mintiese sobre su coartada fueron el detonante para su inmediata detención. Además en los registros de la casa y del coche hallaron pelos de perro y fibras de alfombra compatibles con las encontradas en una de las últimas víctimas. Las pruebas incriminaban directamente al productor musical.
El impacto social que tuvieron los asesinatos de los niños de Atlanta calaron hondo en la cultura estadounidense. Personajes de la talla de Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. o, grupos como The Jackson Five realizaron conciertos en honor a las víctimas y la recaudación fue entregada a las familias de las víctimas. Inclusive, Robert De Niro lució una cinta verde en su solapa en solidaridad con el caso al recibir el Óscar al mejor actor en 1981. En el año 2004 el condenado volvió a solicitar un nuevo juicio argumentando que miembros del Ku Klux Klan estaban detrás de todos los asesinatos y que las autoridades prefirieron acusarle formalmente para evitar que creciese aún más la tensión racial. Así fue cómo se convirtió en el chivo expiatorio. Las autoridades, según Williams, querían evitar a toda costa que hubiese un baño de sangre. La solicitud volvió a ser denegada en octubre del año 2006. El 21 de marzo de 2019, el Departamento de Policía de Atlanta, la Oficina del Fiscal de Distrito del Condado de Fulton y la Oficina de Investigación de Georgia se unieron para reabrir los 27 casos de asesinato aún sin resolver. Querían re-analizar todas las pruebas gracias a una innovadora tecnología de ADN. “Puede ser que no quede nada por probar. Pero creo que la historia nos juzgará por nuestras acciones y podremos decir que lo intentamos”, explicó la alcaldesa Keisha Lance Bottoms ante los medios de comunicación. Las autoridades mantienen la certeza de que Wayne Bertram Williams es el único responsable de todos los crímenes. “Él sigue siendo una amenaza para la sociedad. No se arrepiente”, declaró Danny Agan, uno de los detectives que investigó algunos de los casos. La justicia norteamericana está convencida de su culpabilidad. De ahí que en diciembre de 2019 le denegasen la última apelación para obtener la libertad condicional. Hasta noviembre de 2027 no podrá presentar un nuevo recurso.
Mientras tanto el ahora sexagenario se pasa los días leyendo novelas de espías, viendo los deportes en televisión o hablando por teléfono con algunos de sus familiares. Tal y como aseguran algunos de los funcionarios de prisiones que le conocen, Williams es un “buen recluso” con una vida marcada por los crímenes. Esta llegó a la pequeña pantalla gracias a la serie de Netflix Mindhunter y en HBO con una serie documental sobre su persona.

No hay comentarios: