Un niño murciano protagonizó la desaparición más desconcertante y de mayor extrañeza ocurrida en el viejo continente durante las últimas tres décadas. Así lo considera la Oficina Europea de Policía (Europol). El misterio ha rodeado en todo momento tan enigmático caso y dado pábulo a numerosas teorías.
Un camión volcado en el puerto madrileño de Somosierra provocó un gran caos circulatorio. Sucedió el 24 de junio de 1986. En su interior se veía a dos ocupantes muertos. En la parte trasera del tanque de carga, donde figuraba la advertencia de líquido inflamable, fluía un espeso reguero de ácido incoloro. Estaba haciendo surco en el suelo y bajaba rápido por el campo, provocando pequeñas explosiones.
La Guardia Civil tuvo que actuar con rapidez para evitar males mayores. La noticia del espectacular accidente se difundió en los informativos de TVE. Al poco se recibía una llamada de la madre del camionero informando de que en el vehículo también viajaba un hijo de éste. Los agentes de la Benemérita inspeccionaron de nuevo la cabina, pero del niño no había ni rastro. Comenzaba el misterio.
¿DISUELTO EN ÁCIDO SULFÚRICO?
La crónica del suceso se iniciaba con las primeras luces del día. El sol abría sus ojos, despuntando por los hombros mordidos de las montañas, hasta arrebujarse en sus crestas. El día adquiría nostalgia de noche y ésta guardaba las llaves del secreto.
Un camión descendía velozmente. Los neumáticos chirriaban y la carga se tambaleaba amenazadoramente. Los vehículos que transitaban en sentido contrario tenían que apartarse hacia el arcén para evitar la colisión.
En una curva derrapó, volcando aparatosamente. El ambiente se inundó de una nube de polvo, frenadas, voces y gritos. Figuras borrosas aparecían por todas partes. Los agentes de la Benemérita empezaron a poner orden en el caos circulatorio.
La atmósfera empezaba a hacerse irrespirable. Al haberse mezclado el ácido del camión con el rocío se produjo la ignición y, lo que era más preocupante, amenazaba con proseguir por la ladera hasta los márgenes de un afluente del río Duratón. Había que sofocar el conato de incendio y controlar el tráfico en medio de una auténtica nube tóxica.
Se solicitaron grandes grúas para retirar la cisterna y otros vehículos accidentados. También el envío urgente de 15.000 kilos de cal, como neutralizante del fuego, para evitar un desastre ecológico de incalculables consecuencias.
Tras recibir la noticia de que eran tres personas las que viajaban en el camión los bomberos abrieron con cortafríos la cabina en busca del chaval. No encontraron nada del chico. Se pensó entonces que podía haber quedado totalmente diluido por el compuesto químico, pero cuando los técnicos examinaron el escenario, tras extraer los cadáveres de los padres del amasijo de hierros, desecharon tal hipótesis.
En el supuesto de que la carlinga hubiera hecho el efecto de bañera y, como consecuencia, se hubiera descompuesto el cuerpo –se necesitan dos semanas para que se disuelva un trozo de carne–, los huesos, convertidos en fosfato, habrían permanecido flotando sobre la solución. Además hay elementos como dientes, botones y otros muy difíciles de disolver en ácido.
De inmediato se emprendió una intensa y exhaustiva búsqueda con ayuda de la Cruz Roja y el vecindario. Más de diez mil personas participaron en las labores de rastreo por toda la zona. Los haces luminosos de las linternas escrutaron matorrales, recodos, montículos, riachuelos…
Se inspeccionó la sierra en un radio de 30 kilómetros a base de helicópteros y perros adiestrados. Pero no se encontró ni una sola pista, marca o huella. El chaval parecía haberse esfumado.
EXTRAÑAS PARADAS DEL CAMIÓN
Realizadas las primeras indagaciones se supo que los fallecidos eran Andrés Martínez Navarro, chofer y propietario del Volvo F-12, y su esposa, Carmen Gómez Legaz. El camionero tenía que desplazarse desde Los Cánovas, una pedanía de la localidad murciana de Fuente Alamo, hasta Bilbao. El porte que llevaba eran 20.000 litros de ácido sulfúrico olium, de 98 grados de pureza, con destino a una empresa petroquímica de Bilbao.
Decidió llevarse a su hijo, Juan Pedro, de 10 años, como premio al buen resultado escolar de fin de curso. Además, aquel 24 de junio de 1986, era su santo. Su esposa les acompañaría para que estuviera pendiente del chaval.
Tras repostar en la Venta del Olivo, a pocos kilómetros de Cieza, siguió viaje hasta el pueblo coquense de Las Pedroñeras, aparcando en el área de descanso. El personal de la gasolinera les observó, apenas pasada la medianoche, dando una cabezada. Al rato reemprendían camino por la nacional 301. Había poco tráfico en la N-IV y pronto alcanzó Madrid.
El recorrido se desarrollaba con total normalidad. El mesón El Maño fue el último lugar donde vieron a los tres juntos mientras desayunaban. El camarero que les atendió observó después cómo montaban en la cabina y reemprendía la marcha.
El resto de lo que se sabe son los datos recogidos en el tacógrafo. El vehículo llegó a realizar, subiendo el puerto, hasta doce paradas. Algunas de diez o quince segundos, lo que no servía para cubrir ninguna necesidad fisiológica y menos mecánica. Una vez alcanzada la cima se lanzó cuesta abajo a 140 kilómetros a la hora. Hasta que volcó en una curva.
Inicialmente se comentó, como decíamos antes, que el niño podía haber sido consumido por el ácido sulfúrico, pero a los padres les estuvo cayendo líquido encima y apenas les causó quemaduras.
"Desde un principio tuvimos muy claro que el niño no viajaba en el camión. El chaval iba en otro vehículo. ¿Motivo? Lo habrían cogido como garantía contra la voluntad de su padre", así me lo confirmó el general de la Guardia Civil José Luis Pardos, entonces comandante y máximo responsable de la zona en la que acaeció el suceso.
Para corroborar su experta opinión encargó que trajeran un trozo de carne animal y la sumergieron en ácido. Los huesos empezaron a verse afectados al cabo de cinco días. Estaba claro que era imposible que el niño se hubiera descompuesto por completo sin que hubiera quedado en suspensión absolutamente nada.
Los conductores que aquella trágica mañana circulaban por dicha carretera declararon que habían observado una furgoneta Nissan Vanette blanca que precedía a toda velocidad al camión. Un par de pastores, que presenciaron el accidente, atestiguaron que de inmediato dicha furgoneta se detuvo. Al volante iba un hombre con bigote y melena, acompañado de una rubia, ambos de altura considerable y aspecto nórdico. Se acercaron a la humeante cabina. El conductor manifestó que su mujer era enfermera. Registraron el camión y, poco después, aprovechando el maremagnum, se fueron disimuladamente portando un bulto.
LA CAMPAÑA DE BÚSQUEDA
Los abuelos y tíos de Juan Pedro iniciaron una masiva campaña de búsqueda. Tras gastarse un par de millones de pesetas en una gran labor de rastreo tuvieron que solicitar ayuda para proseguir por toda la geografía nacional. Colocaron 85.000 carteles en calles y especialmente en fachadas de centros escolares, ayuntamientos, oficinas de correos, etc. Esperaban que la ciudadanía respondiera a tan angustiosa demanda de los familiares.
A la par recorrieron miles de kilómetros, atentos siempre a cualquier noticia o indicio; escudriñaron las cunetas desde el lugar del siniestro hasta Burgos. Asimismo, contrataron al detective Jorge Colomar, especializado en desapariciones de personas y que ha conseguido importantes logros.
Demasiadas han sido las llamadas desde entonces intentando facilitar datos sobre el paradero del niño. Aparentemente reales unas, fantasiosas otras… Era como si los ojos y el cabello de un intenso negro del chavea murciano aparecieran y desaparecieran por toda nuestra geografía. Incluso videntes y radioestesistas nacionales y extranjeros realizaron conjeturas, sin resultado alguno.
Hubo algún experto que se dirigió al semanario El Caso explicando que el cuerpo descompuesto del niño quedó sepultado bajo el amasijo de tierra provocado por el camión al volcar la cuba. Los perros no habrían detectado restos debido a la asfixiante contaminación del ambiente. Nos desplazamos hasta el kilómetro 95 de la Nacional I, en la linde de Madrid y Segovia, con una excavadora que, ante la presencia de la Guardia Civil, perforó el suelo en busca de algún resto orgánico. Pero, una vez más, nada de nada.
TRÁFICO DE HEROÍNA
Empezaron a barajarse toda clase de teorías en torno a tan desconcertante suceso. Al tiempo fue adquiriendo fuerza la de que había por medio alguna red de tráfico de drogas. Existían organizaciones criminales que utilizaban transportes de mercancías peligrosas para trasladar estupefacientes desde puntos del litoral mediterráneo del sureste a otras zonas de la península.
La familia intentó atajar el rumor: "Andrés no estaba implicado voluntariamente en dicho negocio". Voluntariamente, he ahí el quid de la cuestión.
Apuntaban algunos a que podía haber sido presionado y posteriormente retuvieran al niño para garantizarse que efectuara el delictivo traslado. Había adquirido un camión de segunda mano por cinco millones de pesetas, que pensaba pagar a plazos. Dos meses antes del accidente tuvo que efectuar una reparación en la caja de cambios y en los frenos por valor de 700.000 pesetas. Arrastraba una buena deuda.
Por ello existía la posibilidad de que personas conocedoras de su crítica situación aprovecharan para ofrecerle un porte de droga. Puede que, agobiado por tal situación, aceptara inicialmente o que, coaccionado de modo directo, accediera a ello. Y quizá en alguna de las continuas paradas que efectuó durante el ascenso al puerto le forzaron, desde el coche lanzadera, a llevarse a su hijo en calidad de garantía hasta que entregara el alijo en su destino final.
Después se produjo el accidente y el niño, merced a su forzosa retención, salvó de momento la vida, pero para quedar en manos de una peligrosa banda de narcotraficantes. Un incómodo testigo al que pudieron eliminar al poco.
Tras el accidente el camión fue trasladado al municipio madrileño de Colmenar Viejo, donde se instruirían las diligencias. Tras inspeccionar durante horas el habitáculo de la cabina, lo único que se encontró del chaval fue la goma de una zapatilla deportiva. Nuevamente se ratificó la imposibilidad de que su cadáver se hubiese desintegrado en tan breve espacio de tiempo.
Al año del suceso El Caso titulaba a toda plana en su portada: "El niño de Somosierra, ¿en poder del narcotráfico? Se ha encontrado heroína en la cisterna del camión siniestrado".
Informaba detalladamente de que el hallazgo de la droga fue consecuencia de una diligencia ordenada por la jueza de Colmenar Viejo. En el año transcurrido desde el accidente el sumario experimentó diversos avatares. Cambió la titular, María Riera, y fue su sustituta María Dolores Ruiz Ramos quien ordenó buscar en la cisterna del camión restos de heroína. La cuba descansaba en Cartagena desde hacía un año sin que a nadie se le hubiera ocurrido examinarla a fondo.
La Guardia Civil descubrió la droga oculta en un bulto, enrollado en una manta, todo ello envuelto en una lona blanca y finalmente protegido por un plástico gualdo. El alijo estaba depositado en un compartimento, al final del depósito, cubierto de ácido sulfúrico por encima y por debajo.
El propietario de la cuba, Antonio Medonio, se mostraba convencido de la inocencia del camionero. «Pudieron quitarle al crío con amenazas para obligarle a hacer algo que no quería. Quizá lo forzaron a transportar la carga secuestrando al niño hasta que la mercancía llegara a Bilbao». Aunque en sus siguientes palabras caía en una clara contradicción: "Tenía muchas deudas. No creo que nadie esté trabajando en el tema ese por amor al arte, que mueve mucho dinero".
La abuela materna del niño, María Legaz, recelaba al respecto: "Unos dicen una cosa, otros dicen otra… Yo qué sé si llevaría en el camión… No lo sé. Mi yerno, aunque le hubieran apuntado con una pistola, prefiere que lo maten antes que dejar al niño".
"COGIERON AL CRÍO DE REHÉN"
El portavoz de la familia, Juan García Legaz, era categórico en sus manifestaciones: "Cerca del lugar del siniestro había un control policial. Está claro que los traficantes de droga obligaron a parar el camión y cogieron al crío de rehén, forzando circunstancialmente al padre a efectuar el transporte de droga".
Tenía claro lo que estaba pasando. "Una red delictiva muy importante, que había detrás de todo esto, nos estuvo acosando telefónicamente para que no prosiguiéramos con nuestras indagaciones. Sabían que mientras no soltaran a su presa no había testigo alguno que pudiera denunciarles. Solicitamos la intervención de nuestros teléfonos, que se localizara a los titulares de furgonetas similares a la que se detuvo junto al camión y un montón de pesquisas más… Ni resultado ni ayuda alguna".
Y una queja contra la Policía y la Guardia Civil. "No se investigó entonces debidamente. Fueron dos primeros años vitales con muy poca atención para ayudarnos en nuestra búsqueda".
Una regla de oro en estos casos es que, conforme transcurre el tiempo, menores son las posibilidades de resolverlo. Cada minuto que se pierde al inicio juega a la contra y puede convertirse en una eternidad.
¿Qué fue de Juan Pedro?, es la pregunta que se hacen muchos. Tal vez sólo los valles que rodean el puerto de Somosierra lo sepan, pero su silencio es imperturbable. Nunca podrán contarlo.
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