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martes, 20 de junio de 2017

El Asesino de la Cara Picada

El caso de Cees B., un holandés condenado en 2002 a 18 años de cárcel por la violación y asesinato de la niña Nienke Kleiss, pasará a los anales judiciales del país como el paradigma de la negligencia. O bien de la ocultación de datos, según concluye la investigación ordenada por el Ministerio de Justicia. El acusado, que finalmente era inocente, pasó cuatro años encerrado por una cadena de torpezas.
El programa de investigación Netwerk, de la televisión pública holandesa,destapó  la cadena de fallos. Por ejemplo, los forenses dudaron desde el principio de que los restos de ADN encontrados en el cuerpo de la pequeña fueran del detenido. Los fiscales, al conocer ese hecho, no se lo comunicaron al juez. Tampoco lo sabía el abogado defensor, que pidió una indemnización para su cliente, quien fue puesto en libertad.

Las circunstancias que rodearon el crimen, con toda la carga emotiva, de alarma social y presión para resolverlo con premura explicarían, al menos en parte, lo ocurrido. Nienke Kleiss tenía 11 años cuando fue asaltada, violada y estrangulada con un cordón de su bota en el parque Princesa Beatriz de Schiedam, localidad cercana a Rotterdam. El asesino dio también por muerto al amiguito de la niña, Maikel, a quien creyó haber asfixiado. El chico se salvó y aportó una descripción de un tipo con la cara picada de viruela, que no se correspondía con la figura que apareció a los diez minutos de consumado el asalto. Se trataba de Cees B., un hombre que figuraba como pederasta en los archivos de la policía holandesa y que confesaría en dos ocasiones ser el autor del hecho.
En plena vorágine mediática ante una muerte tan horrible, la primera señal de que algo no iba bien fue descartada por la policía. Maikel hablaba de un forcejeo con un hombre que no se parecía al ya arrestado. "El chico está traumatizado y tal vez no deban tenerse muy en cuenta sus recuerdos ": esa fue la conclusión policial.
El segundo aviso fue más profesional. El Instituto Anatómico Forense analizó las muestras de ADN halladas en el cadáver de Nienke y no pudo atribuírselas a Cees B. Desde luego había huellas de una persona en el cordón de la bota y en la ropa de la niña, pero no correspondían con las del supuesto asesino. Así lo hicieron saber los forenses a la fiscalía, que recibió un informe sobre el particular. El letrado de Cees B. pidió que se examinaran también las latas de bebida y las colillas esparcidas cerca del cadáver, pero no fue escuchado. El sistema penal holandés deja en manos de la acusación, y no de los jueces, la petición a los expertos de pruebas como los análisis de material genético. Una vez recopiladas todas, depende de los fiscales seleccionarlas y transmitirlas, o no hacerlo como ha sido el caso, al tribunal y a la defensa. Los fallos que pueda tener dicho sistema suelen ser subsanables en la fase de apelación, algo que no ocurrió con Cees B. Condenado en ambas instancias a una veintena de años de cárcel, sólo pudo salir cuando el verdadero asesino confesó el asesinato al ser detenido por otro delito. Lo más irónico es que, efectivamente, las huellas dejadas en las latas y colillas pertenecían al auténtico criminal.
Lo más grave de "este triste asunto", dijo el ministro de Justicia, Piet Hein Donner, es que las críticas de los medios de comunicación sobre la actuación del ministerio público " dañaron la imagen de una institución esencial para la ciudadanía". Según el psicólogo Peter van Koopen, el fallo se  produjo porque los fiscales "luchan cada vez más contra el crimen, en lugar de estudiarlo desde todos sus ángulos". Otra ironía del caso, cuyas dudas parecen  haber sido un secreto a voces en círculos policiales y judiciales, es la suerte corrida por el único experto que las aireó, un psicólogo de la policía, que acudió en su día al mismo programa televisivo que ha denunciado el suceso y perdió el empleo.

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