La víctima, la pequeña Naiara, era la primogénita de Mariela, una inmigrante argentina afincada en Sabiñánigo desde hace años. Tuvo a la hija con una pareja anterior. Mariela rehizo su vida con un hermano del infanticida, con el que tiene otros dos hijos de uno y tres años de edad. Trabajaba de sol a sol en un pueblo del Pirineo oscense para sacar adelante a la familia. El padre de Naiara estába en paro desde hacía tiempo y se ocupaba poco de ella.
Naiara acudía con mucha frecuencia a casa de la madre de su padrastro. La abuela tenía a su cargo a otras dos nietas de 12 y 15 años, y con ellas convivía el asesino, Iván Pardo. Esas dos niñas son hijas de otra hermana del acusado, y a Naiara le gustaba estar con ellas. Sus testimonios fueron clave para reconstruir lo que ocurrió en ese piso aquel jueves por la mañana, cuando la abuela estaba fuera de la vivienda. La pequeña Naiara acudió un día más para estar con ellas, pero acabó encerrada en una habitación por lo que su tío entendió como mal comportamiento, ya que la niña, que como muchas de su edad era traviesa, parece que no quería estudiar.
Según relató la sobrina de 12 años, Iván mantuvo encerrada a Naiara durante tres horas, y en ocasiones las dos hermanas oyeron lamentos de la pequeña. Una de las hermanas aseguró que también ella fue castigada y que su tío la obligó a estudiar de rodillas, lo que es compatible con las erosiones que presentaba en las rodillas.
Por las marcas y heridas que presentaba el cuerpo de la víctima mortal, se sospecha que la tuvo atada. A eso se unieron los múltiples golpes que le causaron diversos hematomas y el mortal traumatismo craneal.
Iván Pardo utilizaba habitualmente la violencia como método educativoPor los datos que fue recomponiendo la investigación, el crimen era consecuencia de un castigo inhumano, no de un asesinato premeditado. Al parecer, este individuo tenía normalizada la violencia como forma de reprimenda «educativa». Las pequeñas, sin embargo, tenían debilidad por la abuela, que era quien las cuidaba.
De puertas afuera, Iván Pardo pasaba por ser un vecino más de Sabiñánigo. Cuando menos, nada le situaba ni bajo sospecha ni en la marginalidad. Su familia era muy conocida y él no había protagonizado episodios de conflictividad, más allá de un incidente por robo que cometió siendo casi un niño. Desde entonces nada más. Hace años trabajaba como vigilante para empresas de seguridad. Había pasado por la plantilla de tres compañías del sector, en un trabajo en el que suelen realizarse exámenes psicológicos a los candidatos. Iván los superó.
El alcalde de Sabiñánigo, Jesús Lasierra, explicaba que nadie sospechaba de un comportamiento como el que se ha producido. «Yo recibo informes diarios de la Polícía Local, y una vez al mes me reúno con la Guardia Civil y hacemos análisis y seguimiento de casos de lo más diverso, y ni por asomo había surgido siquiera un indicio que apuntara a conflictos o situaciones de violencia en el seno de su familia», indicó el alcalde, quien daba «todo el apoyo psicológico, emocional y económico» a la madre y al padrastro de la niña asesinada. La pareja y sus tres pequeñas llevaban tres meses recibiendo ayuda de los Servicios Sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario