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martes, 8 de noviembre de 2016

El Pederasta de Ciudad Lineal

Un día llegó demacrado a su cita ineludible del mediodía en el gimnasio madrileño de la calle Malagón, 2. Su compañero de entrenamiento desde hacía tres meses le preguntó qué le ocurría. 
Con su habitual prepotencia, característica con la que coinciden en describir a Antonio Ortiz varios clientes de Smart Gym, dijo a viva voz: «Tengo una resaca tremenda. Estuve con unos amigos de juerga anoche, me tomé 4 ó 5 gramos de coca y estuve con unas ‘pibitas’...». 

Ortiz llevaba alrededor de ocho meses asistiendo a esta sala de Canillas. Ayer, el propietario no quiso decir nada ante los medios de comunicación, pero sí los usuarios. Un policía nacional salió del interior del gimnasio: «Te quedas sorprendido y con rabia de que lo tuviéramos tan cerca. Aquí entrenamos muchos policías». Lo dice dando por seguro que el pederasta se lo ha pasado bien rodeado de quien más le buscaba. «Alguna vez hasta habrá salido la conversación del pederasta e igual estaba él escuchándola», añadió.

«Era un fantasma. Le gustaba presumir de su cuerpo. Llamaba la atención en la sala, pero sobre todo por cómo miraba a las chicas. Era una mirada lasciva. Pese a que no era sociable, se acercaba a algunas de ellas para ligar. Las buscaba», afirma otro cliente. En el gimnasio le recuerdan siempre con una camiseta de tirantes para entrenar. A veces llevaba la misma durante varios días, y no siempre se duchaba después del entrenamiento. Solo hacía brazos y pectoral.
Los usuarios llegaron a verle con tres coches diferentes. Solía jactarse, cuentan, de que se levantaba a las 12 del mediodía, entrenaba y volvía a su casa para echarse la siesta. Antonio Ortiz llevaba sin aparecer por este gimnasio desde julio. En cuanto llegó a Santander se apuntó a la sala Núñez, con el mismo patrón: vigilada por policías y vigilantes de seguridad. Allí no se relacionaba con nadie y acudía siempre al mismo bar, donde solo hablaba con su tío siempre aferrado a su teléfono móvil.
Once de la noche del domingo 14 de septiembre de 2014. La jornada ha sido muy larga, como en los últimos cinco meses, desde que la operación Candy arrancara. Los investigadores del Servicio de Atención a la Familia (SAF), dependiente de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, tienen ya ojeras. «Pero, entonces, respiramos por fin. En ese momento, cruzamos los datos y supimos, con toda certeza, quién era el pederasta de Ciudad Lineal. Todas las piezas del puzzle encajaron: se llamaba Antonio Ortiz», explica a ABC el responsable del dispositivo. Solo faltaban flecos, localizarle y detenerle.

Días antes, una patrulla le pidió la documentación cuando bajaba del autobús en la carretera de Canillas. Le registraron la mochila del gimnasio pero no había nada anómalo. Ortiz ya era uno de los tres sospechosos de raptar y agredir sexualmente a cuatro niñas. A dos de ellas las pudo haber matado. Los otros «dos hombres malos» (como hablaban del depravado las crías) eran un tipo al que se paró dos veces en parques infantiles con pastillas del ansiolítico Orfidal (con el que el pederasta drogó a, al menos, una de sus víctimas) y otro sujeto con antecedentes por pederastia, asiduo de un gimnasio de Hortaleza y con acceso a diversos coches, como Ortiz.
¿Por qué era el primero de los tres el presunto depredador en serie? «Hay pocos casos con tanta carga probatoria como este», explican en el SAF. El teléfono de este jiennense de 43 años, adicto a los anabolizantes, divorciado y padre de dos hijos, aparecía operativo en el momento o instantes anteriores y posteriores en el lugar y hora de las agresiones investigadas. Y eso que se llegó a indagar, nada menos, que en el posicionamiento de cerca de un millón y medio de móviles. También estaba la descripción aportada por las víctimas: «Sudaba mucho; vestía ropa deportiva; era corpulento; tenía una verruga en el cuello, varios lunares en la cara y la toalla con el nombre del gimnasio al que acudía».
Además, estaban los vehículos que empleó: un Toyota Celica gris, de tres puertas, y un Citroën Xsara Picasso; este segundo lo utilizó, al menos, en la última ocasión, el 22 de agosto, con una niña de origen dominicano a la que sustrajo en un parque de Canillas y abandonó en un descampado de Canillejas. «Sabíamos que lo atraparíamos antes o después. El problema era cuántas víctimas podría haber mientras», añade otro mando policial, quien incide en que este sujeto «podría haber matado a alguna de estas crías o a otras». «La sociedad española no está acostumbrada a casos de agresores sexuales en serie de menores. Era nuestra máxima prioridad y toda la Jefatura Superior de Policía se volcó en la investigación», incide el jefe del SAF.

Nos trasladamos ahora a septiembre de 2013, cuando Ortiz, presuntamente, a última hora de la tarde, engaña a una cría dominicana de 4 años en un parque de San Blas, con la excusa de que le iba a enseñar ropa. Apenas estuvo con ella veinte minutos y la dejó a su suerte en una gasolinera de la avenida de Arcentales. No se denunció ni había restos biológicos.

Pero el 10 de abril de 2014 saltaron las alarmas. A las 20.30 horas, Ortiz se lleva a una niña de 11 años con el siguiente engaño: «Ven conmigo, que tu madre me ha dicho que te pruebe una ropa». La metió en un coche, supuestamente el Toyota, y le dijo que se tomara tres orfidales. La pequeña se adormila en el trayecto desde el parque de San Juan Bautista hasta la calle de Montearagón, donde está el domicilio del pederasta. Ortiz tiene la sangre fría de aparcar, dejar a la menor en el coche, subir a por las llaves de otra vivienda familiar, regresar y llevar a la víctima al piso de los horrores, en la calle de Santa Virgilia, 3. Tras vejarla, la abandona en Canillejas.
Los investigadores recuerdan lo ocurrido en septiembre anterior y ya tienen algunos datos que conforman lo que se denomina la «firma del autor»: la treta de la ropa. Además, está considerado un pederasta no preferencial; es decir, que actúa por impulso: «Es un león que va de caza, sin planificar, pero en territorio que conoce. No realiza ningún tipo de vigilancia previa. Al contrario de lo que se cree, no es que cuidara los detalles, sino que en varios casos tuvo mucha suerte». Solo tuvo la precaución en dos agresiones de apagar el móvil; lo hizo justo antes de asaltar a las menores y volvió a encenderlo nada más llegar al coche, con lo cual el mismo repetidor lo sitúa en la escena de los crímenes. Pero iba dejando un rastro que más tarde le delataría.


La menor de San Juan Bautista dio una cifra: 0049. Se peinaron matrículas con esa y otras combinaciones, las numeraciones de serie de las ventanillas e incluso se llevó a la cría a varios concesionarios. Luego se ha sabido que, en una de las rondas, la niña pasó por delante del «piso de los horrores», pero no lo identificó.

Los agentes supieron entonces que Ortiz media hora antes de ese ataque lo intentó con otra menor de rasgos japoneses y se supo de un caso de julio de 2013, en Coslada, con una niña china. Por eso, cuando el 17 de junio denuncian la desaparición de otra china de 5 años en Ascao, la Brigada se temió lo peor. De nuevo, la «firma del autor»: pequeñas de rasgos singulares (asiáticas, latinas y, en el caso de la española, muy rubia); además, la lavó, como hizo con la de abril y la de Coslada. «Era quitar la paja de hasta dar con la aguja. No teníamos de donde tirar. Miramos a todos los pederastas con permiso penitenciario o condenas cumplidas. Ortiz pasó siete años en prisión, hasta 2006, por pederastia pero constaba como allanamiento de morada», añade la Policía.
Hasta que el 24 de septiembre, cuando llevaba diez días vigilado y con el teléfono pinchado, fue detenido en Santander, en casa de su tío. Los análisis han determinado que había ADN nuclear del sospechoso en la española; en ella también había haplotipos STR-Y (de transferencia de la rama masculina familiar), así como en la de Ascao y en la del último suceso.









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