Yiya Murano nació el 20 de mayo de 1930 en Corrientes (Argentina). Provenía de una familia de militares argentinos. Yiya siempre formó parte de la clase alta del país sudamericano y contrajo matrimonio con un conocido abogado, Antonio Murano, con el que residia en el elegante barrio de Monserrat de Buenos Aires. Yiya se mostraba como una persona culta y pudiente, si bien la realidad ofrecía a una persona que carecía de educación y vivía acuciada por serios problemas económicos, ya que gastaba mas dinero del que tenía en adquirir joyas y prendas de marca importadas. Yiya no podía sostener el tren de vida que llevaba. Más aún con su separación de un esposo que, pese a pasarle una pensión, no cubría la demanda económica de Yiya. Acostumbrada a ciertos lujos y comodidades, Yiya comenzaría a endeudarse.
Con su poder de manipulación logró convencer a su prima y a dos amigas para invertir fuertes cantidades de dinero. En el año 1979, bajo el dictado del régimen militar, los intereses que ofrecían los bancos eran muy altos, y unos pocos pesos se convertían en muchos dolares en un breve plazo de tiempo. Yiya se convirtió así en la inversora de sus allegadas, quienes habían sacado todos sus ahorros del banco para confiárselos a ella a cambio de pagarés.
El viernes 9 de febrero de 1979, una de las amigas de Yiya que le había confiado su dinero, llamada Nilda Gamba, fue a cenar a la casa de los Murano, donde se quedó hasta la 01:00. El sábado 10 comenzó a sentir dolores agudos en el estomago y náuseas. El médico que la atendió le diagnosticó intoxicación y ella le mencionó al médico que había cenado con Yiya. Murano se ofreció a cuidarla. Por la noche empeoró, entró en estado de coma y el domingo 11 de febrero falleció.
Pocos dias despues, al acercarse el plazo de vencimiento del prestamo de Lelia Formisano, Yiya acudio a su piso a tomar el té. Quedaron despues en el teatro, pero Lelia nunca aparecería. La policía la encontraría días mas tarde frente al televisor. A su lado había un plato con restos de pescado y una taza con un poco de té. En la nevera se encontraron masitas, una especie de galletitas dulces muy comunes en Argentina. Tanto Nilda Gamba como Lelia Formisano fueron atendidas por el mismo médico, previo pago de Yiya, quien declaró en ambos casos que se se trataba de un “infarto de miocardio no traumático”, eludiendo así las autopsias.
El 24 de marzo de 1979, Carmen Zulema del Giorgio de Venturini, prima de Murano, murió en la escalera del edificio en el que residía. Los médicos diagnosticaron paro cardíaco. El portero del edificio dijo que mientras la Señora de Venturini agonizaba en el interior del edificio, la Señora. Murano había llegado a visitarla con un misterioso paquete en la mano (que luego se descubriría que eran masitas), y de la manera más natural le había pedido una copia de las llaves del departamento de su prima, justificando su intromisión con un "necesito su libretita para avisar a los parientes". Excusa con la que había logrado entrar en la vivienda de la mujer y luego había salido rápidamente con unos papeles y un frasquito en la mano. "Dios mío, es la tercera amiga que se me muere en poco tiempo", se oía gritar a Yiya minutos después de lo ocurrido. Carmen Zulema murió en la ambulancia, camino al hospital. Yiya iba con ella y le preguntó al médico si sería necesaria la autopsia y recibió la respuesta deseada, no. Sin embargo, las hijas de Carmen Zulema se percataron de que entre las pertenencias de su madre faltaba el pagaré por un valor de $20,000,000.00 de pesos ley.
La hija de Carmen Zulema comunicó sus sospechas a la policía y denunció la falta del pagaré, así como el hecho de que la vivienda había sido revuelto por Yiya. La denuncia logró que el caso fuera cambiado de muerte natural a muerte dudosa. Así, a causa de las presiones de la familia, se le realizó una nueva autopsia. Esta autopsia desenmascaria a Yiya Murano, quien no conseguiría esquivar entrar en las estadísticas de las mujeres asesinas en serie. En las tres escenas del crimen se encontrarian te y masitas. Masitas rellenas de cianuro, aunque como declararia Yiya: "por favor, si yo no sé cocinar, ¿cómo les iba a preparar masitas envenenadas?"
El 27 de abril de 1979, la policía detuvo a Yiya Murano en su domicilio, no sin antes permitir que ésta se arreglase y se pusiese su mejor jersey. En los interrogatorios, Yiya jamás admitió haber matado a sus amigas. Yiya Murano fue puesta nuevamente en libertad el 20 de noviembre de 1995, tras dieciséis años de encierro. A los jueces que intervinieron en su puesta en libertad les envió, como señal de agradecimiento, una caja de bombones. No se sabe si alguno los probó. Hasta el 3 de febrero de 2003 disfrutó de su libertad condicional. Para entonces, el esposo de Yiya había muerto. Su hijo, Martín, escribió un libro sobre ella que la mujer calificó como "una difamación". Martín Murano desmentía a su madre sobre su presunta inocencia. “Ella me dijo que era culpable, que había matado y eso conté en el libro sobre ella. Pero no la vi desde que salió, ni pienso verla. No me interesa”.
En 2008 hubo una nueva denuncia contra Yiya Murano, esta vez propulsada por su sobrina, quien aseguraba que su tía intentó envenenarla con un plato de fideos con manteca. Nunca se pudo comprobar y la denuncia no procedió.
A Yiya se la recuerda con una especie de cariño y es motivo de bromas en determinadas conversaciones. Su imagen de abuela bromista y sencilla continúa confundiendo a una población que frecuentemente fantasea con su inocencia.
Con su poder de manipulación logró convencer a su prima y a dos amigas para invertir fuertes cantidades de dinero. En el año 1979, bajo el dictado del régimen militar, los intereses que ofrecían los bancos eran muy altos, y unos pocos pesos se convertían en muchos dolares en un breve plazo de tiempo. Yiya se convirtió así en la inversora de sus allegadas, quienes habían sacado todos sus ahorros del banco para confiárselos a ella a cambio de pagarés.
El viernes 9 de febrero de 1979, una de las amigas de Yiya que le había confiado su dinero, llamada Nilda Gamba, fue a cenar a la casa de los Murano, donde se quedó hasta la 01:00. El sábado 10 comenzó a sentir dolores agudos en el estomago y náuseas. El médico que la atendió le diagnosticó intoxicación y ella le mencionó al médico que había cenado con Yiya. Murano se ofreció a cuidarla. Por la noche empeoró, entró en estado de coma y el domingo 11 de febrero falleció.
Pocos dias despues, al acercarse el plazo de vencimiento del prestamo de Lelia Formisano, Yiya acudio a su piso a tomar el té. Quedaron despues en el teatro, pero Lelia nunca aparecería. La policía la encontraría días mas tarde frente al televisor. A su lado había un plato con restos de pescado y una taza con un poco de té. En la nevera se encontraron masitas, una especie de galletitas dulces muy comunes en Argentina. Tanto Nilda Gamba como Lelia Formisano fueron atendidas por el mismo médico, previo pago de Yiya, quien declaró en ambos casos que se se trataba de un “infarto de miocardio no traumático”, eludiendo así las autopsias.
El 24 de marzo de 1979, Carmen Zulema del Giorgio de Venturini, prima de Murano, murió en la escalera del edificio en el que residía. Los médicos diagnosticaron paro cardíaco. El portero del edificio dijo que mientras la Señora de Venturini agonizaba en el interior del edificio, la Señora. Murano había llegado a visitarla con un misterioso paquete en la mano (que luego se descubriría que eran masitas), y de la manera más natural le había pedido una copia de las llaves del departamento de su prima, justificando su intromisión con un "necesito su libretita para avisar a los parientes". Excusa con la que había logrado entrar en la vivienda de la mujer y luego había salido rápidamente con unos papeles y un frasquito en la mano. "Dios mío, es la tercera amiga que se me muere en poco tiempo", se oía gritar a Yiya minutos después de lo ocurrido. Carmen Zulema murió en la ambulancia, camino al hospital. Yiya iba con ella y le preguntó al médico si sería necesaria la autopsia y recibió la respuesta deseada, no. Sin embargo, las hijas de Carmen Zulema se percataron de que entre las pertenencias de su madre faltaba el pagaré por un valor de $20,000,000.00 de pesos ley.
La hija de Carmen Zulema comunicó sus sospechas a la policía y denunció la falta del pagaré, así como el hecho de que la vivienda había sido revuelto por Yiya. La denuncia logró que el caso fuera cambiado de muerte natural a muerte dudosa. Así, a causa de las presiones de la familia, se le realizó una nueva autopsia. Esta autopsia desenmascaria a Yiya Murano, quien no conseguiría esquivar entrar en las estadísticas de las mujeres asesinas en serie. En las tres escenas del crimen se encontrarian te y masitas. Masitas rellenas de cianuro, aunque como declararia Yiya: "por favor, si yo no sé cocinar, ¿cómo les iba a preparar masitas envenenadas?"
El 27 de abril de 1979, la policía detuvo a Yiya Murano en su domicilio, no sin antes permitir que ésta se arreglase y se pusiese su mejor jersey. En los interrogatorios, Yiya jamás admitió haber matado a sus amigas. Yiya Murano fue puesta nuevamente en libertad el 20 de noviembre de 1995, tras dieciséis años de encierro. A los jueces que intervinieron en su puesta en libertad les envió, como señal de agradecimiento, una caja de bombones. No se sabe si alguno los probó. Hasta el 3 de febrero de 2003 disfrutó de su libertad condicional. Para entonces, el esposo de Yiya había muerto. Su hijo, Martín, escribió un libro sobre ella que la mujer calificó como "una difamación". Martín Murano desmentía a su madre sobre su presunta inocencia. “Ella me dijo que era culpable, que había matado y eso conté en el libro sobre ella. Pero no la vi desde que salió, ni pienso verla. No me interesa”.
En 2008 hubo una nueva denuncia contra Yiya Murano, esta vez propulsada por su sobrina, quien aseguraba que su tía intentó envenenarla con un plato de fideos con manteca. Nunca se pudo comprobar y la denuncia no procedió.
A Yiya se la recuerda con una especie de cariño y es motivo de bromas en determinadas conversaciones. Su imagen de abuela bromista y sencilla continúa confundiendo a una población que frecuentemente fantasea con su inocencia.
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