El jueves 3 de febrero de 1983 los inquilinos del piso del número
23 de Cranley Gardens, en el tranquilo suburbio de Muswell Hills, norte
de Londres, descubrieron que sus lavabos no funcionaban.
La avería ya había logrado derrotar al fontanero local con anterioridad, y la tarde del martes siguiente éste recibió ayuda en la persona de Mike Cattran, de la empresa Dino-Rod’s.
El primer trabajo de Cattran fue inspeccionar la fosa séptica que había junto a la casa. Ese tipo de inspecciones nunca resultaban agradables, pero aun así, cuando había quitado la tapa, Cattran admitió que en toda su vida profesional jamás había olido una pestilencia tan increíble. El fontanero dirigió el haz luminoso de su linterna hacia el fondo del agujero, tres metros y medio más abajo, y se llevó la desagradable sorpresa de ver una capa blanquecina viscosa salpicada por manchas de algo horriblemente parecido a la sangre. El hombre de Dino-Rod’s bajó al agujero, en contra de sus instintos, y cuando llegó al fondo descubrió trozos de carne putrefacta, algunas de ellas con cabellos aún adheridos a la piel.
La policía realizó una inspección completa de la fosa al día siguiente y encontró más fragmentos de carne y huesos, que fueron extraídos de ella e identificados rápidamente como humanos por los antropólogos. Estaba claro que el inspector jefe de detectives Peter Jay tenía un asesinato que resolver.
Entre los residentes del número 23 estaba Dennis Nilsen «Des», como prefería que le llamaran-, de 37 años, que ocupaba el ático. Cuando Nilsen volvió a casa de su trabajo en el Centro de Empleo de la calle Denmark la tarde del miércoles 8 de febrero, fue recibido por un trío de detectives. Nilsen expresó cierta sorpresa ante el hecho de que la policía se interesara por algo tan mundano como unos desagües atascados, y cuando se le habló de 108 restos que se habían encontrado en la fosa séptica exclamó: «Dios santo, qué horror.»
Y en ese instante el inspector Jay se dejó guiar por una corazonada y replicó con estas palabras: «No me haga perder el tiempo. ¿Dónde está el resto del cadáver?»
Para gran sorpresa del detective, Nilsen respondió sin perder la calma: «Dentro de dos bolsas de plástico en el arrnario. Venga, se lo enseñaré.»
Cuando iban de camino a la comisaría, el detective inspector McCusker se volvió hacia Nilsen en el asiento trasero del coche y, como sin darle importancia, le preguntó si estaban hablando de un cadáver o de dos. Dennis Nilsen alzó los ojos.
-Quince o dieciséis desde 1978: tres en Cranley Gardens y unos trece en mi dirección anterior de la Avenida Melrose, Cricklewood.
Y así empezó la extraordinaria historia del asesino múltiple más prolífico de Gran Bretaña.
Nunca hubo ninguna duda de que Dennis Nilsen era culpable -dictó 30 horas de confesión increíblemente detallada a lo largo de once dias-, pero seguía existiendo la cuestión de cuán culpable era o, mejor dicho, de lo responsable que se le podía llegar a considerar.
Al principio, y después de haber consultado con el abogado Ronald Moss, Nilsen decidió declararse culpable. Aparte de ahorrarle mucho tiempo al tribunal y una gran cantidad de dinero a los contribuyentes, declararse culpable había sido un acto de misericordia hacia las familias de las víctimas y al mundo en general, librándoles de tener que escuchar los peores excesos de Nilsen en la sala del tribunal.
Pero cuando el caso llegó al Tribunal Número Uno de Old Bailey el 24 de octubre de 1983, Dennis Nilsen había abandonado a su primer representante legal para sustituirlo por el señor Ralph Haeems, el pintoresco campeón de los desheredados, quien le aconsejó que cambiara su alegación inicial por la de «responsabilidad disminuida» debida a un trastomo mental.
El señor Ivan Lawrence abrió su defensa de Nilsen declarando que no tenía intención de probar que su cliente estaba loco, sino que en el momento de cada crimen sufría una anormalidad mental tan grande que era incapaz de formarse el propósito definido de asesinar.
El doctor James McKeith del Hospital Real de Belén prestó testimonio afirmando que Nilsen tenía graves dificultades para expresar sus emociones y exhibía síntomas de conducta inadaptada. El doctor afirmó que dicha combinación era «letal». El señor Alan Green, fiscal general de la Corona, se opuso con gran firmeza a esa conclusión; Green recordó al tribunal la forma cuidadosa y calculada en que Nilsen había matado a sus víctimas y dispuesto de sus cuerpos, así como la astucia con que había intentado convencer de su locura contando mentiras. En otras palabras, según él , Nilsen era «un actor condenadamente bueno». Al final el doctor McKeith no quiso describir la responsabilidad del acusado con la palabra «disminuida», dado que se trataba de una definición legal y no médica.
El segundo psiquiatra llamado como testigo por la defensa, el doctor Patrick Gallwey, intentó que el tribunal aceptara lo que llamó << falso del tipo encontrado en el desorden de personalidad narcisista pseudonormal», pero no tuvo mucho éxito. El concepto resultaba tan incómodo de utilizar como el nombre, y abreviarlo a «Síndrome del yo falso» no aclaró mucho las cosas.
Cuando la defensa había terminado de exponer su caso, la Corona, tal y como es costumbre en las alegaciones de «responsabilidad disrninuida», obtuvo permiso para hacer subir al estrado de los testigos a su propio psiquiatra «refutador» para que contradijera el testimonio experto prestado por Gallwey y McKeith. El doctor Paul Bowden empezó declarándose incapaz de encontrar ninguna anormalidad mental tal y como era descrita en el Acta de Homicidios (El Acta de Homicidios de 1957 dice: “Una persona que mata o toma parte en el asesinato de otra no será acusada de asesinato si sufría una anormalidad mental (tanto si es resultado de un desarrollo detenido o retrasado como si es fruto de cualquier causa inherente o inducida por enfermedad o lesión) capaz de alterar sustancialmente su responsabilidad mental por las omisiones y actos cometidos en el asesinato o en su participación”), y siguió diciendo que, en su opinión, Dennis Nilsen sencillamente quería matar personas, lo cual era lamentable, desde luego, pero no tenía ninguna excusa en el aspecto psicológico: «Según mi experiencia, la inmensa mayoría de asesinos consideran a sus víctimas como objetos, pues de lo contrario les sería imposible matarlas ».
En cuanto al magistrado, el señor Croom Johnson, su resumen de las evidencias médicas dejó bien claro que para él Nilsen no estaba loco, sino que era un asesino de la peor especie: «Existen personas malvadas que cometen actos malvados. El asesinato es uno de ellos». El juez también añadió que «el tener defectos morales no excusa a Nilsen. Una naturaleza desagradable no debe identificarse con un desarrollo mental detenido o retrasado.»
Así pues y aunque el testimonio de los psiquiatras mantuvo ocupado al tribunal durante casi toda una semana, el debate terminó de una forma tan confusa y carente de una resolución clara como había empezado. La tarea de decidir si el acusado estaba cuerdo o no, acabó recayendo sobre los miembros del jurado. Después de 24 horas de deliberación el jurado decidió que Dennis Nilsen estaba cuerdo y era culpable de seis asesinatos y dos intentos de asesinato: la decisión fue tomada por mayoría de 10 votos afirmativos contra 2 negativos.
Nilsen fue sentenciado a cadena perpetua y el juez Croom Johnson recomendó que su estancia en la cárcel no fuese inferior a 25 años. Nilsen aceptó la sentencia y la verdad es que no esperaba ser liberado. En 1984 fue transferido de Wormwood Scrubs a la prisión de Wakefield, Yorkshire, donde sigue en el día de hoy.
Desde que las noticias sobre el caso Nilsen ocuparon las primeras páginas de la prensa mundial en febrero de 1983 se han escrito millones de palabras sobre Dennis Nilsen. Las que muestran más profundidad y comprensión se encuentran en la excelente y galardonada Killing for Company del criminólogo Brian Masters (Cape, Londres, 1985).
Masters entró en contacto con Nilsen cuando éste se hallaba en la prisión de Brixton y le pidió su cooperación para escribir un estudio sobre el caso. Nilsen accedió, y entre los dos se desarrolló lo que Masters describió como «una confianza que nos permitió hablar sobre su pasado y sus crímenes con la más completa franqueza imaginable.»
Nilsen resultó ser no sólo un hombre inteligente y sensible que sabía expresarse con gran claridad, sino que también demostró ser capaz de examinarse a sí mismo de una forma muy intensa. Durante su estancia en prisión ha producido la asombrosa cifra de 50 volúmenes de su diario, en los que se observa a sí mismo y a sus crímenes recordando y describiendo detalles con una aterradora claridad. Leerlo nos impulsa a aceptar la opinión del doctor Bowen y de Alan Green: la meticulosidad con que cometió los crímenes y dispuso de los cuerpos hace bastante difícil sostener una alegación de responsabilidad disminuida:
Llené un cuenco con agua, cogí un cuchillo de cocina, unos cuantos pañuelos de papel y varias bolsas de plástico. Tuve que tomarme un par de copas antes de poder empezar a ocuparme del cadáver. Le quité la chaqueta y la ropa interior. Separé la cabeza del cuerpo con el cuchillo. Apenas brotó sangre. Puse la cabeza en el fregadero de la cocina, la lavé y la metí en una bolsa de la compra. Después le corté las manos y los pies. Los lavé en el fregadero y los sequé…
La avería ya había logrado derrotar al fontanero local con anterioridad, y la tarde del martes siguiente éste recibió ayuda en la persona de Mike Cattran, de la empresa Dino-Rod’s.
El primer trabajo de Cattran fue inspeccionar la fosa séptica que había junto a la casa. Ese tipo de inspecciones nunca resultaban agradables, pero aun así, cuando había quitado la tapa, Cattran admitió que en toda su vida profesional jamás había olido una pestilencia tan increíble. El fontanero dirigió el haz luminoso de su linterna hacia el fondo del agujero, tres metros y medio más abajo, y se llevó la desagradable sorpresa de ver una capa blanquecina viscosa salpicada por manchas de algo horriblemente parecido a la sangre. El hombre de Dino-Rod’s bajó al agujero, en contra de sus instintos, y cuando llegó al fondo descubrió trozos de carne putrefacta, algunas de ellas con cabellos aún adheridos a la piel.
La policía realizó una inspección completa de la fosa al día siguiente y encontró más fragmentos de carne y huesos, que fueron extraídos de ella e identificados rápidamente como humanos por los antropólogos. Estaba claro que el inspector jefe de detectives Peter Jay tenía un asesinato que resolver.
Entre los residentes del número 23 estaba Dennis Nilsen «Des», como prefería que le llamaran-, de 37 años, que ocupaba el ático. Cuando Nilsen volvió a casa de su trabajo en el Centro de Empleo de la calle Denmark la tarde del miércoles 8 de febrero, fue recibido por un trío de detectives. Nilsen expresó cierta sorpresa ante el hecho de que la policía se interesara por algo tan mundano como unos desagües atascados, y cuando se le habló de 108 restos que se habían encontrado en la fosa séptica exclamó: «Dios santo, qué horror.»
Y en ese instante el inspector Jay se dejó guiar por una corazonada y replicó con estas palabras: «No me haga perder el tiempo. ¿Dónde está el resto del cadáver?»
Para gran sorpresa del detective, Nilsen respondió sin perder la calma: «Dentro de dos bolsas de plástico en el arrnario. Venga, se lo enseñaré.»
Cuando iban de camino a la comisaría, el detective inspector McCusker se volvió hacia Nilsen en el asiento trasero del coche y, como sin darle importancia, le preguntó si estaban hablando de un cadáver o de dos. Dennis Nilsen alzó los ojos.
-Quince o dieciséis desde 1978: tres en Cranley Gardens y unos trece en mi dirección anterior de la Avenida Melrose, Cricklewood.
Y así empezó la extraordinaria historia del asesino múltiple más prolífico de Gran Bretaña.
Nunca hubo ninguna duda de que Dennis Nilsen era culpable -dictó 30 horas de confesión increíblemente detallada a lo largo de once dias-, pero seguía existiendo la cuestión de cuán culpable era o, mejor dicho, de lo responsable que se le podía llegar a considerar.
Al principio, y después de haber consultado con el abogado Ronald Moss, Nilsen decidió declararse culpable. Aparte de ahorrarle mucho tiempo al tribunal y una gran cantidad de dinero a los contribuyentes, declararse culpable había sido un acto de misericordia hacia las familias de las víctimas y al mundo en general, librándoles de tener que escuchar los peores excesos de Nilsen en la sala del tribunal.
Pero cuando el caso llegó al Tribunal Número Uno de Old Bailey el 24 de octubre de 1983, Dennis Nilsen había abandonado a su primer representante legal para sustituirlo por el señor Ralph Haeems, el pintoresco campeón de los desheredados, quien le aconsejó que cambiara su alegación inicial por la de «responsabilidad disminuida» debida a un trastomo mental.
El señor Ivan Lawrence abrió su defensa de Nilsen declarando que no tenía intención de probar que su cliente estaba loco, sino que en el momento de cada crimen sufría una anormalidad mental tan grande que era incapaz de formarse el propósito definido de asesinar.
El doctor James McKeith del Hospital Real de Belén prestó testimonio afirmando que Nilsen tenía graves dificultades para expresar sus emociones y exhibía síntomas de conducta inadaptada. El doctor afirmó que dicha combinación era «letal». El señor Alan Green, fiscal general de la Corona, se opuso con gran firmeza a esa conclusión; Green recordó al tribunal la forma cuidadosa y calculada en que Nilsen había matado a sus víctimas y dispuesto de sus cuerpos, así como la astucia con que había intentado convencer de su locura contando mentiras. En otras palabras, según él , Nilsen era «un actor condenadamente bueno». Al final el doctor McKeith no quiso describir la responsabilidad del acusado con la palabra «disminuida», dado que se trataba de una definición legal y no médica.
El segundo psiquiatra llamado como testigo por la defensa, el doctor Patrick Gallwey, intentó que el tribunal aceptara lo que llamó << falso del tipo encontrado en el desorden de personalidad narcisista pseudonormal», pero no tuvo mucho éxito. El concepto resultaba tan incómodo de utilizar como el nombre, y abreviarlo a «Síndrome del yo falso» no aclaró mucho las cosas.
Cuando la defensa había terminado de exponer su caso, la Corona, tal y como es costumbre en las alegaciones de «responsabilidad disrninuida», obtuvo permiso para hacer subir al estrado de los testigos a su propio psiquiatra «refutador» para que contradijera el testimonio experto prestado por Gallwey y McKeith. El doctor Paul Bowden empezó declarándose incapaz de encontrar ninguna anormalidad mental tal y como era descrita en el Acta de Homicidios (El Acta de Homicidios de 1957 dice: “Una persona que mata o toma parte en el asesinato de otra no será acusada de asesinato si sufría una anormalidad mental (tanto si es resultado de un desarrollo detenido o retrasado como si es fruto de cualquier causa inherente o inducida por enfermedad o lesión) capaz de alterar sustancialmente su responsabilidad mental por las omisiones y actos cometidos en el asesinato o en su participación”), y siguió diciendo que, en su opinión, Dennis Nilsen sencillamente quería matar personas, lo cual era lamentable, desde luego, pero no tenía ninguna excusa en el aspecto psicológico: «Según mi experiencia, la inmensa mayoría de asesinos consideran a sus víctimas como objetos, pues de lo contrario les sería imposible matarlas ».
En cuanto al magistrado, el señor Croom Johnson, su resumen de las evidencias médicas dejó bien claro que para él Nilsen no estaba loco, sino que era un asesino de la peor especie: «Existen personas malvadas que cometen actos malvados. El asesinato es uno de ellos». El juez también añadió que «el tener defectos morales no excusa a Nilsen. Una naturaleza desagradable no debe identificarse con un desarrollo mental detenido o retrasado.»
Así pues y aunque el testimonio de los psiquiatras mantuvo ocupado al tribunal durante casi toda una semana, el debate terminó de una forma tan confusa y carente de una resolución clara como había empezado. La tarea de decidir si el acusado estaba cuerdo o no, acabó recayendo sobre los miembros del jurado. Después de 24 horas de deliberación el jurado decidió que Dennis Nilsen estaba cuerdo y era culpable de seis asesinatos y dos intentos de asesinato: la decisión fue tomada por mayoría de 10 votos afirmativos contra 2 negativos.
Nilsen fue sentenciado a cadena perpetua y el juez Croom Johnson recomendó que su estancia en la cárcel no fuese inferior a 25 años. Nilsen aceptó la sentencia y la verdad es que no esperaba ser liberado. En 1984 fue transferido de Wormwood Scrubs a la prisión de Wakefield, Yorkshire, donde sigue en el día de hoy.
Desde que las noticias sobre el caso Nilsen ocuparon las primeras páginas de la prensa mundial en febrero de 1983 se han escrito millones de palabras sobre Dennis Nilsen. Las que muestran más profundidad y comprensión se encuentran en la excelente y galardonada Killing for Company del criminólogo Brian Masters (Cape, Londres, 1985).
Masters entró en contacto con Nilsen cuando éste se hallaba en la prisión de Brixton y le pidió su cooperación para escribir un estudio sobre el caso. Nilsen accedió, y entre los dos se desarrolló lo que Masters describió como «una confianza que nos permitió hablar sobre su pasado y sus crímenes con la más completa franqueza imaginable.»
Nilsen resultó ser no sólo un hombre inteligente y sensible que sabía expresarse con gran claridad, sino que también demostró ser capaz de examinarse a sí mismo de una forma muy intensa. Durante su estancia en prisión ha producido la asombrosa cifra de 50 volúmenes de su diario, en los que se observa a sí mismo y a sus crímenes recordando y describiendo detalles con una aterradora claridad. Leerlo nos impulsa a aceptar la opinión del doctor Bowen y de Alan Green: la meticulosidad con que cometió los crímenes y dispuso de los cuerpos hace bastante difícil sostener una alegación de responsabilidad disminuida:
Llené un cuenco con agua, cogí un cuchillo de cocina, unos cuantos pañuelos de papel y varias bolsas de plástico. Tuve que tomarme un par de copas antes de poder empezar a ocuparme del cadáver. Le quité la chaqueta y la ropa interior. Separé la cabeza del cuerpo con el cuchillo. Apenas brotó sangre. Puse la cabeza en el fregadero de la cocina, la lavé y la metí en una bolsa de la compra. Después le corté las manos y los pies. Los lavé en el fregadero y los sequé…
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