“Pero Manuel, ¿cómo has podido venir aquí para acostarte con una muerta?”, preguntó el inspector de policía Salvador Ortega. “Así es mejor porque no habla”, respondía Manuel Delgado Villegas, más conocido como El Arropiero.
Esta conversación que el agente, ahora retirado, ha contado cientos de
veces a los medios de comunicación refleja el grado de crueldad del
considerado el mayor asesino en serie de España.
El criminal, de habla un tanto particular y apodado ‘El Arropiero’, se refería a la que había sido su novia, la Toñi, de aquella forma tan despectiva. Ella era una de sus últimas víctimas de las cuarenta y ocho confesas, aunque las autoridades solo pudieron probar ocho.
Pero situémonos, era el año 1971 y la policía acompañada del asesino, había encontrado el cadáver de la mujer ya en descomposición en un descampado gaditano. El día de autos llevó a Antonia en moto hasta dicha ubicación para mantener relaciones sexuales con ella. En un momento dado, sintió el impulso irrefrenable de matarla. Así que mientras le hacía el amor la estranguló con sus propias medias. Tras su muerte, Manuel volvió al lugar de los hechos para practicar necrofilia con ella.
En Sevilla le llamaban el Arropiero, por eso de que su padre vendía arropes, un típico dulce de higos. Aunque su nombre real es Manuel Delgado Villegas, un brutal criminal que puso en jaque a la justicia española allá por la década de los 60 y 70, y cuya vida pudimos verla en la gran pantalla gracias al documental, “El Arropiero, el vagabundo de la muerte”, del director Carlos Balagué.
Manuel Delgado Villegas nació en Sevilla el 25 de enero de 1943. Era huérfano de madre. Murió mientras le daba a luz. Además, el joven tuvo una infancia difícil. Primero, porque España pasaba penurias por la posguerra; y segundo, porque tras el fallecimiento de su progenitora, su padre le abandonó junto a su hermana Joaquina para volver a casarse. La abuela de los pequeños fue quien se encargó de su cuidado. Sin embargo, otros parientes también intervinieron en su crianza, algo que, literalmente, le heló el corazón. ¿El motivo? Fue víctima de continuos abusos físicos, golpes, palizas, etcétera. Lo que acabó agriando su carácter y convirtiéndolo en un ser agresivo e introvertido. Fue a la escuela, aunque jamás aprendió a leer ni escribir. Tampoco le ayudó su tartamudeo continuo que le impedía comunicarse con fluidez, y menos aún, la dislexia que padecía.
Por ello, ‘El Arropiero’ decidió ingresar voluntariamente en la Legión. Acababa de cumplir 18 años. Allí aprendió uno de sus golpes mortales, por el que se hizo “famoso”, y que la policía denominó “el golpe del Legionario”. Éste consistía en propinar un fuerte impacto con la mano abierta en el cuello de su víctima. El homicida había hallado su seña de identidad para sus asesinatos.
No duró mucho en el ejército. De hecho, hay dos versiones al respecto. Una afirma que Manuel comenzó a consumir marihuana, que después estuvo en proceso de desintoxicación y que debido a esto, padeció ataques epilépticos. Por todo ello fue declarado no apto para el servicio militar. Pero también, hay una segunda versión que cuenta que fue el propio Arropiero quien desertó de la Legión.
Sea como fuere, tras su salida del ejército, Manuel inició un periplo por España, Francia e Italia. Se dedicó a mendigar, a pedir limosna. Incluso llegó a rodearse de prostitutas y a ejercer como chapero en Barcelona. En aquel ambiente tenía éxito, y se lo debía a un problema sexual, anaspermatismo. Es decir, a la ausencia de eyaculación. Este ‘defecto’ le llevó a practicar sexo de forma continua sin alcanzar el orgasmo, algo muy valorado dentro de ese mundillo.
Y aunque fue detenido en varias ocasiones por la famosa Ley de Vagos y Maleantes, jamás fue a la cárcel sino a centros psiquiátricos, ya que “escenificaba” una serie de convulsiones.
Nadie presagiaba que aquel hombre de aspecto tosco y de personalidad limitada pudiese matar siquiera a una mosca. Su inconfundible bigote a lo Cantinflas en claro homenaje a su admirado personaje, tampoco levantó sospechas. Ni siquiera cuando le interrogaron por la desaparición de su novia, la Toñi. Le dejaron en libertad, aunque a los pocos días volvió a ser arrestado. Algunos vecinos declararon haberle visto pegar a dicha mujer el mismo día de su desaparición.
Para Salvador Ortega, el criminólogo que consiguió atrapar a Manuel Delgado Villegas, no le fue fácil forjar una “amistad” con este asesino. Era una “amistad interesada” como llegó a reconocer en alguna ocasión. Se hacía necesario “establecer esos lazos para esclarecer los crímenes”.
Aquella aventura para descubrir los cadáveres de las víctimas del Arropiero, hizo que Ortega conociese a todo un especialista en matar, a un verdadero psicópata. Sin embargo, es llamativo cómo el propio Manuel manejaba la situación ante preguntas incómodas sobre sus terribles fechorías. Cabe recordar la entrevista que Código uno de TVE le hizo cuando ya había sido detenido y llevado a un centro psiquiátrico. En él se puede ver al asesino charlando con una periodista, a la que reconoce que cuando mata mujeres no le gusta, que prefiere a los hombres para estos casos.
La detención de ‘El Arropiero’ fue prácticamente accidental. La Brigada Criminal de El Puerto de Santa María (Cádiz) en la que trabajaba Salvador Ortega, estaba investigando el caso de una desaparición, la del joven Francisco Marín. Tras varios días sin noticias, la policía encontró su cadáver en el Guadalete. El forense concluyó en la autopsia que había muerto por asfixia. Pero Ortega no se lo creyó. Gracias a esa apreciación, el facultativo acabó admitiendo que no lo era y que en realidad trabajaba como médico de guardia en la Marina. Su nariz policial acababa de abrir una brecha. Buscaban a un asesino.
Y lo localizaron por un desliz. Matar a su propio novia, Antonia Rodríguez. Le detuvieron el 18 de enero de 1971 en el Puerto de Santa María. De primeras, negó los hechos, hasta que Ortega jugó con su psicología, consiguiendo que confesara no solo el crimen de la Toñi sino hasta 43 más.
El propio Salvador Ortega, explica a esta periodista en una entrevista para Negra y Criminal de LaSer cómo derribaron la mente de este serial killer español: “Una de las preguntas básicas que se le hace es: ‘¿dónde estuviste el domingo?’, que fue el día que desapareció la Toñi. Él dice que hacía tiempo que se habían peleado y que estuvo en el cine. El gesto que hace, ese lenguaje no verbal, hace que comencemos a sospechar”. Aquella forma en la que “él se mete las manos en los bolsillos y saca el resto de la entrada cortada del cine”, no le cuadró al inspector que poco después vio una “simulación perfecta” de una “epilepsia”.
Entonces, el asesino “se ve acosado, ve que no tiene salida” y los investigadores se ganan su confianza diciéndole “tu no estás bien, estás enfermo”. Ahí es cuando Manuel derrota y confiesa 44 crímenes. Los otros cuatro los mencionaría ya en el psiquiátrico penitenciario de Carabanchel ante su abogado.
El criminal, de habla un tanto particular y apodado ‘El Arropiero’, se refería a la que había sido su novia, la Toñi, de aquella forma tan despectiva. Ella era una de sus últimas víctimas de las cuarenta y ocho confesas, aunque las autoridades solo pudieron probar ocho.
Pero situémonos, era el año 1971 y la policía acompañada del asesino, había encontrado el cadáver de la mujer ya en descomposición en un descampado gaditano. El día de autos llevó a Antonia en moto hasta dicha ubicación para mantener relaciones sexuales con ella. En un momento dado, sintió el impulso irrefrenable de matarla. Así que mientras le hacía el amor la estranguló con sus propias medias. Tras su muerte, Manuel volvió al lugar de los hechos para practicar necrofilia con ella.
En Sevilla le llamaban el Arropiero, por eso de que su padre vendía arropes, un típico dulce de higos. Aunque su nombre real es Manuel Delgado Villegas, un brutal criminal que puso en jaque a la justicia española allá por la década de los 60 y 70, y cuya vida pudimos verla en la gran pantalla gracias al documental, “El Arropiero, el vagabundo de la muerte”, del director Carlos Balagué.
Manuel Delgado Villegas nació en Sevilla el 25 de enero de 1943. Era huérfano de madre. Murió mientras le daba a luz. Además, el joven tuvo una infancia difícil. Primero, porque España pasaba penurias por la posguerra; y segundo, porque tras el fallecimiento de su progenitora, su padre le abandonó junto a su hermana Joaquina para volver a casarse. La abuela de los pequeños fue quien se encargó de su cuidado. Sin embargo, otros parientes también intervinieron en su crianza, algo que, literalmente, le heló el corazón. ¿El motivo? Fue víctima de continuos abusos físicos, golpes, palizas, etcétera. Lo que acabó agriando su carácter y convirtiéndolo en un ser agresivo e introvertido. Fue a la escuela, aunque jamás aprendió a leer ni escribir. Tampoco le ayudó su tartamudeo continuo que le impedía comunicarse con fluidez, y menos aún, la dislexia que padecía.
Por ello, ‘El Arropiero’ decidió ingresar voluntariamente en la Legión. Acababa de cumplir 18 años. Allí aprendió uno de sus golpes mortales, por el que se hizo “famoso”, y que la policía denominó “el golpe del Legionario”. Éste consistía en propinar un fuerte impacto con la mano abierta en el cuello de su víctima. El homicida había hallado su seña de identidad para sus asesinatos.
No duró mucho en el ejército. De hecho, hay dos versiones al respecto. Una afirma que Manuel comenzó a consumir marihuana, que después estuvo en proceso de desintoxicación y que debido a esto, padeció ataques epilépticos. Por todo ello fue declarado no apto para el servicio militar. Pero también, hay una segunda versión que cuenta que fue el propio Arropiero quien desertó de la Legión.
Sea como fuere, tras su salida del ejército, Manuel inició un periplo por España, Francia e Italia. Se dedicó a mendigar, a pedir limosna. Incluso llegó a rodearse de prostitutas y a ejercer como chapero en Barcelona. En aquel ambiente tenía éxito, y se lo debía a un problema sexual, anaspermatismo. Es decir, a la ausencia de eyaculación. Este ‘defecto’ le llevó a practicar sexo de forma continua sin alcanzar el orgasmo, algo muy valorado dentro de ese mundillo.
Y aunque fue detenido en varias ocasiones por la famosa Ley de Vagos y Maleantes, jamás fue a la cárcel sino a centros psiquiátricos, ya que “escenificaba” una serie de convulsiones.
Nadie presagiaba que aquel hombre de aspecto tosco y de personalidad limitada pudiese matar siquiera a una mosca. Su inconfundible bigote a lo Cantinflas en claro homenaje a su admirado personaje, tampoco levantó sospechas. Ni siquiera cuando le interrogaron por la desaparición de su novia, la Toñi. Le dejaron en libertad, aunque a los pocos días volvió a ser arrestado. Algunos vecinos declararon haberle visto pegar a dicha mujer el mismo día de su desaparición.
Para Salvador Ortega, el criminólogo que consiguió atrapar a Manuel Delgado Villegas, no le fue fácil forjar una “amistad” con este asesino. Era una “amistad interesada” como llegó a reconocer en alguna ocasión. Se hacía necesario “establecer esos lazos para esclarecer los crímenes”.
Aquella aventura para descubrir los cadáveres de las víctimas del Arropiero, hizo que Ortega conociese a todo un especialista en matar, a un verdadero psicópata. Sin embargo, es llamativo cómo el propio Manuel manejaba la situación ante preguntas incómodas sobre sus terribles fechorías. Cabe recordar la entrevista que Código uno de TVE le hizo cuando ya había sido detenido y llevado a un centro psiquiátrico. En él se puede ver al asesino charlando con una periodista, a la que reconoce que cuando mata mujeres no le gusta, que prefiere a los hombres para estos casos.
La detención de ‘El Arropiero’ fue prácticamente accidental. La Brigada Criminal de El Puerto de Santa María (Cádiz) en la que trabajaba Salvador Ortega, estaba investigando el caso de una desaparición, la del joven Francisco Marín. Tras varios días sin noticias, la policía encontró su cadáver en el Guadalete. El forense concluyó en la autopsia que había muerto por asfixia. Pero Ortega no se lo creyó. Gracias a esa apreciación, el facultativo acabó admitiendo que no lo era y que en realidad trabajaba como médico de guardia en la Marina. Su nariz policial acababa de abrir una brecha. Buscaban a un asesino.
Y lo localizaron por un desliz. Matar a su propio novia, Antonia Rodríguez. Le detuvieron el 18 de enero de 1971 en el Puerto de Santa María. De primeras, negó los hechos, hasta que Ortega jugó con su psicología, consiguiendo que confesara no solo el crimen de la Toñi sino hasta 43 más.
El propio Salvador Ortega, explica a esta periodista en una entrevista para Negra y Criminal de LaSer cómo derribaron la mente de este serial killer español: “Una de las preguntas básicas que se le hace es: ‘¿dónde estuviste el domingo?’, que fue el día que desapareció la Toñi. Él dice que hacía tiempo que se habían peleado y que estuvo en el cine. El gesto que hace, ese lenguaje no verbal, hace que comencemos a sospechar”. Aquella forma en la que “él se mete las manos en los bolsillos y saca el resto de la entrada cortada del cine”, no le cuadró al inspector que poco después vio una “simulación perfecta” de una “epilepsia”.
Entonces, el asesino “se ve acosado, ve que no tiene salida” y los investigadores se ganan su confianza diciéndole “tu no estás bien, estás enfermo”. Ahí es cuando Manuel derrota y confiesa 44 crímenes. Los otros cuatro los mencionaría ya en el psiquiátrico penitenciario de Carabanchel ante su abogado.
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