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jueves, 20 de junio de 2019

Ana Lucía da Silva ,Otra Víctima del Reincidente Salvador Ramírez

El asesinato en Córdoba el viernes dia 14 de junio del 2019 de Ana Lúcia da Silva Sepulcro, inmigrante brasileña 49 años, madre de una hija de 16, causa un impacto especial en el empobrecido barrio de La Piñera de Algeciras, donde el nuevo crimen machista ha resucitado el recuerdo casi olvidado de otra víctima acallada en su hogar  diecisiete años atrás. Salvador Ramírez Atencia, español de 45 años, que mató el viernes a su novia Ana Lúcia antes de suicidarse cortándose el cuello en medio del humo del incendio que había provocado en la vivienda de la mujer, es el mismo hombre que el miércoles 10 de abril de 2002 le quitó la vida a la que entonces era su mujer y la madre de sus tres hijos.


Ocurrió en el número 1 de la calle Miño de Algeciras, segundo izquierda, después de que ella le dijera que se iba a separar de él. Aquella primera asesinada de Salvador se llamaba Amanda del Carmen Cabeza Aparicio y “todavía no había cumplido 22 años”, cuenta su vecina Angelita (no quiere revelar sus apellidos), que se convirtió en sus últimos meses de vida en una madre para la joven y conserva una foto de ella hasta ahora inédita.

Salvador Ramírez obtuvo el tercer grado en octubre de 2017 y la libertad condicional en febrero de 2018 tras haber cumplido en prisión 15 años y medio de los 17 años a los que fue condenado por asesinar a su mujer y madre de sus tres hijos en Algeciras en 2002. Se instaló en Córdoba y encontró trabajo en la cocina de un bar cercano al piso donde vivía su nueva pareja, Ana Lúcia da Silva, que había llegado desde Brasil a España el año 2018 y trabajaba de limpiadora.
Salvador Ramírez abrió un perfil en Facebook a finales de septiembre de 2018 y poco después colgó una foto de él acurrucado en actitud cariñosa con Ana Lucía. Tenía trabajo para reinsertarse y una compañera querida tras lustros de soledad carcelaria. Pero en vez de empezar una nueva vida, la destruyó repitiendo la vieja explosión asesina de hace más de 17 años. Esta vez, adoptó uno de los arquetipos de la violencia machista con parejas o ex parejas: acabó con ella y se suicidó, reincidió.
“No tenía que haber salido nunca de la cárcel” y “Se tenía que haber matado él y dejar viva a Amanda” son dos frases que se escuchan mucho en la parte alta del barrio algecireño de La Piñera, después de enterarse de que la primera mujer a la que mató el autor del crimen de Córdoba era de aquí. Angelita, de 53 años, la conoció muy bien. “Era una niña, me llamaba mamá. Muy inocente, muy noble, sin maldad. Él era educado, bien hablado, muy reservado, pero daba la impresión de tener un trastorno psicológico”.
Desde el piso de Angelita en este barrio de viejos bloques de protección social se ve al otro lado de la calle las ventanas de la vivienda del bloque 4 donde Amanda y Salvador se instalaron con sus tres niños en enero de 2002. Lo habían comprado, y pagaban la hipoteca y se mantenían con la ayuda de los padres de él y con los 600 euros al mes que ganaba Salvador trabajando de vigilante nocturno en un aparcamiento al aire libre en el centro de Algeciras cerca del cine Florida. El cabeza de familia, que tenía entonces 27 años, volvía por la mañana montado en su moto.
Amanda tuvo una infancia desgraciada, cuentan las vecinas que la conocieron. Sus padres, Remedios y Antonio, eran drogadictos y de niña los servicios sociales de la Junta de Andalucía se hicieron cargo de ella y de su único hermano, más pequeño. Amanda, que había crecido con sus padres en este barrio de La Piñera, en los pisos sociales luego derribados y reconstruidos de Las Escaleritas (ahora conocido popularmente como Los Lacasitos, por sus colores), creció desde entonces en centros de acogida. Pero no por mucho tiempo.
Siendo una niña conoció en un campamento de verano a Salvador, el mayor de tres hermanos, nacido en Málaga y vecino del cercano barrio algecireño de La Bajadilla, zona también golpeada por la pobreza. Recuerdan que su padre se ganó la vida durante un tiempo vendiendo objetos usados en la calle frente al mercado de abastos de Algeciras. Un antiguo compañero del colegio público de La Bajadilla dice que Salvador no era violento ni dio problemas nunca en sus años de estudiante. Al contrario, lo recuerda como un niño “muy apagado, muy noble, muy callado” y que “parecía que tenía retraso”.

Los servicios de protección del menor de la Junta de Andalucía, continúa la vecina, se hicieron cargo de los tres niños. No ha vuelto a verlos. “Dicen que los acogió una familia de El Puerto de Santa María que precisamente había acogido antes al hermano de Amanda, el tío de los niños. Me gustaría saber cómo están”, dice, confiando en que estos tres huérfanos que vio por última vez de niños hace diecisiete años y que hoy son adultos jóvenes lean su testimonio en el periódico y, si lo desean, se pongan en contacto con ella. Salvador ha dejado una cuarta huérfana, la hija de 16 años de su segunda pareja asesinada, que en el momento de la agresión estaba en clase.
Tras matar a Amanda, Salvador fue a hablar con un vecino al que le confesó el crimen y le dijo que iba a suicidarse. No lo hizo y, en cambio, se entregó a la Policía Local, lo que le valió como atenuante de su condena. Hasta ese momento, en el barrio no había causado ningún incidente público.

"El espíritu de Amanda sigue en el piso"

En el quiosco que hay junto al piso donde mató a Amanda, un vecino que entonces era un chavalín y hoy es un hombre de 30 años dice con indignación: “Me alegro de que se haya matado. Si hubiera venido aquí, no habría salido vivo”. A contracorriente de ese sentimiento extendido de repudio póstumo contra el asesino y suicida, un hermano de Salvador, David, muestra en su perfil de Facebook su pena por su muerte, sin mencionar la causa ni a las víctimas. “Tú fuiste mi hermano y ahora no hay nadie quien ocupe tu lugar”; “Descansa en paz mi querido hermano, siempre estarás en mi corazón”, escribe junto a un lazo negro.
El piso del asesinato de Amanda quedó vacío y cerrado durante ocho años.  Luego lo habitó un joven okupa durante poco tiempo. Algo nada raro en un barrio con mucho paro donde es frecuente que las familias sin recursos ocupen pisos vacíos de los bancos o de la Junta. Aquí un alquiler vale entre 250 y 300 euros pero muchos no tienen ni para eso.
Después de que se fuera el joven okupa, el piso lo compró por 8.000 euros Vanessa, una vecina que también conoció a Amanda. Lo arregló a fondo y hoy se lo tiene alquilado a una familia marroquí que está estos días en su país de origen. Dice Vanessa, conmocionada aún por la noticia de que el antiguo asesino volvió a matar, que ella se encontró con el fantasma de la víctima. “No te lo vas a creer, pero yo vi el espíritu de Amanda en el piso. Estaba yo en el sofá y vi a una mujer. Te lo juro. Mis inquilinos dicen que ellos también la sienten. Somos musulmanes y no nos da miedo”.
Lo que sí es cierto es que la muerte de Ana Lúcia en Córdoba a manos de Salvador ha resucitado en la memoria popular de este pobre rincón de Algeciras el recuerdo cariñoso de Amanda, aquella “niña” con tres hijos a la que ya casi todos habían olvidado para seguir con su vida.
Amanda tenía apenas 14 o 15 años cuando parió a su hija mayor, Natalia. Luego vinieron seguidos dos niños más, a los que los padres llamaron como ellos, Amanda y Salvador, que es el pequeño. “Los tres partos fueron por cesárea. En el último, en el hospital le ligaron las trompas para que no tuviera más. Me lo contó y se lo dije, ‘Amanda, es lo mejor que podía haber hecho'”, relata Angelita, madre de cuatro hijos varones. En aquel invierno del 2001-2002 la familia se acomodó en el humilde piso en el barrio donde ella se había criado de niña con sus padres, en La Piñera. A ella la describen físicamente como “una niña muy guapa, rubia, con los ojos azules, bajita”, y a él como “bajito y corpulento”.
Para esta madre de 21 años y tres hijos que no tenía apenas apoyos familiares, su vecina mayor de al lado se convirtió en su casi único sostén y confidente, hasta el punto de que acabó llamándola “mamá”, rememora Angelita. “Venía a comer con sus niños, y yo le daba comida para que se la llevara a su casa y se la pusiera a su marido”. En esos encuentros, Amanda le confió que quería separarse de Salvador. “Estoy harta”, decía. Pero cuando le preguntaba por qué, no revelaba si el hombre la maltrataba, añade su amiga. “Yo creo que no lo denunció por miedo y por no tener el apoyo de nadie”.
Amanda se desahogaba con su amiga refiriéndose a su marido no por su nombre sino como “el tonto”. Reunió fuerzas y le dijo que quería separarse e irse a vivir con otro hombre del barrio. Según el escrito de acusación de la Fiscalía presentado en el juicio de 2004 y que ha recordado ahora el diario Europa Sur, el 10 de abril de 2002 Salvador y su madre se reunieron con Amanda para tratar sobre la separación y repartirse la custodia de los tres niños, y acordaron que ella se quedaría con los dos pequeños, en preescolar, y la suegra se quedaría con la mayor, de unos siete años, que estudiaba primaria.
Esa mañana, Amanda había llevado a los niños al vecino colegio público, el CEIP Andalucía. Antes de la reunión con Salvador y su suegra, la joven madre había estado en casa de su vecina Angelita, apunta ella. “Era muy alegre. Vino aquí y estuvimos bailando ‘el baile de la botella’. Iba a ser la comunión de mi hijo Álvaro y ella ya le había comprado un regalo. Me daba muchos besos. Me dijo: ‘Tengo que ir con el tonto a hacer una gestión a Hacienda’”.

La asesinó golpeándola y ahogándola

Tras la reunión familiar para acordar la separación, Salvador llevó a su madre a la casa de ésta y volvió al piso conyugal, donde sorprendió a Amanda en el cuarto de baño “desnuda, mientras se estaba duchando. Cogió una plancha que tenía en un mueble en el cuarto de baño, le dio en la cabeza, la estranguló con el cable y la ahogó en la bañera”, dice Angelita. Su relato coincide con el de los forenses, que en el juicio detallaron que el agresor le rompió la tráquea a la víctima con el cable de la plancha y terminó de matarla ahogándola en la bañera. Los forenses añadieron que el acusado no sufría ninguna enajenación mental.
Los servicios de protección del menor de la Junta de Andalucía, continúa la vecina, se hicieron cargo de los tres niños. No ha vuelto a verlos. “Dicen que los acogió una familia de El Puerto de Santa María que precisamente había acogido antes al hermano de Amanda, el tío de los niños. Me gustaría saber cómo están”, dice, confiando en que estos tres huérfanos que vio por última vez de niños hace diecisiete años y que hoy son adultos jóvenes lean su testimonio en el periódico y, si lo desean, se pongan en contacto con ella. Salvador ha dejado una cuarta huérfana, la hija de 16 años de su segunda pareja asesinada, que en el momento de la agresión estaba en clase.
Tras matar a Amanda, Salvador fue a hablar con un vecino al que le confesó el crimen y le dijo que iba a suicidarse. No lo hizo y, en cambio, se entregó a la Policía Local, lo que le valió como atenuante de su condena. 



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