viernes, 15 de octubre de 2021

Ana María Jerez Cano, Un Caso de Brujos y Sombras

 


El cuerpo sin vida de la niña Ana María Jerez Cano, de nueve años, que desapareció en Huelva el 16 de febrero de 1991, fue hallado a la una de la tarde en aguas de la ría del Tinto, a cuatro kilómetros de la capital onubense, por funcionarios de la Policía Judicial que realizaban un rastreo rutinario. El cadáver estaba desnudo y tenía la cabeza separada del tronco.

Salió de su casa el sábado 16 de febrero hacia el domicilio de su abuela, a escasas manzanas. Como no la encontró, decidió buscar a su amiga Raquel, que vive en el mismo barrio, Isla Chica, al sureste de la ciudad y una vez que compraron en un quiosco de churros, se le pierde la pista al alejarse su amiga Raquel. A última hora de la noche, los padres de Ana María presentaban una denuncia en comisaría.



El cadáver fue hallado en avanzado estado de descomposición. Los agentes lo arrastraron hasta la orilla más próxima, un lugar de difícil acceso. Para llegar, el juez tuvo que ser trasladado en un barco de la Agencia de Medio Ambiente y después, en una patera.



Por este suceso se detuvo y se condenó a José Franco de la Cruz, en el momento tenía 27 años de edad, fue condenado a 44 años de prisión mayor, saliendo en libertad en 2012 aunque un año después fue condenado por otro delito distinto al ser imputado por una violación,  pero en el caso de Ana María Jerez Cano todo era diferente. 

El juicio estuvo marcado por la falta de pruebas materiales existentes contra José Franco. La sentencia, de gran precisión técnica -según la opinión de la acusación particular-, se basó en las denominadas pruebas indirectas y en una ordenación racional de los hechos. «Frente a ello no ofreció el acusado coartada alguna. No quiere decirse que tenga que probar su inocencia, sino únicamente que los indicios en su contra no son desvirtuados y que no da una versión racional y coherente de sus movimientos», indicaba la sentencia.



Sin embargo,  cuatro años después del asesinato de la niña de nueve años Ana María Jerez Cano, en Huelva, la confesión póstuma de un curandero que asumió la autoría del crimen puso en tela de juicio el sistema procesal que condenó a 44 años de cárcel a «El Boca» José Franco de la Cruz.

La confesión detalla con tal exactitud los hechos que rodearon el suceso y que dejó pocas dudas sobre su veracidad. Incluso señala aspectos del macabro crimen totalmente desconocidos por el instructor del caso, detalles que sólo el verdadero asesino de la niña podía conocer.

El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía  poseyó toda la información sobre esta situación. José Barrera Barrio, que se identificó como un brujo, señalaba que Ana María fue sacrificada durante un rito en honor al demonio en el que se pretendía ofrecer la virginidad de la niña a Satán.



En su confesión, José Barrera se reconoció como único autor de la muerte de Ana María, en febrero de 1991, y desvelaba detalles sobre el crimen muy significativos y desconocidos en la instrucción de la causa, que sólo el verdadero asesino podía conocer. Su relato aclara muchas de las incógnitas que ni la Policía, ni los forenses, ni los testigos pudieron explicar.

Los hechos se remontan al 16 de febrero de 1991, cuando Ana María Jerez Cano fue secuestrada cuando jugaba en las inmediaciones de su casa, en la ciudad de Huelva. Setenta días después, su cadáver fue encontrado en las marismas. Varios golpes contundentes en la cabeza habían acabado con su vida, tenía la cabeza separada del cuerpo.



José Franco de la Cruz, considerado el «tonto del barrio» y con una larga lista de antecedentes por pequeños hurtos y agresiones, fue detenido poco después acusado de asesinar y violar a la niña. Aunque siempre negó su implicación en los hechos, fue condenado el 26 de enero de 1993.

La única prueba de cargo fue la semejanza entre dos fibras de un tejido vulgar que se encontró en la uña de la víctima y en una silla de la casa del acusado. El 9 de agosto del 93, José Barrera, que contaba en ese momento con 36 años, hizo llamar a su presencia a Emilio Martín, uno de los testigos que presentó la defensa durante el juicio.

Por eso y por sus cualidades de vidente-curandero, Emilio fue elegido por Barrera, que se reconoció adorador del demonio y estar poseído por el espíritu de un célebre brujo inglés, para confiarle aquello que inquietaba su alma y no le dejaba morir en paz, según explicó el propio confesor de José Barrera.

Postrado en su cama de Rociana del Condado (Huelva), afectado por una enfermedad que decía desconocer, el brujo recibió a Emilio Martín con un «estoy muy mal y despreciado. Estoy arrepentido y no quepo en este cuerpo» (Barrera sufría hidropesía. Todo su cuerpo estaba hinchado a consecuencia del exceso de líquido y amenazaba con explotar).

Emilio Martín, de 61 años, fue cogiendo al dictado, una a una, las palabras del moribundo. La historia que contó es desgarradora. El 16 de febrero de 1991, a las 16,30 horas, José Barrera recogió a Ana María Jerez Cano junto al kiosco de churros que hay cerca de su casa. La metió en su vehículo y salió de Huelva. El brujo estaba tranquilo. «Satán me protegía». La niña tenía que ser sacrificada para hacerle más poderoso.



Durante la confesión, José Barrera habla en primera persona del plural y dejó entrever que había  otras personas implicadas en el asesinato. Sin embargo, a preguntas directas de su confesor, el brujo responde: «Yo sólo confieso mi culpa, los demás pagarán como ellos crean».

Ana María estuvo confinada durante más de una semana en algún lugar que José Barrera se negó a revelar. Según su testimonio, la niña no sufrió los días que estuvo oculta. La noche que murió (tres de la madrugada del martes 26 de febrero al miércoles 27) «estuvo muy contenta y lo último que comió fue un pudin de pasas».



Aquí se dan los primeros detalles significativos. En primer lugar, fija la hora y el día exacto de la muerte de Ana María, algo que fue imposible determinar por los forenses que realizaron la autopsia. En segundo lugar, el dato trascendental del «pudin de pasas», la última cena.

En la autopsia, realizada por los doctores Frontela y Serratosa, se encontró entre los residuos orgánicos encontrados en el estómago del cadáver una pipa de uva. Ese aspecto ni siquiera se mencionó durante el juicio, sólo era conocido por las personas que instruyeron la causa y, lógicamente, por el verdadero asesino.



El brujo mantuvo escondido, «y bien conservado», el cadáver de la niña durante un mes esperando la próxima luna que coincidía ese año con la noche del Jueves Santo al Viernes Santo. El cuerpo sin vida de Ana María fue trasladado en barca, aprovechando las sombras de la noche, por el brujo y otras personas desde el monasterio de la Rábida hasta las marismas que hay en la otra orilla, cruzando el río Tinto.

Ya en tierra, el grupo de personas hizo los preparativos para el ritual. Querían ofrecer a Satán la virginidad de la niña. Separaron la cabeza del cuerpo de la víctima con la intención de pincharla en un palo y que presenciara, a la luz de la luna, la ceremonia macabra que debía finalizar con la quema del cuerpo en honor al demonio.

Impregnaron el cadáver con una sustancia y «por el culo le metí en la ceremonia hierbas impregnadas en una “pocinga” de sangre de un gato negro», dijo Barrera. Este es otro dato revelador. En su informe ante la Sala, los médicos forenses mostraron su extrañeza por el tamaño y características de las manchas de sangre («llama la atención el tamaño de la mancha -4 cmts-, es demasiado para una gota que se desprende y va goteando»).

Los peritos dieron por sentado y por descontado que se trataba de sangre humana y no la analizaron.

«El himen estaba íntegro. No existió acceso carnal vía vaginal y, en el recto, había desgarros que durante el juicio dijimos que pudo ser provocado por el pene o por algún objeto. No había ningún otro indicio de violación», indicó.



A pesar del dictamen médico, «El Boca» fue condenado por violación. Sin embargo, la confesión del brujo reveló que la niña no llegó a ser violada y que la sangre era de un animal, de un gato. Aspecto que sería demostrable si aún se guardan muestras de dicha sangre.

El rito satánico nunca llegó a celebrarse, ya que alguien observó la ceremonia desde la otra orilla. Los adoradores de Satán abandonaron el cadáver sin poder consumar la ofrenda, según confesó el brujo. El cuerpo de Ana María quedó semihundido en el barro, escondido bajo ramas y arbustos. Un mes después fue hallado por unos desinfectadores del río.

El cuerpo presentaba un avanzado estado de descomposición que impidió a los forenses determinar algunos aspectos de la muerte.

Tras el asesinato, José Barrera empezó a ver fantasmas. Pensaba que iban a descubrirlo. Durante la desaparición de la niña, los padres de Ana María llegaron a entrevistarse con Barrera, debido a su reputación de naturópata-vidente-curandero-brujo, para consultarle sobre el paradero de su hija. Por este motivo y por su conducta sospechosa fue llamado a declarar durante el juicio.

El brujo llegó a huir de la provincia y se escondió en Sevilla esperando salir del país. Sin embargo, fue detenido por la Policía y llevado a declarar ante el tribunal. Durante la desaparición de la menor, el brujo quemó accidentalmente su tienda de herboristería cuando intentaba «borrar rastros» sobre el asesinato. Por este motivo fue detenido por la Policía acusado de incendio intencionado, pero nunca se relacionó este hecho con el secuestro y la muerte de Ana María Jerez.



El caso de Ana María Jerez Cano fue muy controvertido en su momento por las anomalías que se cometieron durante todo el proceso. Los abogados del condenado mantuvieron que José Franco de la Cruz fue la cabeza de turco y que su detención y su posterior condena sólo fue una decisión política para tranquilizar el ánimo de una población que exigía venganza.

La causa estuvo plagada de irregularidades. Empezando por la prueba «incriminatoria», que se presentó en la causa como definitiva y no es más que circunstancial: una fibra encontrada en la uña de víctima y otra, semejante, hallada en una silla de la casa de «El Boca». Los propios forenses indicaron en su informe que esa fibra podía pertenecer a una prenda de gran comercialización en toda la zona.

Además, hay ciertas dudas sobre la correcta obtención de la única prueba, ya que, al parecer, se vulneraron todos los derechos del acusado en el registro de su casa. Además de esto, hay que tener en cuenta que todas las pruebas que se le hicieron al procesado, como la prueba de la saliva para determinar si las colillas encontradas junto al cuerpo le pertenecían, fueron negativas.

Un año estuvo el brujo arrastrando su enfermedad por localidades onubenses hasta que a mediados de septiembre del año 1994 su mala vida le pasó factura.

Tras su muerte, Emilio Martín, libre de su promesa de guardar silencio, acudió al abogado de Pepe «El Boca» con dos manuscritos.

El primero, de puño y letra de José Barrera, explicaba las razones que le llevaron a confesar su culpabilidad: «Yo, José Barrera Barrio, de 36 años de edad, (…) confieso que encontrándome enfermo de una enfermedad que desconozco por el momento, quiero estar espiritualmente limpio y en gracia de Dios. Como creo y espero que cualquier falta cometida en mi vida y en la existencia de la misma sea Dios quien me juzgue y me libere, en este día he puesto mi fe en Emilio Martín Ortega, mediador entre Dios y el hombre, y le hago llegar con mi querida madre este documento. En él pongo mi confesión y mis secretos para que aquí en adelante mi alma no esté perturbada y sus propias oraciones dirigidas a mí sean para limpiar todos los caminos que conducen a la vida eterna. En él delego y me jura que me llevará el secreto hasta la muerte. Rociana a 9 de agosto de 1993».

El otro manuscrito es la confesión y el interrogatorio que hizo Emilio Martín a Barrera. Estos son algunos fragmentos:

-«El 16 de febrero de 1991 a las 16,30 horas, junto al kiosco de churros recogí a la niña Ana M. Jerez Cano».

-¿La niña murió ese mismo día?

-«La niña murió en la ceremonia a Satán ofreciéndole su virginidad».

-¿Qué beneficios has tenido con esto?.

-«Siempre creí que me hacía poderoso y a él ofrecí mi alma y hoy estoy muy mal y despreciado. Estoy arrepentido y no quepo en este cuerpo».

-¿Cómo estaba el cadáver en las marismas?

-«El cadáver estuvo guardado, bien conservado, esperando la próxima luna, para celebrarlo en la orilla en una ofrenda a Satán. Por el culo le metí hierbas impregnadas en una “pocinga” de sangre de un gato negro. La cabeza de la niña estaba fuera del cuerpo para pincharla en un palo y que presenciara el sacrificio de su cuerpo impregnado en una sustancia con la luz de la luna y la extinción de su cuerpo en honor a Satán».

-¿El que está detenido tiene algo que ver con esto?

-«No, ni lo conozco».

-¿Porqué no te presentaste al juicio?

-«Porque leí en la prensa que demostrarían que «El Boca» era inocente. Pensé que eran capaces de descubrirme».

-¿Dónde estuviste ese día?

-«En Sevilla, esperando irme fuera de España. A las dos de la tarde me avisaron que, tranquilo, que no se demostró nada y regresé a casa».

-¿Cómo es que el fiscal y la defensa no te preguntaron nada?

-«Porque se lo pedí a Satán que tiene mucho poder en la Tierra y en los Gobiernos. Él manda. Ya no puedo seguir hablando más de esto. Estoy muy arrepentido y no puedo vivir».


Tras presentar todas la revisiones a través del Tribunal Supremo, nada cambió y José Franco de la Cruz cumplió la condena establecida. 

Sin cubrirse el rostro y vestido con un jersey a rayas y un gorro de lana de montaña y llevando una mochila al hombro, «El Boca» se montó en un taxi nada más abandonar la cárcel. «A mí me han metido 20 años en prisión por la cara, por eso cojo un taxi y me voy como un ciudadano libre. Yo no he hecho nada», dijo a los periodistas que le esperaban en el año 2012.



El taxi entró en el recinto penitenciario, aunque la policía le había instado a que se fuera al exterior, donde el expreso había agregado que no tenía que ocultarse «de nada». Además, «El Boca», que estaba condenado a 44 años de cárcel y ha cumplido dos terceras partes del tiempo máximo que podía estar en prisión, había apuntado que no ha hecho ninguna terapia de reinserción porque no la necesitaba.

La liberación de «El Boca» se produjo después de que la Audiencia Provincial de Huelva rechazara el recurso contra su liberación al denegar que se le aplicara la doctrina Parot sobre acumulación de penas, como había solicitado la familia de la pequeña.

En el 2013 fue condenado a 10 años de cárcel imputado por un delito de violación. 


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