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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Jesús de Galíndez , Secuestrado y Asesinado por Leónidas Trujillo ?

Jesús Galíndez se resiste a desaparecer en los sumideros de la historia. Ahora, que ya casi no quedan protagonistas directos de aquellos hechos, surgen nuevamente publicaciones, novelas, biografías, películas de ficción y documentales que, como el que se estrena en San Sebastián, interpelan más certeramente sobre el doble misterio de su ambigua personalidad y de su impune asesinato. ¿De dónde surge este renovado interés por el asunto? ¿Qué clase de atracción despierta ese nacionalista vasco nacido en Madrid, hombre de confianza del lehendakari José Antonio Aguirre y cualificado informador de los servicios secretos norteamericanos? ¿Hasta dónde llegó la amplia red vasca de espionaje desplegada contra el nazismo, primero, y el comunismo, después, que el PNV puso en manos de Estados Unidos?.
 Todo apunta a que el 'mártir antifranquista' del nacionalismo vasco fue sacrificado en el altar mayor de la guerra fría cuando el peligro comunista sustituyó como fantasma al derrotado nazismo y el Gobierno norteamericano pactó con el régimen de Franco en un elocuente ejercicio de la máxima: 'El enemigo de mi enemigo es mi amigo'. Pese al manto de silencio y olvido que cubre aquellos años, sólo los más visceralmente anticomunistas de los dirigentes nacionalistas vascos dejaron de interpretar el comportamiento norteamericano como la traición de la potencia en la que habían depositado todas sus esperanzas y muchos de sus mejores hombres. El caso Galíndez representa en el PNV la historia de un monumental fracaso; la tragedia culminante de una etapa turbia, poco honorable también, que suscitó algún remordimiento y no pocos problemas dentro del restringido círculo de dirigentes instalados en el secreto. Jesús Galíndez desapareció sin dejar rastro, la víspera, precisamente, de que la bandera franquista ondeara por primera vez en la sede de las Naciones Unidas, algo a lo que él y su partido se habían opuesto denodadamente.

 Puede decirse que, a lo largo de estas décadas, el misterio Galíndez ha sobrevivido al paso del tiempo alimentado con el secreto mismo impuesto por las autoridades estadounidenses, con el silencio esquivo del PNV, con la eliminación de los archivos gubernamentales en la República Dominicana y, quizá, también con la vocación ahistórica de la democracia española. Demasiado secreto en torno a un hombre que trató de sostenerse en el vendaval internacional desatado tras la guerra civil española y que encontró una muerte horrenda a manos de los sicarios de Leónidas Trujillo, el dictador de la República Dominicana.

 Todavía hoy, al amparo de la doctrina de la 'seguridad nacional' estrenada precisamente con este caso, el Departamento de Justicia norteamericano continúa guardando en secreto más de 10.000 folios, pese a que buena parte del material ha sido desclasificado, siempre con cuentagotas y reservas, como si el contenido amenazara todavía la reputación de los supervivientes y el buen nombre de la Administración, como si los ecos de aquel gran escándalo no hubieran desaparecido enteramente. Los informes puestos a la luz, y de manera bien efímera, por cierto, en Internet, ocultan las identidades de muchos de los agentes implicados en el caso y prácticamente de la totalidad de los componentes de la red vasca de espionaje que sirvió a EE UU desde las capitales latinoamericanas y europeas.

 Contra las versiones difundidas durante años desde el nacionalismo, los documentos desclasificados dan cumplida constancia de que Jesús Galíndez, delegado en Nueva York del Gobierno vasco en el exilio, trabajó efectivamente como informador, al menos del FBI durante 12 años, con el sobrenombre de agente Rojas y el código en clave ND507. Fue un informador valioso, puesto que sus jefes le aumentaron progresivamente su nómina, que pasó de 50 a 125 dólares, más 30 para gastos. Según el historiador alemán, afincado en Euskadi, Ludger Mees, autor de El péndulo patriótico, Galíndez hizo transferencias bancarias por un monto de un millón de dólares durante los seis años previos a su muerte. Es un dato que figura también en El ojo del presidente, escrito por el agente Tony Ulasewiez, quien investigó la desaparición de Galíndez desde las oficinas centrales de la BOSSI neoyorquina (Oficina de Investigaciones y Servicios Especiales).

 Hijo de un oftalmólogo alavés instalado en Madrid y de una madrileña de ascendencia vasca que falleció cuando era un niño, Jesús de Galíndez Suárez cultivó desde su infancia una idealizada pasión por el País Vasco, alimentada con los recuerdos idílicos de las vacaciones en la casa paterna de la Llanada alavesa. Estudió Derecho Político en la Universidad Complutense y militó en las juventudes universitarias del PNV. Al estallar la guerra se convirtió en el ayudante del entonces ministro de Justicia, el nacionalista vasco Manuel de Irujo, y desde su puesto facilitó el intercambio de personalidades detenidas en uno y otro bando. Cuando Irujo salió del Gobierno, Galíndez fue nombrado, con 21 años, secretario auditor del Tribunal Superior del Ejército del Este. Al igual que cientos de miles de republicanos, huyó a Francia tras la derrota, y de allí, en 1939, se trasladó a la República Dominicana, cuyo presidente, Leónidas Trujillo, practicaba la política de puertas abiertas hacia los exiliados españoles, obsesionado, por lo visto, con la idea de 'blanquear la raza'. Galíndez se convirtió en profesor de la Escuela Diplomática dominicana, en funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores y, sobre todo, en uno de los profesores de Ramfis Trujillo, el hijo del presidente que a sus cuatro años tenía ya el grado de coronel.

 Su privilegiada relación con el dictador se rompió en 1946, cuando ejercía de secretario de la Comisión de Salarios Mínimos y fomentó un acuerdo con los huelguistas del azúcar, uno de cuyos líderes fue asesinado. Católico y humanista, el exiliado vasco no soportó por más tiempo la verdadera naturaleza del régimen trujillista y huyó a Estados Unidos por miedo también a las represalias.
 La documentación del FBI da cuenta de que Galíndez trabajó ya para la inteligencia militar de Estados Unidos y el FBI antes de trasladarse a Nueva York, mientras pertenecía a la Administración dominicana. 'Había creado su red de informadores dentro del ejército dominicano; de la empresa Granada, filial de la United Fruits C., y de otras compañías, y, preferentemente, daba cuenta, bajo el código DR-10, de las actividades de grupos e individuos falangistas y comunistas'.
 Al llegar a Nueva York, Galíndez se integró en el equipo de Antón Irala, delegado del Gobierno Vasco en EE UU que gozaba de bastante predicamento en el Departamento de Estado. Enseguida pasó a formar parte de la nómina oficial de informantes que dirigía el responsable del FBI, Hoover, y desde entonces hasta su desaparición suministró al FBI cientos de informes sobre las actividades pro comunistas en la comunidad hispanohablante de Nueva York. 'Galíndez informaba regularmente sobre las actividades del Partido Nacionalista de Puerto Rico, el Comité para la Unidad de Latinoamérica y la Brigada de Veteranos de Abraham Lincoln, todos ellos bajo sospecha de ser organizaciones comunistas'. Según el detective de la policía neoyorquina, en uno de esos informes, Galíndez avisó a su jefe del FBI sobre las intenciones de Fidel Castro de derrotar militarmente a Batista, 'un asunto que, pese a todo, pilló a la CIA desprevenida'.

 Pese a sus intensas actividades académicas -era profesor de la Universidad de Columbia-, políticas y sociales, Galíndez no abandonó nunca sus ataques al régimen de Trujillo. En los meses previos a su asesinato, era casi de dominio público que Galíndez preparaba una tesis demoledora de 700 páginas sobre el carácter criminal del régimen trujillista, tesis publicada tres meses después del asesinato. Buen conocedor de la idiosincrasia de Leónidas Trujillo, el escritor dominicano Bernardo Vega cree que en el ánimo de venganza del dictador debieron de pesar más los artículos en los que Galíndez exponía que Ramfis Trujillo era un hijo adulterino. Es posible. En todo caso, Trujillo trató de hacerse con el libro ofreciendo 100.000 dólares y agentes del FBI aconsejaron a Galíndez que desistiera. El mensaje fue todavía más explícito: 'Si sigues adelante, no podremos protegerte, tendremos que prescindir de tus servicios'. La nueva política norteamericana pasaba por la colaboración y el sostenimiento de las dictaduras anticomunistas y el dictador dominicano gozaba de la protección de los servicios secretos norteamericanos en sus viajes por el extranjero.
 Galíndez fue visto por última vez a las 22.30 horas de la noche del 12 de marzo de 1956 en la estación de metro de Columbus Circle. Acababa de dar clase en la Universidad y se dirigía a su casa. Testimonios confidenciales recogidos posteriormente permiten establecer que fue sacado de su apartamento por personas de su confianza -los investigadores apuntan a ex agentes de los servicios secretos-, drogado y trasladado en avioneta a la República Dominicana, y de allí en un avión militar hasta el rancho particular de Trujillo, la Hacienda Fundación, donde se habría encontrado con el dictador antes de pasar a manos de sus torturadores. Los sicarios de Trujillo le sacaron, presuntamente, los ojos, le cortaron la lengua, le arrancaron las uñas y le machacaron los huesos lentamente con un mazo. Luego quemaron el cadáver y lo echaron a los tiburones. Tenía 41 años de edad.
 El asesinato de Galíndez marcó el principio del fin de Trujillo. El joven piloto Gerald Lester Murphy, que había sido contratado por el ex agente del FBI y de la CIA, J. J. Frank para sacar del país a 'una persona muy enferma que antes de morir quería visitar a su madre en la República Dominicana', descubrió posteriormente en las fotografías de una revista que el supuesto enfermo era, en realidad, el desaparecido Jesús Galíndez. Los esbirros del dictador se embarcaron entonces en una cadena de asesinatos que empezó con el propio Murphy. La desaparición de este ciudadano norteamericano puso tras la pista de Trujillo a un senador amigo de la familia del piloto, y esa presión llevó al dictador a multiplicar sus crímenes, hasta nueve, en su afán por borrar la pista. El círculo se cerró fatalmente contra él, con la aquiescencia de los servicios norteamericanos, el 30 de mayo de 1961, acribillado a balazos por el hermano de una de sus víctimas.
 El principal acusado norteamericano del caso, el ex agente del FBI y de la CIA, J. J. Frank aparece en la tribuna que Franco y Trujillo ocuparon cuando el dictador dominicano llegó a Madrid. Son imágenes, tomadas del NO-DO (noticiero cinematográfíco de la época franquista), que a la luz de las evidencias posteriores adquieren gran significación.

 De lo que sí existe certeza es de que Galíndez no encontró nunca el reposo soñado en la colina de Larreobe del valle de Amurrio. 'Ruego a quien se haga cargo de mi cuerpo y bienes', dejó escrito, 'que mis restos sean llevados un día a Amurrio, en la finca de mi padre, en la parte donde se divisan las montañas de mi patria'.

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