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martes, 5 de septiembre de 2023

Polly Klaas, Secuestrada Durante Fiesta Pijama y la Ayuda de Winona Ryder

Polly Hannah Klaas nació el 3 de enero del año 1981 en Fairfax, California. Adoraba cantar y tocaba el clarinete, el piano y actuaba en todas las obras de teatro que hacían en el colegio. Cuando fuese mayor, decía, quería ser actriz como Winona Ryder y su obra favorita era Mujercitas. A pesar de que vivía en una ciudad que tiene, hasta el día de hoy, una bajísima tasa de criminalidad, su sueño quedaría roto. Para tres chicas de doce años, compañeras de colegio, nada más divertido que una fiesta pijama en casa de una amiga. Esta vez la cita fue el viernes 1 de octubre de 1993 y la que ponía casa, en la tranquila ciudad de Petaluma, California, era Polly Klaas. Disfraces, maquillaje, comida chatarra, juegos de Nintendo y, sobre todo, muchas risas y charlas hasta tarde: ese era el plan de las tres pre-adolescentes. Para los padres era una noche segura y manejable dentro del hogar de una familia que conocían desde hacía años. No había nada que temer. Gillian llegó primera a las 19.30 horas, y fueron con Polly a comprar unas paletas heladas a un negocio que quedaba cruzando el parque Wickersham. Volvieron enseguida y cerca de las 20:00, llegó Kate McLean con su madre. Las chicas subieron a la habitación de Polly y empezaron los juegos. Se disfrazaron y se pintaron. Estaban pasándolo muy bien. Polly eligió vestirse de hippie y Gillian la maquilló, anticipándose a Halloween, como si fuera una “muerta”. Al rato, ella decidió sacarse el disfraz y se puso una blusa rosa con un nudo en la cintura y una mini de jean blanco. Jugaron a la Nintendo y continuaron con las carcajadas.
A las 22:00, Eve Nichol, la madre de Polly, entró a ver cómo iba todo. Les pidió que bajaran la voz y gritaran menos, así ella y Annie -la hermana menor de Polly, de 6 años- podían dormir. Los cuartos estaban separados solamente por el baño de la hija. Eve les dio las buenas noches y se retiró a su dormitorio. Se tiró en la cama, leyó un rato y se durmió tranquilamente junto a Annie. Un rato después, las chicas -obedientes- decidieron acostarse.
Eran las 22.30 cuando Polly abrió la puerta de su habitación para ir a buscar las bolsas de dormir para sus amigas. Se quedó paralizada, tenía frente a ella a un tipo barbudo, con los brazos tatuados, que llevaba un intimidante cuchillo en una de sus manos. Abrió la boca como para decir algo, pero no pudo. No le salió la voz. El hombre se abalanzó sobre ella, entró a la habitación y cerró la puerta. Para que no gritaran las amenazó: si no le hacían caso, les cortaría el cuello. Les ordenó tirarse al piso boca abajo, en total silencio. Al principio, tanto Kate como Gillian, pensaron que podía ser una broma, pero conforme pasaban los minutos se dieron cuenta de que no era así. Él las ató con tiras de ropa y con el cable que cortó del Nintendo de Polly, y las amordazó. Después tomó las fundas de las almohadas y se las puso a Gillian y a Kate en la cabeza para que no pudieran verlo. Entraron en pánico, pero el hombre les aseguró que solo quería robar y que saldría de la habitación con Polly para buscar la plata. Les exigió que contaran hasta 1000 y les dijo que, para cuando terminaran de hacerlo, él ya se habría ido... y cumplió. Pero se llevó a Polly. Cuando oyeron el ruido que hizo la puerta posterior al cerrarse, Kate y Gillian empezaron la tarea de desatarse. Tardaron varios minutos, quizá 10 o 15, en liberarse de las ataduras. Recién entonces pudieron ir a despertar a Eve. Ella pensó que lo que le decían rapidamente las amigas de su hija, era un pésimo chiste. Buscaron a Polly por toda la casa y al no encontrarla, todavía medio dormida, llamó a la policía. Su voz sonaba desorientada. Durante la conversación se empezó a poner cada vez más nerviosa. Habían pasado las 23:00 horas: “Aparentemente un hombre se introdujo en casa y se llevó a mi hija”, musitó Eve sin poder creer lo que estaba diciendo, “me acabo de despertar y estoy con las dos chicas que pasan la noche en mi casa con mi hija… ella tiene 12 años y medio”. Mientras iba hablando comenzó a desesperarse: “¡Ella no está aquí! No escuché nada… ¡estaba dormida!”. No sería hasta el 27 de noviembre de 1993 cuando Danna Jaffe volvio a llamar a la policía. Estaba controlando un trabajo de deforestación en su terreno cuando descubrió un trapo en el área donde había estado encajado aquel Ford Pinto. Eran unas leggings infantiles rojas. También halló un buzo negro dado vuelta y un pedazo de género blanco con forma de capucha. El recuerdo de aquella extraña noche del desconocido empantanado en su propiedad, que luego supo, había coincidido con un cercano secuestro irresuelto, le despertó un sentimiento pavoroso. Se le encogió el corazón: ¿Y si Polly Klaas hubiese sido víctima de ese hombre barbudo? La menor llevaba, a estas alturas, casi dos meses desaparecida y no había ningún detenido. Llamó a la oficina del Sheriff y comunicó sus hallazgos. El investigador Mike McManus fue hasta allí. Revisando más minuciosamente con Danna el terreno encontraron, además, un envoltorio de preservativo, dos pedazos de correa, una botella de cerveza y unos fósforos. Todo fue levantado de la escena y llevado al laboratorio de criminalística del FBI para comparar con otras prendas tomadas de la casa de Polly. Las calzas y la capucha encajaban a la perfección.
Fue verificando las llamadas de esa noche del 1 de octubre que los detectives de homicidios se dieron cuenta de algo vital en la logística de investigación de crímenes: los equipos policiales usaban distintos canales. Por ello, los que habían tenido al alcance de la mano a Davis aquella noche nunca podrían haber sabido del secuestro ocurrido dos horas antes. No tenían ni idea que una niña de 12 años había sido raptada por un sujeto barbudo, de mediana edad, a pocos kilómetros de allí. De haberlo sabido, el final hubiera sido otro. Porque cuando ellos estuvieron con Davis luchando por sacar el auto de la zanja, en la oscuridad de la noche, Polly todavía estaba viva. Y escondida muy cerca. Dos oficiales de la policía fueron enviados al lugar: Mike Rankin y Thomas Howard llegaron en coches separados a dónde estaba Danna. Ellos no sabían nada todavía del secuestro de Polly Klaas, ocurrido un rato antes en la cercana ciudad de Petaluma. Los policías que seguían el caso Klaas manejaban el canal 3 para comunicarse, y estos agentes enviados a Santa Rosa, usaban el canal 1. Imposible que estuvieran al tanto. Ese fue el primer y grave error de la investigación policial. Rankin y Howard fueron con Danna hasta el auto empantanado. El desconocido estaba fumando. Se acercaron y le solicitaron el registro y los papeles del coche. El hombre en cuestión, que transpiraba profundamente a pesar de que hacía frío, se llamaba Richard Allen Davis. Chequearon, pero ni él ni su auto tenían orden de captura. Segundo grave error: los agentes no tenían acceso a las bases de datos de casos recientes donde podrían haber leído el frondoso historial de Davis que incluía intentos varios de secuestro y violaciones.
Los policías, de todas formas, sospecharon de ese hombre sucio y transpirado, que se había encajado en la mitad de la noche en un sitio insólito. Quisieron convencer a la dueña de la casa de hacer una denuncia por invasión a la propiedad privada. Según la ley de California para poder arrestar a Davis, Danna Jaffe tenía que ir con ellos hasta el auto y pedirlo. Pero no quiso hacerlo. Rankin y Howard registraron cuidadosamente el interior del vehículo. No vieron nada más que cerveza, pero como en ese momento Davis no estaba manejando, no era ilegal. Llenaron unos papeles con los datos de Davis y llamaron a una grúa para sacar el coche. Luego lo escoltaron hasta la ruta. No sería hasta el 27 de noviembre de 1993 cuando Danna Jaffe volvió a llamar a la policía. Estaba controlando un trabajo de deforestación en su terreno cuando descubrió un trapo en el área donde había estado encajado aquel Ford Pinto. Eran unas leggings infantiles rojas. También halló un buzo negro y un pedazo de género blanco con forma de capucha. El recuerdo de aquella extraña noche del desconocido empantanado en su propiedad, que luego supo había coincidido con un cercano secuestro irresuelto, le despertó un sentimiento pavoroso. Se le encogió el corazón: ¿Y si Polly Klaas hubiese sido víctima de ese hombre barbudo? La menor llevaba, a estas alturas, casi dos meses desaparecida y no había ningún detenido. Llamó a la oficina del Sheriff y comunicó sus hallazgos. El investigador Mike McManus fue hasta allí. Revisando más minuciosamente con Danna el terreno y encontraron, además, un envoltorio de preservativo, dos pedazos de correa, una botella de cerveza y unos fósforos. Todo fue levantado de la escena y llevado al laboratorio de criminalística del FBI para comparar con otras prendas tomadas de la casa de Polly Klaas. Las calzas y la capucha encajaban a la perfección. Fue verificando las llamadas de esa noche del 1 de octubre que los detectives de homicidios se dieron cuenta de algo vital en la logística de investigación de crímenes: los equipos policiales usaban distintos canales de radiofrecuencia. Por eso, los que habían tenido al alcance de la mano a Davis aquella noche nunca pudieron haber sabido del secuestro ocurrido dos horas antes. No tenían ni idea que una niña de 12 años había sido raptada por un sujeto barbudo, de mediana edad, a pocos kilómetros de allí instantes antes. De haberlo sabido, el final hubiera sido otro diferente. Porque cuando ellos estuvieron con Davis luchando por sacar el auto de la zanja, en la oscuridad de la noche, Polly Klaas todavía estaba viva. Y escondida muy cerca. Davis jamás proporcionó el cronograma exacto de cómo se desarrollaron los hechos, pero sí admitió que Polly vivía en el momento en el que le tomaron los datos de su coche. Él la había ordenado esconderse entre los arbustos y matorrales antes de que llegaran los policías. Las hojas y ramas en el pelo de Davis tenían perfecta explicación. Una vez que sacaron el coche, los policías lo escoltaron hasta una ruta. Davis esperó media hora y volvió al lugar. Se sorprendió, les reconocería luego a los investigadores del caso, que Polly en ese momento no hubiera tratado de escapar. La subió de nuevo a su coche, manejó en el medio de la oscuridad, la llevó a hacer pipí a una estación de servicio y, después condujo hasta cerca de la ciudad de Cloverdale. Allí, en un paraje desolado, la estranguló y la enterró. En el juicio aseguró no recordar si la había violado. Con el hallazgo del culpable quedaban atrás 65 días de búsqueda en los que unas 4000 personas estuvieron involucradas. Los noticieros y los famosos programas y America’s Most Wanted cubrían el caso sin descanso.
La ficha que habían llenado los oficiales aquella noche terminó de confirmar todo: la huella palmar hallada en la casa de Polly Klaas pertenecía a Davis. Con la colaboración de distintos grupos de investigación y el FBI ahora buscaban el cuerpo de la pequeña. Unas 500 personas abocadas no consiguieron nada, a pesar de que fue una de las búsquedas más multitudinarias llevadas a cabo en el estado de California. La actriz Winona Ryder se involucró y llegó a ofrecer 200.000 dolares para quien pudiera facilitar el hallazgo de Polly Klaas, la niña aficionada a Mujercitas, película que interpretó Winona Ryder, vecina de Petaluma.
Querían el cuerpo para detenerlo. Pero tuvieron que invertir el orden. Lo detuvieron igual y, finalmente, la tarde del 4 de diciembre, Davis confesó todo. Dijo que borracho se había metido en la casa por una ventana, que la raptó, que Polly Klaas estaba viva cuando el auto cayó en esa zanja y que luego de que los policías se fueron volvió a buscarla. Entonces la llevó a otro lugar y la mató: lo hizo con un trozo de ropa y dijo haber apretado “eternamente” hasta que Polly Klaas “se dejó de mover”. Luego la enterró en una tumba superficial al borde de la autopista 101, un par de kilómetros al sur de Cloverdale. Siguiendo sus indicaciones llegaron al cuerpo de Polly. El horror quedó demostrado. Su cuerpo estaba alli en estado de descomposición. Lo más terrible era que Richard Allen Davis, de 39 años, no debió haber estado libre aquel día, sino cumpliendo una condena tras las rejas por un grave delito anterior. Polly Hannah Klaas nació el 3 de enero de 1981 en Fairfax, California. Sus padres, Marc Klaas y Eve Nichol, se divorciaron en 1984, cuando ella tenía solo 3 años. Polly adoraba cantar, tocaba el clarinete y el piano y actuaba en todas las obras de teatro que hacían en el colegio. Cuando fuera mayor, decía, quería ser actriz como Winona Ryder. A pesar de que vivía en una ciudad que tiene, hasta el día de hoy, una bajísima tasa de criminalidad, su sueño quedaría roto. Eve y Polly Klaas se mudaron varias veces hasta que ella se volvió a casar con Allan Nichol (un divorciado con tres hijos) y tuvo a su segunda hija Annie, en 1987. Otra vez las cosas no funcionaron y Eve se volvió a separar en 1993. Un año que resultaría ser el más dramático de su existencia. La autopsia del cuerpo de Polly había sido incompleta, por el estado del cadáver. Si bien su ropa estaba levantada hasta el pecho y podría pensarse que hubo una agresión sexual, lo cierto es que llevaba puesta la ropa interior y no se encontraron restos de semen. El tiempo transcurrido a la intemperie había sido demasiado. Chapman aseveró, que si bien era imposible saber la causa exacta de la muerte, los pedazos de soga y ropa encontrados en su pelo parecían certificar el estrangulamiento confesado por Davis. Su madre Eve, no asistió al juicio. Para ella era demasiado escuchar lo que allí se decía.
El día que fue condenado a muerte, el asesino hizo algo más: se burló de la familia de la víctima con un feo gesto y se atrevió a decir que las últimas palabras de Polly Klaas, antes de morir, habían sido en contra de su propio padre asegurando que abusaba de ella. Marc Klaas tuvo que ser sujetado, quería pegar a Davis: “Si hubiese tenido un arma allí, le habría metido una bala en la nuca”, dijo. Los dichos del criminal enojaron al juez Thomas Hastings: “Es muy fácil para mí pronunciar esta sentencia, viendo su forma de comportarse en esta sala”. Y lo condenó a muerte por inyección letal. Hoy, con 69 años, Richard Allen Davis sigue en el corredor de la muerte en la prisión de San Quintin. Está en confinamiento solitario, debido a las amenazas de muerte que le profieren otros prisioneros.
Durante la búsqueda de Polly, la actriz Winona Ryder que había crecido en la ciudad de Petaluma y había asistido a su mismo colegio, ofreció una recompensa de 200 mil dólares para su retorno a salvo. Fue inútil. Tanto la conmovió el caso que, cuando grabó Mujercitas en 1994, sabiendo que ese era el libro favorito de Polly Klaas, le dedicó la película. Años después, reveló a un periodista que ella había dejado de aceptar protagónicos en filmes “oscuros” porque la desaparición y el asesinato de Polly la habían afectado profundamente.

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