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jueves, 18 de abril de 2024

Pastor de Iglesia Asesinó a su Familia al Completo

La promesa de la redención, de la liberación de nuestros pecados y de una vida mejor después de la muerte es algo que todas las religiones han inculcado a sus fieles en pos del aclamado Paraíso. Sin embargo, estos individuos, sabiéndolo conscientemente o no, acaban cayendo en la ‘tentación’ de que una vida eterna es posible si todo lo tienen bajo control. Esa forma de ver el destino es la que tenía John List, el parricida de Westfield al que las creencias le sobrepasaron.
El 9 de noviembre de 1971 fue un día infame para el pueblo estadounidense. Esa jornada acontecieron los hechos que posteriormente se conocerían como uno de los asesinatos en masa más desgarradores de la nación norteamericana, los cuales dejaron con el alma en un hilo a la comunidad de Westfield (Nueva Jersey). El protagonista de esta historia es John List, un hombre de apariencia serena aunque extraña que tuvo una vida turbulenta en lo emocional y que, al no poder enfrentar sus demonios, decidió aniquilar a toda su familia.
Los detalles de los asesinatos, su planificación y los motivos que lo llevaron a cometer los crímenes son realmente atroces. Más aún, el impactante desapego con el que al poco tiempo rehizo su vida tras cometer el crimen “casi perfecto”. Ésta es la historia del “Parricida de Westfield” y el curioso artículo que dio con su paradero 18 años después de sus asesinatos. John Emil List nació en Bay City (Michigan, Estados Unidos) el 17 de septiembre de 1925. Único hijo de un matrimonio compuesto por una pareja de alemanes, desde pequeño su padre le inculcó la vida estricta y basada en creencias profundas, reafirmándole la idea de que quien cometía una infracción debía ser castigado. Dada la devoción que sentía por sus padres y con el objetivo de seguir su ejemplo, John se volvió luterano y fue activo participante de las actividades de su iglesia. Incluso llegó a desempeñarse como profesor de la escuela dominical de su parroquia.
Junto con ser un ferviente religioso, el hombre era un patriota que decidió enrolarse en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, donde llegó a ser teniente. Tras el término de la guerra, ingresó a la Universidad de Michigan para estudiar Administración de Empresas, donde acabó por especializarse en Contabilidad. Fue tras este período, a principios de los ’50 y durante una estadía en Virginia, que conoció a su primera esposa, Helen Morris Taylor, una viuda que había perdido a su marido en Corea y vivía cerca de John junto con su hija, Brenda. La joven vivió un tiempo con ellos pero posteriormente se casó y dejó el hogar. Tras el matrimonio, la pareja se mudó al sector de Westfield en Nueva Jersey. Durante los cuatro años posteriores al enlace, la familia creció considerablemente: tuvieron a Patricia, un año después a John Jr. y dos años después a Frederick. En los primeros años de la pareja, todo parecía color de rosas. John obtuvo un buen puesto en un banco local, lo que le dio una importante solvencia económica. Fue entonces que a Helen se le puso entre “ceja y ceja” que la familia se mudara a un hogar en el sector más acomodado de la ciudad: una mansión victoriana llamada Breeze Knoll que contaba con 19 habitaciones y un magnífico salón de baile. Sin duda, un lujo que List no podía costear solo. Para comprarla, el hombre pidió un préstamo a su madre, Alma List, quien no dudó en ayudar a su hijo. Aunque puso una condición: ella se iría a vivir al departamento que incluía la casa en el tercer piso, el cual contaba con cocina, baño y todo lo necesario para tener una vida independiente. Pese a que los primeros años fueron maravillosos, todo comenzaría a ir cuesta abajo seis años después de comprar el inmueble. Luego de un año de adquirir la mansión, John perdería su importante trabajo en el banco. Más tarde encontraría otros trabajos, de los cuales siempre era despedido, ya que se le consideraba alguien “raro” y que no tenía llegada con sus compañeros y jefes. El dinero comenzaba a escasear, sobre todo, considerando el estilo de vida acomodado que llevaba la familia. John comenzó a sacar pequeñas cantidades de dinero de la cuenta de su madre, pero eso se hacía insostenible. Lo peor es que las creencias de List hacían impensable que él viviera en la pobreza, ya que eso en sí era considerado por él como un “pecado”. Decidido a no revelar su realidad, el hombre continuó vistiéndose todas las mañanas como si fuera al trabajo. Se despedía de los niños, su mujer y su madre e iba a tomar el tren. Daba un par de vueltas, hacía hora y volvía a su hogar. En medio de sus pensamientos tormentosos en torno al dinero, considerando que cada vez se acercaba más a estar en bancarrota, la esposa de John le confesó un secreto que cambiaría el rumbo de sus vidas. Desde hace años, Helen se encontraba “ida”, “apagada”, sumergida en su alcoholismo y en una adicción a los tranquilizantes. La razón detrás de su constante evasión se debía a una afección que luego reveló a su marido: la mujer sufría de sífilis, una enfermedad que había contraído de su primer marido y que le había transmitido a List, pero que había ocultado por vergüenza y miedo. Asqueado por la situación y por ver a su mujer como “promiscua”, sumado a sus problemas económicos, el hombre comenzó a planear lo que sería un crimen casi perfecto. En las primeras horas del 9 de noviembre de 1971, y como era costumbre todas las mañanas, John despertó a sus hijos Patricia, de 16 años; John Jr., de 15; y Frederick, de 13 años, para que se ducharan y bajaran a desayunar antes de ir a la escuela. Conversó con ellos, miró sus rostros con detención y sonrió ante la dicha de compartir una amena mañana. Minutos más tarde, dejaron el hogar para atender a sus clases.
Poco después, Helen bajaría a tomar su café de la mañana y a conversar un rato con su esposo antes de que éste fuera al trabajo. Sin embargo, ese día todo sería distinto… mientras bebía de su taza, John le disparó sin reparos en la nuca, dándole muerte de inmediato. Tomó el cadáver, lo metió en un saco de dormir y lo arrastró hasta el salón de baile de la mansión, cuyo cielo estaba protegido por un fastuoso techo de cristal de colores.
A los pocos minutos subiría al tercer piso para conversar con su madre, Alma. Mientras ella se daba la vuelta, su hijo le disparó a un costado de la cabeza, matándola en ese instante. Al ser muy pesada, no pudo bajarla y la dejó tapada con una toalla en el lugar donde había caído producto del impacto. Horas después su hija Patricia le pidió que la retirara antes de la escuela, ya que no se sentía bien. John accedió y la trajo de vuelta al hogar. Una vez dentro, su padre le disparó por detrás en la mandíbula con su antigua pistola 22, un recuerdo que había guardado de su tiempo en la guerra. Luego arrastró su cuerpo al salón de baile y la acostó cerca de su madre.
El siguiente en llegar fue Fred. John le disparó de la misma manera que a los demás y colocó su cuerpo junto a su hermana. John Jr., en tanto, tuvo un partido de fútbol después de la escuela ese día. Su padre condujo hasta el lugar del encuentro y lo vio jugar, para luego llevarlo a casa. Una vez dentro de la cocina le disparó en la nuca, pero a diferencia de los otros miembros su hijo luchó por sobrevivir. John le disparó nueve veces más antes de arrastrarlo al salón de baile con el resto de su familia. Tras dar muerte a los cinco miembros de su familia, John dijo una oración del himnario luterano sobre sus cuerpos. Limpió la sangre lo mejor que pudo, se sentó en el comedor y cenó. Cuando terminó levantó los platos, los limpió y se fue a dormir -como admitió más tarde- mejor que en años. A la mañana siguiente, el padre bajó el aire acondicionado para preservar los cuerpos, encendió todas las luces y también la radio, con el objetivo de que quienes se acercaran a la casa creyeran que había gente en su interior. Luego se sentó y escribió una carta de confesión de cinco páginas a su pastor.
Por último, recortó su rostro de todas las fotos familiares que habían en la mansión, salió por la puerta y cerró con llave. Previamente, avisó al cartero, al lechero, a los profesores de sus hijos y a su jefe que junto a su familia dejarían de urgencia la ciudad por unas semanas, debido a que cuidarían a un familiar que estaba agonizando. Condujo su auto hasta el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, lo dejó en el estacionamiento y tomó un bus de regreso a la ciudad. Una vez allí, tomó un tren con destino a Denver. Al llegar, solicitó una tarjeta de Seguridad Social a nombre de Robert Peter Clark. Consiguió un trabajo como cocinero de comida rápida y comenzó su nueva vida. En agosto del año siguiente, en 1972, la mansión de los List se quemó por completo, en lo que se cree pudo haber sido un incendio provocado. Posteriormente, se descubrió que el techo de cristales de colores ubicado en el salón de baile estaba firmado por el mismísimo Louis Comfort Tiffany, heredero de la casa de joyería y orfebrería del mismo nombre. Su valor ascendía a más de $100,000 dólares, dinero más que suficiente para haber resuelto los problemas económicos de John e incluso haberle dejado un monto considerable para nuevos proyectos. Tras un mes sin saber nada de la familia List, un par de profesores de los niños fueron hasta la mansión para ver qué ocurría. Asistieron motivados por el docente de drama de Patricia, a quien la joven le había revelado poco antes que temía que su inestable padre “los matara a todos”. Al no ver a nadie en el lugar, llamaron a la policía. Al ingresar, se encontraron con la trágica escena: una fila de cuerpos en descomposición y la carta de confesión de List. En el documento, el hombre señaló que tras los asesinatos quedó “en manos de la justicia y misericordia de Dios”, quien pudo ayudarlo en sus momentos de angustia, “pero aparentemente consideró oportuno no responder a mis oraciones”. A ello, agregó que mató a sus familiares por la espalda y de forma rápida para que no sufrieran. Añadió que había planeado cometer los crímenes el primero de noviembre, “un día apropiado para que lleguen al cielo”, pero sus planes se retrasaron según informó la agencia Associated Press. Finalmente, dijo que había matado a su familia para “salvar sus almas”, ya que tenía algunas preocupaciones sobre el rumbo alejado de lo cristiano que tomaban sus vidas. Era el caso de su esposa, que había dejado de ir a la Iglesia, y de Patricia, quien estaba encantada con estudiar teatro, una carrera indigna ante los ojos de John. La policía montó un largo operativo para dar con el paradero del parricida. Siguieron las pistas: el auto, posibles vuelos fuera de la ciudad, avisos de “Se Busca”… pero nada parecía ayudar. El rastro de John se había desvanecido, y permaneció así por meses. Tanta fue la falta de pistas sobre su ubicación, que al cabo de unos meses el caso fue cerrado. Así se mantendría por otros 18 años, en los que John, bajo el nombre de Robert Clark, rehizo su vida. Se volvió a casar con una mujer llamada Dolores, encontró un trabajo estable como contador y tenía una buena vida. No obstante, su caso volvería a hacer noticia. En 1989, el recordado programa de televisión America’s Most Wanted (AMW) fue objeto de estudio de la policía de Union, el condado al que correspondía el caso. El capitán Frank Marranca pensó que el show sería el gancho perfecto para que una audiencia más amplia conociera los crímenes de List y, con suerte, ayudaran a dar con el paradero del parricida.
Si bien inicialmente fue rechazado por ser un caso “demasiado frío”, al llevar 18 años sin resolverse, no fue sino hasta que John Walsh se enteró de los asesinatos que estos finalmente llegaron a la TV. Walsh, creador y conductor de AMW, tenía una especial fijación por contar la trágica historia de la familia List y llevar a John a la justicia. Para hallar a List, Walsh sabía que se necesitaba una imagen actualizada del parricida, es decir, de cómo luciría en pleno 1989. De modo de complementar las imágenes estándar de reconstrucción facial utilizadas por la policía, pidió al escultor forense Frank Bender que creara un peculiar artículo: un busto de John que representara cómo se vería en aquellos días. Un aspecto clave fue la elección de los lentes que llevaría el busto. Walsh, quien había estudiado imágenes e incluso había solicitado un perfil psicológico de List, sabía que el padre utilizaría un modelo bastante específico. Recorrió varias tiendas de segunda mano que vendieran lentes y buscó un par que fuera conservador, con marcos oscuros y gruesos. Precisamente, su obsesión por estos detalles harían del busto de Walsh el “arma” que halló al asesino. El día en que el programa sobre List se estrenó en America’s Most Wanted, el 21 de mayo de 1989, un par de televidentes quedaron boquiabiertas. Se trataba de Wanda Flanery y su hija Eva Mitchell, quienes al ver el busto descubrieron que éste lucía idéntico a su vecino… Robert Clark. Poco después, Flanery tomó el teléfono y llamó al número que entregó el programa para reunir pistas en torno a List. Once días después de la llamada, el FBI llegó hasta la casa de Clark en Richmond, Virginia. Atendió su esposa Dolores, quien les comentó que estaba en el trabajo. Al poco rato se enfrentaron al parricida, quien afirmó que no era John List. Pese a ello, tras un par de pruebas de reconocimiento de huellas se determinó que el hombre en cuestión era, en efecto, uno de los criminales más buscados por la agencia federal. John fue arrestado y acusado de cinco cargos de asesinato en primer grado. Tras un juicio en su contra iniciado en abril de 1990, casi 19 años después de los asesinatos, el jurado lo declaró culpable de los cinco cargos. Fue sentenciado a cinco cadenas perpetuas consecutivas, pese a que Walsh buscaba que lo sometieran a la pena de muerte. Muchos de los investigadores e involucrados en el juicio, incluido Walsh, afirman que la increíble precisión del busto realizado por Bender fue absolutamente clave en hallar al culpable de los crímenes. A modo de recordatorio de este emblemático caso, el presentador de TV mantuvo el busto en su oficina durante muchos años.
Finalmente, el 21 de marzo de 2008, tras 18 años en prisión, John Emil List falleció a los 82 años producto de complicaciones derivadas de una neumonía. Murió en custodia policial en el Centro Médico Saint Francis de Trenton, en New Jersey, 37 años después de haber cometido uno de los crímenes más desalmados de los que tenga noción el país norteamericano.

miércoles, 10 de abril de 2024

Tragedia en Cerro Muriano, Negligencia Militar del Capitán Ignacio Zúñiga alias El Loco

En la tragedia militar de Cerro Muriano hay un enigma que late desde el primer día y que el juez militar se niega a desvelar. Se trata de un sobre cerrado que contiene una carta escrita del puño y letra del capitán Ignacio Zúñiga, el responsable de la maniobra que acabó con la vida de los militares Carlos León y Miguel Ángel Jiménez. El Ministerio de Defensa mantiene al capitán Ignacio Zúñiga que está siendo investigado por la muerte de los dos militares en la base de Cerro Muriano (Córdoba) en una oficina del propio acuartelamiento en el que está encuadrada la Brigada ‘Guzmán el Bueno’. El Ejército de Tierra apartó el 22 de diciembre del 2023 del mando del Regimiento ‘La Reina’ 2 al responsable del ejercicio en el campo de maniobras. Fue al día siguiente de conocerse el ahogamiento del cabo Miguel Ángel Jiménez Andújar y el soldado Carlos León Rico en el vadeo de un lago. En aquel momento se subrayó que, «sin perjuicio del resultado de la investigación judicial que se está llevando a cabo», se había retirado «de forma inmediata el mando de la compañía que ejercía al capitán responsable del citado ejercicio de instrucción».
El citado capitán se encontraba en su casa al quedar sin funciones específicas. El oficial va a trabajar a diario a la base en la que ocurrió la tragedia y ha sido destinado a una oficina del batallón al que pertenece, donde lleva a cabo tareas burocráticas. Su presencia sorprendió entre algunos compañeros, al tiempo que incomodaba a otros oficiales y subordinados que han tenido que declarar en su contra en la investigación judicial. El Ejército podría ubicarle en dependencias militares ajenas a Cerro Muriano mientras dura la instrucción judicial, advierte una fuente consultada. «De lo único que está suspenso es de mando. Va todos los días a la base y está destinado en una oficina del batallón». El Juzgado Togado Militar número 21 de Sevilla dictó un auto el pasado 19 de enero del 2024 incoando sumario e imputando, por los mencionados hechos, tanto al capitán Ignacio Zúñiga como a un sargento y un teniente que estaban con él en el momento del ejercicio. A los tres se les acusó de un delito del artículo 77 del Código Penal Militar contra la eficacia del servicio, si bien no les impuso medidas cautelares. El abogado Luis Romero, que representa a la familia del soldado Carlos León Rico, explicó que la imputación de los dos oficiales y el suboficial se debió a que «las medidas de seguridad no cumplieron su función ese día y porque no había en este caso una línea de vida», cuando los militares fallecieron ahogados al atravesar un lago, durante el ejercicio. A ello se sumó, en palabras del letrado de la acusación, el que las mochilas que portaban los militares y «que debían servir de flotador llevaban lastre, no estaban debidamente estandarizadas y tenían un sobrepeso, muchas de ellas de tres kilos y medio, por lo tanto no eran aptas, entre otros motivos», para usarse en dicho ejercicio. Romero hizo hincapié en que «no se trató de un mero accidente, sino que hubo un cúmulo de negligencias y falta de diligencias en la sumersión de unas 20 personas, entre ellas, 15 soldados, en un lago que estaba helado, casi congelado, y en unas circunstancias que no eran las idóneas y se tenía que haber paralizado tal ejercicio».
El abogado presentó el 25 de enero del 2024, un recurso de apelación ante el Juzgado de Instrucción número 4 de Córdoba para que la causa siga en la vía civil y no en la jurisdicción castrense. En el escrito, además, se amplió el número de peticiones de investigación, alcanzando al general de brigada al mando de la Brigada ‘Guzmán el Bueno’ X , Ignacio Olazábal, así como a otros ocho oficiales de la cadena de mandos: dos coroneles —el que aprobó las maniobras y el que estaba al mando aquel día, que fue otro—; el teniente coronel, el comandante, el capitán que dio la orden de realizar la prueba en el lago Ignacio Zúñiga, así como dos tenientes y el sargento que le acompañaban en el momento del fatídico ejercicio. Romero planteó la necesidad de seguir en la vía de la justicia civil porque son «unos hechos delictivos no tipificados en el Código Penal Militar, sino que únicamente son tipificados en el Código Penal común, al tratarse de un delito de homicidio doloso eventual, en comisión por omisión de socorro, al menos indiciariamente». El general Ignacio Olazábal cesó en el cargo debido a su pase a la reserva, un trámite ya previsto antes de la tragedia en Cerro Muriano. Ha sido el máximo responsable de la brigada desde que en 2020 dio el relevo al entonces jefe de la misma, José Aroldo Lázaro, quien dirige en la actualidad a los cascos azules de la ONU en el Líbano.
El capitán del ejercicio de la base de Cerro Muriano (Córdoba), en el que murieron un cabo y un soldado el 21 de diciembre del 2023, ordenó soltar la cuerda cuando algunos militares se agarraban a ella en el momento de mayor angustia del ejercicio. Con ello buscaba lograr «un efecto látigo» que pudiese rescatar a los que estaban en dificultades, pero no logró el objetivo deseado. El abogado Romero ha anunciado la ampliación de la denuncia inicial y la petición al Juzgado Togado Militar número 21 de Sevilla, al que se ha remitido las investigaciones, que impute tanto al capitán como al teniente coronel, el coronel y el general de brigada de la citada base por dos delitos de homicidio por dolo eventual en este ejercicio de simulación de paso de un río. El abogado precisó que no había una línea de vida en el ejercicio con arneses o anillas que impiden a una persona hundirse, sino «una cuerda guía como las de Decathlon, que solo indicaba la longitud del ejercicio y por dónde había que ir». Además, no se puso de un extremo al otro del lago, sino desde un árbol hasta el medio del estanque, justo en la parte más profunda. Hubo «un cúmulo de negligencias» que dieron lugar a estos dos fallecimientos, aunque pudieron ser más ya que solo entraron 15 de los 60 soldados que iban a hacer el ejercicio. Además, había «muy poca visibilidad» y el agua estaba «casi congelada», con una temperatura exterior «de 2 o 3 grados» en aquel momento y tras varios días de maniobras en los que habían «dormido muy poco». El capitán Ignacio Zúñiga pidió a los soldados al inicio del ejercicio que solo se agarrasen a la cuerda tendida a ras de agua «en caso de vida o muerte», es decir en caso de «extrema necesidad», y les animó a entrar en el agua asidos a la mochila «como flotador» y que cruzasen el lago «pateando». Sin embargo, el peso que llevaban en la mochila, «de unos 12 kilos», entre ellos los 3,5 kilos de lastre de un objeto que simulaba una mina fruto de un «castigo», hizo que se hundieran y que algunos soldados perdiesen incluso el fusil. El capitán del ejercicio de la base de Cerro Muriano (Córdoba), en el que murieron un cabo y un soldado el pasado 21 de diciembre, ordenó soltar la cuerda cuando algunos militares se agarraban a ella en el momento de mayor angustia del ejercicio, según ha desvelado este martes el abogado del soldado Carlos León, Luis Romero, en rueda de prensa. Con ello buscaba lograr «un efecto látigo» que pudiese rescatar a los que estaban en dificultades, pero no logró el objetivo deseado. Romero ha anunciado la ampliación de la denuncia inicial y la petición al Juzgado Togado Militar número 21 de Sevilla, al que se ha remitido las investigaciones, que impute tanto al capitán como al teniente coronel, el coronel y el general de brigada de la citada base por dos delitos de homicidio por dolo eventual en este ejercicio de simulación de paso de un río. El abogado ha precisado que no había una línea de vida en el ejercicio con arneses o anillas que impiden a una persona hundirse, sino «una cuerda guía como las de Decathlon, que solo indicaba la longitud del ejercicio y por dónde había que ir». Además, no se puso de un extremo al otro del lago, sino desde un árbol hasta el medio del estanque, justo en la parte más profunda. Uno de los dos militares que murieron ahogados en Córdoba llevaba peso extra «como castigo» Uno de los dos militares que murieron ahogados en Córdoba llevaba peso extra «como castigo». Romero ha subrayado que hubo «un cúmulo de negligencias» que dieron lugar a estos dos fallecimientos, aunque pudieron ser más ya que solo entraron 15 de los 60 soldados que iban a hacer el ejercicio. Además, había «muy poca visibilidad» y el agua estaba «casi congelada», con una temperatura exterior «de 2 o 3 grados» en aquel momento y tras varios días de maniobras en los que habían «dormido muy poco». El capitán pidió a los soldados al inicio del ejercicio que solo se agarrasen a la cuerda tendida a ras de agua «en caso de vida o muerta», es decir en caso de «extrema necesidad», y les conminó a entrar en el agua asidos a la mochila «como flotador» y que cruzasen el lago «pateando». Sin embargo, el peso que llevaban en la mochila, «de unos 12 kilos», entre ellos los 3,5 de un objeto que simulaba una mina fruto de un «castigo», hizo que se hundieran y que algunos soldados perdiesen incluso el fusil. La mochila se empapaba y no era estanca, no servía de flotador. La cuerda no era un cable de acero y estaba a nivel de agua, no tensada, y se hundió» cuando varios militares decidieron agarrarse a ella. «Fue un sálvese quien pueda». Los soldados que participaban en el ejercicio llevaban sus botas de militar, el uniforme, el casco y el mencionado fusil. Sin embargo, no había flotadores ni salvavidas ni lanchas para recoger a personas en el lago en caso de necesidad. La ambulancia de la base tardó «unos 15 minutos» en llegar al lugar cuando se lanzó la voz de alarma. La familia del soldado Carlos León, natural de El Viso del Alcor (Sevilla) manifestó a través de su letrado su oposición a que el caso sea instruido por la Justicia Militar y anunciaron además que una vez declare en sede judicial el capitán responsable del ejercicio Ignacio Zúñiga, solicitará como medida cautelar su ingreso en prisión.
El cabo Miguel Ángel Jiménez Andújar sigue muy presente entre sus compañeros de la base de Cerro Muriano (Córdoba), en la que murió ahogado el 21 de diciembre del 2023 intentando salvar al soldado Carlos León Rico. Iba a ser padre en un par de meses y en los últimos días muchos de ellos se arremolinan con tristeza y recogimiento ante el mural que Jimmy, como se le conocía dentro del acuartelamiento, pintó en la pared unos meses antes de morir con el emblema de la 1ª Compañía ‘La Reina 2’, en la que sirvió desde su entrada en el Ejército de Tierra. Este militar dejó dibujada en una pared del edificio de su compañía, encuadrada en la Brigada ‘Guzmán el Bueno’ X. En ella se ve la divisa de la Infantería Española, su lema –abre la boca león– con la imagen del animal, así como su firma que aparece a un lado.
El cabo Miguel Ángel Jiménez se lanzó al agua para intentar rescatar a los soldados que se estaban ahogando en el lago de la base. El fatídico ejercicio se produjo en torno a las seis de la mañana, sin que hubiese amanecido y apenas visibilidad. Era la última jornada de maniobras de una dura semana de ejercicios dentro del período básico de instrucción (el PBI en la jerga militar) que tienen las brigadas de infantería. Recién levantados, unos 60 reclutas fueron obligados a pertrecharse para esta prueba de máximo esfuerzo. Los hombres se repartieron en dos pelotones para entrar al lago. Cuando la primera sección, con cerca de 30 soldados, entró en el agua, varios lograron superar la prueba con grandes dificultades, pero algunos de los que estaban más retrasados empezaron a gritar «socorro» y «me ahogo». En ese momento, los que estaban en la orilla, entre ellos el cabo Jiménez, entraron en el agua para salvarles. Según un testigo, el soldado Carlos León se agarró al cabo en un momento de desesperación y ambos se hundieron al fondo del lago. «Estaban cruzando el lago a lo ancho, sin cuerda de vida ni nada. Era a primera hora de la mañana, con todo el cansancio y toda la friolera de la semana aquí», revela un militar de Cerro Muriano.
La ambulancia de primeros auxilios de la base no estaba en el lugar del ejercicio, en una negligencia del mando, y tuvo que recorrer varios kilómetros antes de socorrer a los primeros rescatados del lago. Varios de ellos tenían síntomas de hipotermia y uno sufrió una parada cardiorrespiratoria tras su rescate, que obligó a su ingreso en un centro hospitalario de Córdoba. Fuentes militares apuntan a que el vadeo se hizo sin la ayuda de cuerdas ni líneas de vida a las que asirse en caso de necesidad. Todos ellos iban pertrechados con casco, chaleco, mochila y botas además de un lastre dentro de sus mochilas con un peso de 3,5 kilos. Hemos ayudado como hemos podido. Me he metido hasta las rodillas en la orilla a sacar gente como podía. El teniente salió temblando de frío. Los hemos tenido que desvestir porque estaban en estado de hipotermia, inmóviles, dándoles nuestra ropa, que aún estaba seca porque no nos habíamos metido» en el agua, relató un testigo al respecto.

sábado, 30 de marzo de 2024

La Viuda Blanca, Samantha Lewthwaite, La Mujer Más Peligrosa y Buscada del Mundo

Cómo terminó Samantha Lewthwaite huyendo de Interpol después de haber sido vinculada a una serie de ataques terroristas? Mientras la atención se centra en los británicos que luchan con ISIS en Siria, ¿qué pasó con la joven conocida como "la viuda blanca"?
Mientras los expertos en terrorismo estudian detenidamente los vídeos difundidos por ISIS, y el secretario de Educación pelea con el ministro del Interior sobre a quién corresponde “drenar el pantano”, el cineasta Adam Wishart ha emprendido un análisis detallado no del contexto sino del carácter: el de Samantha Lewthwaite, conocida como “la viuda blanca”, casada con el atacante del 7 de julio del 2005 en Londres, Germaine Lindsay , ahora huyendo de una orden de arresto en Kenia y una notificación roja de Interpol, por sospecha de posesión de explosivos y presunta pertenencia a al -Shabaab .
La mujer más buscada del planeta, Samantha Louise Lewthwaite, huyó del bastión de Al-Shabaab en Somalia, donde vivió durante los últimos siete años, y llegó hasta Yemen a bordo de un velero. La yihadista de 38 años, que se ganó el apodo de la “Viuda Blanca” se separó de su última pareja, el “Señor de la Guerra de Somalia”, el cual era su cuarto marido. Samantha es la culpable de la muerte de cientos de personas. Madre de cuatro hijos (de tres padres diferentes y todos yihadistas) estuvo casada con uno de los terroristas suicidas del atentado del 7 de julio de 2005 en Londres, Germaine Lindsay. Cuatro explosiones que paralizaron el transporte público de la capital británica y dejó 52 muertos (más cuatro terroristas) y más de 700 personas resultaron heridas, siendo la célula local de Al Qaeda la responsable del dramático suceso. La llaman la madre de los futuros terroristas.
Según pistas de las agencias de Inteligencia, estaría ahora en un área inaccesible controlada por el Estado Islámico y usaría un velo completo y guantes para ocultar su piel blanca y ojos verdes. Aunque según los servicios británicos, esta podría haberse sometido a varias cirugías a lo largo de los años. Huyó del Reino Unido a Sudáfrica en 2009, y dos años después cruzó hasta Tanzania, para posteriormente ir hasta Kenia. Luego acabó en Somalia, después de que los investigadores la rastrearan y estuvieran cerca de pillarla.
Fuentes de seguridad dicen que era hija de un soldado británico durante los disturbios de Irlanda del Norte, y se cree que reside en un bastión simpatizante de los yihadistas en Yemen. Podría estar “atrapada” en el caos mortal de la guerra civil del país entre las fuerzas gubernamentales y los islamistas, una crisis que está llegando a límites extremos y que, con el paso de los años, ha dejado a Yemen al borde una hambruna devastadora, según la ONU. Aunque, desde adolescente, fue seducida por las enseñanzas de Trevor Forrest -o Sheikh Abdullah el-Faisal-, un clérigo extremista gracias al cual -y a un foro de islamismo extremo- conoció a Lindsay.
Cuando su marido decidió poner una bomba en el metro de Londres aquella mañana de julio de 2005, Samantha estaba embarazada del segundo hijo de la pareja. «Esto es una atrocidad. Maldigo a los predicadores radicales que envenenaron a mi marido, un hombre bueno, y temo el día en el que tenga que contar a mis hijos la crueldad cometida por su padre»,decía en una entrevista en exclusiva aquella vez. Pero luego, acabó casi tan radical o más de lo que fue él.
Natural de Aylesbury, Buckinghamshire, es Graduada en la Universidad de Londres. Pese a un futuro prometedor, decidió irse por la rama extremista islámica y ahora, es una de las personas más buscadas del mundo tras estar detrás de decenas de ataques suicidas en África y Oriente Medio, así como tener la responsabilidad de cientos de muertes en varios países del planeta. En Yemen, se piensa que reclutó mujeres terroristas con sobornos de hasta 3.000 libras y que drogó hasta la muerte a varios terroristas suicidas hombres de quince años o menos.
Interpol emitió una orden de búsqueda extrema para su arresto después de que estuviera involucrada con el ataque al centro comercial Westgate Mall en Kenia en 2013, en el que murieron más de 70 personas y otras 200 resultaron heridas. En ese país, tenía una orden de arresto meses antes por parte de la policía antiterrorista de Nairobi, asegurando que utiliza el nombre falso de Natalie Faye Webb y había utilizado un pasaporte sudafricano, obtenido de forma fraudulenta. Scotland Yard emitió que usaba, al menos, tres identidades distintas. Otro de los muchos atentados de los que se le responsabiliza es la matanza de 148 personas a manos de hombres armados en una universidad en 2015.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Regina Kay Walters, El Horror de una Víctima Fotografiada por su Asesino Minutos antes de Morir

Las escalofriantes fotos de Regina Kay Walters fueron capturadas por el asesino en serie Robert Ben Rhoades momentos antes de su fatal destino. Walters, una de las víctimas de Rhoades, fue secuestrada y asesinada.
Cuando el 1 de abril de 1990 un policía se detuvo para investigar un camión que estaba estacionado en la Interestatal 10 de la ciudad de Casa Grande, Arizona, jamás pensó que lo que iba a encontrar en su interior era lo más parecido a una casa de los horrores.
En el año 1985, el cuerpo de una mujer joven apareció en un contenedor de basura en algún lugar cerca de Pensilvania. La mujer que encontró el cuerpo comenzó a gritar. Un hombre de un restaurante cercano salió corriendo y comenzó a gritar también, aunque en este caso para que todos se mantuvieran alejados mientras una pequeña multitud se reunía alrededor del contenedor bajo la lluvia. Al cabo de un rato se filtró la noticia: la niña muerta era una autoestopista adolescente. Unos meses después, una adolescente, también autoestopista, y conocedora de la historia de la chica del contenedor, comienza a darse cuenta del peligro que corría. Vanessa Veselka se había escapado de su casa en Nueva York con su novio de 21 años. Sin embargo, unos días después se separaron, y la joven se quedó sola con prácticamente nada de dinero. En una parada de camiones hacia el sur por la I-95 a través de las Carolinas, la joven fue recogida por un camionero, un tipo alto y delgado que no usaba vaqueros como el resto de los camioneros con los que había estado.
Tampoco llevaba camiseta. Aquel hombre llevaba una camisa de algodón con las mangas enrolladas perfectamente para que fueran visibles sus bíceps. El tipo tenía la cabina más limpia que la mujer había visto, y aquello ya era muy raro. Una vez en el interior y ya en marcha, el hombre cambió su amabilidad. Dejó de responder a las preguntas de la joven. Su actitud dio un vuelco, se hizo más alto en su asiento, y los músculos de su rostro se tensaron con una pose arrogante.
Robert Ben Rohades fue apodado "the truck stop killer" (el asesino de las paradas de camiones). Fue hallado culpable de tres asesinatos y también iba a ser acusado de otros dos, pero los familiares de las víctimas retiraron los cargos para no sufrir el juicio. Es sospechoso, aún hoy en día, de torturar, violar y asesinar a más de 50 mujeres entre 1975 y 1990, según los datos recavados luego sobre las rutas que hizo y las mujeres desaparecidas "en el camino". Rhoades tomó fotos de algunas de sus víctimas y la más difundida fue la de la última mujer que mató, Regina Kay Walters de 14 años de edad, a quien fotografió en un granero de madera abandonado en Illinois casi actuando un ataque.
Rhoades había nacido el 22 de noviembre de 1945 en Council Bluffs (Iowa) pero no hay datos concretos sobre donde pasó su infancia junto a su madre. Su padre era un soldado del ejército que estaba asignado a Alemania Occidental y, tras su estadía en el ejército, se unió a los bomberos.
En sus años de secundaria sufrió dos arrestos. Por violentar un vehículo a los 16 y por pelear públicamente a los 17, en 1962. Tras terminar la secundaria en Monticello (Jones; Iowa) se unió a los Marines. Fue en 1964, mismo año en que su padre fue detenido por abusar sexualmente de una niña de 12 años (se suicidó esperando el juicio). De la marina, Rhoades fue dado de baja deshonrosamente por participar de un robo. Intentó estudiar pero abandonó; anduvo de trabajo en trabajo en almacenes, supermercados y restaurantes, y durante los 70 y los 80 se casó 3 veces y tuvo un hijo. Fue en esa etapa que se convirtió en camionero de larga distancia y comenzó a desarrollar "pasatiempos" como tener "esclavas sexuales" y diferentes prácticas con el sexo opuesto. Se estima que en esa época abusaba verbal, física, sexual y mentalmente de su tercera esposa, Deborah. Rhoades aprovechó las rutas estadounidenses y las prostitutas durante años. Pero también se aprovechó de parejas y adolescentes en fuga. Su primera víctima mujer confirmada fue Patricia Candace Walsh, quien había sido novia del vocalista Warrel Dane, de las bandas de metal Sanctuary y Nevermore. También su esposo, Douglas Zyskowski. Fue en enero de 1990. Ambos estaban haciendo autostop cuando Rhoades los recogió. Casi de inmediato mató al esposo y arrojó su cuerpo en Sutton (Texas) donde fue hallado y no fue identificado hasta 1992. Mantuvo a Walsh viva durante una semana, período en el que la torturó y violó varias veces hasta matarla y desechar el cuerpo en Millard (Utah). Un mes más tarde tomó de rehén a una víctima de 18 años que finalmente no quiso presentar cargos. Más tarde afirmaría que tenía miedo de Rhoades por las dos semanas que le privó la libertad. Y contaría que Rhoades había convertido la cabina de su camión en una especie de cámara de tortura, donde guardaba mujeres a veces durante semanas, torturándolas y violándolas.
Días después desaparecieron Regina Kay Walters, de 14 años, y su novio Ricky Lee Jones, adolescentes que se habían fugado de su casa en Pasadena (Texas). Se cree que hacían autostop y fueron levantados por Rhoades. Se estima que al igual que Zyskowski,Ricky Lee Jones fue asesinado y "descartado" del camión mientras Regina Kay Walters estaba encerrada. Las fotos que hallaron tras detener al camionero asesino sugieren que la tuvo como rehén durante mucho tiempo. El cuerpo de Jones fue hallado el 3 de marzo de 1991 en Lamar (Mississippi) y recién se lo pudo identificar en julio de 2008 gracias a estudios de ADN. En Bond (Illinois) Ricky Lee Jones había sido acusado en ausencia del asesinato de Regina Kay Walters.
El 1 de abril del año 1990, un policía de la patrulla de caminos de Arizona (Mike Miller) encontró un camión con las balizas puestas a un lado. Cuando investigó dentro de la cabina descubrió a una mujer desnuda, esposada y gritando. Rhoades se identificó como el conductor del camión y no pudo escapar de la situación. Fue arrestado y luego acusado de secuestro, asalto y agresión sexual. Una investigación adicional del detective Rick Barnhart pudo establecer una conexión con el caso de Houston y notó un patrón que se extendía en el transcurso de al menos cinco meses.
Una orden de allanamiento llegó para registrar la casa de Rhoades. La policía encontró un sinfín de fotos y entre ellas, una de una adolescente desnuda que fue identificada como Regina Kay Walters, cuyo cuerpo fue encontrado en septiembre de 1990. También fotos de Walsh, cuyo cuerpo fue hallado en octubre.
Recién en 1994 Rhoades fue condenado por el asesinato de Regina Kay Walters. Fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Fue llevado a Utah en 2005 para ser juzgado por la muerte de Walsh y Zyskowski, pero por solicitud de las familias los cargos fueron retirados en 2006 y lo llevaron de vuelta al Centro Correcional Menard en Chester (Illinois). Más tarde sería llevado a Texas (por los crímenes de Walters y Jones) pero a cambio de evitar la pena de muerte se declaró culpable y recibió una segunda sentencia a cadena perpetua. Hoy en día sigue cumpliendo su pena, con 79 años.
En 2012, Vanessa Veselka presentó su libro Zazen en el que cuenta el terror que vivió en 1985 cuando fue secuestrada a la edad de 15 años. Se había escapado de su casa y tras buscar durante 27 años pistas y meditar (justamente el título del libro) concluyó que su secuestrador fue este asesino serial hasta que escapó de milagro después de dos semanas.

domingo, 17 de marzo de 2024

Terror en Alaska, Los Crímenes de Nancy Newman y sus 2 Hijas Pequeñas

En un modesto apartamento del centro de Anchorage, Alaska, encontraron el cadáver brutalmente golpeado de Nancy Newman tirado sobre su cama. En otras habitaciones estaban los cuerpos de su hija Melissa, de ocho años, y de su hija Angie, de tres, cuya garganta fue cortada de oreja a oreja. Tanto Nancy como Melissa habían sido agredidas sexualmente. Después de una intensa investigación, la policía redujo al principal sospechoso a Kirby Anthoney, de 23 años, un vagabundo con problemas de drogas y excondenado por abuso sexual a una niña de 12 años que había recurrido a su tío, el marido de Nancy, John, en busca de ayuda y un lugar donde quedarse. John Newman no sabía que el sobrino que acogió era un sociópata asesino capaz de masacrar a su amada familia.
Esta historia real, impactante y trágica, sorprendió a los residentes de Anchorage y motivó a la Unidad de Delitos Mayores del Departamento de Policía de Anchorage a hacerlo todo bien, y culminó en un juicio controvertido en el que, por primera vez, se permitió testificar a un perfilador del FBI. La ciencia del ADN sobre la alotipación se presentó ante un jurado. Kirby Anthoney violó y asesinó a su propia tía y a sus dos hijas en un violento frenesí de indescriptible perversidad, pero debemos hablar de ello y nunca olvidar a las víctimas. Cómo los detectives de Anchorage, ayudados por el perfilador del FBI Judson Ray, redujeron la lista de sospechosos a un joven y finalmente llevaron a Kirby Anthoney ante la justicia en una historia de tensión cada vez mayor y melodrama desgarrador.
Para Paul y Cheryl Chapman, la pesadilla comenzó a las 8 de la mañana del domingo 15 de marzo de 1987. El timbre incesante del teléfono de su cabecera los despertó del sueño; Paul buscó a tientas el auricular. Al otro lado de la línea estaba “Mama” Summerville del restaurante Gwennie’s, un popular restaurante de Anchorage donde Cheryl Chapman y su hermana, Nancy Newman, trabajaban como camareras. Paul le entregó el teléfono a su esposa. Summerville se disculpó por despertarlos, pero estaba seriamente preocupada. El automóvil de Nancy todavía estaba estacionado en el mismo lugar que el viernes anterior por la noche. El pánico se apoderó de inmediato de Cheryl Chapman: Nancy Newman, casada y madre de dos niñas, nunca salía sin su automóvil durante dos días y nunca, nunca, llegaba tarde al trabajo. La pareja saltó de la cama, se vistió rápidamente, cogió una Pepsi del frigorífico y se dirigieron al apartamento de Nancy Newman. Cheryl se acordó de llevar sus cigarrillos, Benson & Hedges Ultra Light Menthols. Mientras su marido conducía su pequeña camioneta Datsun roja sobre los helados bulevares de Anchorage hasta el apartamento de Newman en Eide Street, la aprensión de Cheryl aumentaba en cada intersección. El marido de su hermana, John, estaba en California; Nancy y las niñas estaban solas. Cuando el Datsun llegó al estacionamiento del complejo de apartamentos, Cheryl Chapman estaba hecha un manojo de nervios.
Paul estacionó directamente afuera. Los dos corrieron hacia adentro y no se molestaron en llamar a la puerta de Newman. Cheryl tenía las llaves del apartamento de su hermana, pero temblaba tanto que Paul tuvo que quitárselas de los dedos temblorosos para abrir la puerta. Cheryl gritó el nombre de su hermana, pero todo quedó en silencio. Fue a la cocina, se sentó a la mesa y miró alrededor de la habitación.
Todo parecía perfectamente normal, excepto por un gran bote de galletas vacío en el medio de la mesa: el bote en el que Nancy guardaba el cambio de propinas. Mientras Cheryl esperaba ansiosamente en la cocina, su marido entró con cautela en el oscuro pasillo del apartamento. Lentamente, una por una, abrió las puertas del dormitorio.
Detrás de la primera puerta estaba Melissa Newman, de ocho años, víctima de una crueldad indescriptible. En la segunda habitación estaba su madre, Nancy Newman, medio desnuda y sin vida sobre la cama.
La tercera habitación contenía los restos ensangrentados de Angie, de tres años, con la garganta cortada de oreja a oreja.
Paul quedó momentáneamente paralizado y desorientado; Oleadas de náuseas y shock lo invadieron. Era como si todo su mundo se inclinara precariamente sobre su eje y luego girara hacia un agujero negro de horror. Luchando por mantener la compostura, Paul se dio la vuelta y se dirigió hacia la cocina. Su esposa lo vio llegar y la expresión de su rostro le dijo que algo andaba terriblemente mal.
“No vayas por el pasillo”, dijo, “están todos muertos”. Cheryl gritó, derribó una silla e intentó pasar a su lado. La agarró, la abrazó con fuerza y empujó a su histérica esposa a través de la sala de estar y hacia la puerta principal. En el camino, agarró el teléfono de Newman. Paul Chapman estiró el largo cable telefónico por la puerta y marcó el 911.

jueves, 7 de marzo de 2024

Examen de Conciencia, Abusos Sexuales y Pederastia en la Iglesia

La excusa para abordar el largo y desconocido historial de abusos sexuales en la iglesia desde todos los ángulos de vista posibles cuando Miguel Ángel Hurtado, un niño procedente de una familia católica y muy creyente llegó a pensar en entrar en el sacerdocio, vio cómo todo su sistema de creencias se desmoronaba cuando con 16 años, fue abusado sexualmente por uno de los responsables de los scouts de la Abadía de Montserrat durante todo un año. Tras el enorme palo, consiguió rearmarse y ahora trabaja como psiquiatra infantil en un centro de salud mental en Londres, una ciudad a la que emigró, entre otras cosas, para poner tierra de por medio. «Más de 20 años permaneciendo en silencio; he sentido verguenza y miedo. Ha llegado el momento de contar la verdad sobre los abusos sexuales en la iglesia».
Hurtado, convertido en un activista, no solo habla de lo que a él le sucedió -«Sientes mucha angustia, sufrimiento y soledad», llega a decir-, sino que en una suerte de viaje interior y viaje exterior regresa a España para denunciar públicamente su caso, conoce a otras víctimas de abusos y lanza preguntas y reflexiones que llegan a incomodar al espectador, incapaz de entender por qué durante décadas la impunidad y la protección de quienes llevaban a cabo tales monstruosidades han sido la tónica habitual.
En todos ellos el miedo ante unos violadores que actúan como colegas y modelos a seguir, la vergüenza de cara a la familia y los compañeros y las amenazas son una constante. Lo fueron en los distintos centros de los Maristas donde comienza el recorrido de Miguel Ángel Hurtado, también en el colegio del Opus Dei Gazteluate, en Leioa (Vizcaya), cuyo profesor fue condenado a 11 años de cárcel pese a que las autoridades eclesiásticas consideraron que no era culpable, y en el seminario de la Bañeza, en León. También son una constante las vidas deshechas, el aislamiento social y el abuso de drogas y alcohol al que quedan condenados muchas de las víctimas, así como la protección y el desplazamiento de quienes cometían la violación.
También Joaquín Benítez, un exprofesor de gimnasia del colegio de Maristas de Sants-Les Corts, que se aprovechaba de su situación y de sus conocimientos de fisioterapia para abusar de alumnos. «Yo nunca me he considerado pederasta sino una persona que ha tenido una debilidad en algunos momentos».
Dado que la ventana de tiempo para denunciar es muy breve en España, los delitos leves prescriben cuando uno cumple 23 años y los graves, cuando uno cumple 32, muchos de los delitos que se muestra han prescrito ya. Sin embargo, algunas de las víctimas tienen el valor de enfrentarse a sus violadores, varias décadas después, y sacar confesiones que hielan la sangre. Y mientras tanto, preguntada por la ausencia de cifras, la Conferencia Episcopal Española reconoce que no hay un listado de casos «porque no se tiene la percepción de que esto sea una cosa mayoritaria».